Decidida a encontrar algo que me ayudara, desenredé el ovillo de los recuerdos tejidos durante los últimos años.
Como ya he dicho, cuando nació mi hijo y tras el dudoso episodio con la primera niñera, Susana se hizo cargo de Alejandro mientras nosotros trabajábamos. No hallé en mi memoria nada que me hiciera sospechar algo extraño.
Cuando Alejandro cumplió los 2 años, volví a quedarme embarazada, esta vez la gestación duró lo que se esperaba; iba a ser una niña, mi Lucía del alma.
La sorpresa vino cuando nació y le vimos aquellos ojos achinados. La ruleta del destino hizo que tuviera duplicado el cromosoma 21, o sea, síndrome de down.
La verdad es que se me vino el mundo encima.
Aquella niña con cara de luna me hizo ver que iba a necesitar de nosotros toda su vida y la situación me superó. Me costó aceptar la realidad, aunque desde que la vi al nacer, me robó el corazón. Nos lo robó a todos.
Caí en la típica depresión posparto, ni el pecho le pude dar. Y como no, Susana estuvo al pie del cañón, atendiendo a Lucía cuando no estaba su padre, a Alejandro, que no dejaba de ser un niño de 3 años y a mí, que me negaba la aceptación que necesitaba para coger las riendas de mi vida.
Fue Susana quien me puso en contacto con una asociación de padres con hijos síndrome de down. Leonas y leones que luchaban por los derechos de sus hijos. Con garras si hacía falta.
Mentiría si dijera que hubo algo malo con Susana en esa época, me ayudó lo indecible.
Pasaron los meses y me fui recuperando psicológicamente, aunque se instaló en mi alma el miedo que nos habita a todos los padres con hijos discapacitados. La certeza de que no vas a vivir siempre para protegerlos se te pega como una segunda sombra. Y tienes que aprender a vivir con eso.
Susana, amparada en sus creencias religiosas, me decía que Dios así lo había dispuesto y que Lucía era una niña especial. Dejando de lado el tema religioso que no entraba en mis creencias, entendí que Lucía ciertamente era especial, bastante tenía por un puto cromosoma de más para encima verse desprovista del cobijo de su madre.
Enterré prejuicios y me convertí en otra madre leona, orgullosa de mi niña, la niña más bonita del mundo.
Todo ese proceso hizo que mi relación con Jose se resintiera, suele pasar en muchas parejas, sin querer abandonas un poco a la persona que consideras que te necesita menos y termina pasando factura.
El adoraba, adora a Lucía, su princesa, pero creo que se sintió solo en aquella época.
Supongo que los dos nos alejamos sin quererlo, cada uno se aisló con sus temores y preocupaciones y cuando fuimos conscientes la relación ya hacía aguas por todas partes.
Sabíamos que nos queríamos, pero la convivencia no era buena, discutíamos por tonterías, no teníamos relaciones íntimas... Antes de empezar a odiarnos decidimos que lo mejor sería separarnos, al menos por un tiempo. Necesitábamos distancia para poner las cosas en su sitio.
Jose se instaló en casa de su hermana durante 3 meses, aunque veía a los niños prácticamente a diario; pero para mí al no convivir como antes me hizo ver que lo quería en mi vida, e intuía por la forma en que me miraba que él sentía lo mismo.
Susana en esos 3 meses me animaba, me decía que no tirara la toalla con Jose y que no me durmiera en los laureles, que los hombres no saben estar sin compañía femenina y corría el riesgo de perderlo.
Sinceramente esos argumentos me parecían anacrónicos, tonterías sexistas de las que yo pasaba.
Tuvo que llegar el tercer anónimo para replantearme esa forma de pensar.
Pero volviendo a Susana, en aquellos años fue sin duda la mejor amiga que pude tener, siempre atenta a mis necesidades y cuidadora de mis hijos cuando era preciso. Me sentía afortunada al poder contar con ella en aquellos años tan complicados.
Susana en aquellos tiempos empezó a dar clases de costura a mujeres desfavorecidas de la parroquia que frecuentaba.
¿Y si hizo amistad con alguna y le contó qué ella había mentido sobre la canguro para quedarse al cuidado de mi hijo? ¿Y si ahora esa persona había decidido sacar a la luz la verdad en forma de anónimos? Demasiados " y si" que no tenían sentido. No me cuadraba nada.
Por una parte al repasar el papel de Susana en nuestras vidas en los tiempos difíciles, sentí una gratitud infinita, pero por otra parte la desconfianza hacia ella por los anónimos se instaló con rotundidad.
En esa dualidad andaba yo cuando llegó el tercer anónimo.
El definitivo que hizo estallar en pedazos mi equilibrio mental.
Continuará.
Qué interesante Pepa!!! Deseando el siguiente, quién será???....
ResponderEliminarAhhhhh!!!!!! Habrá que esperar, jejeje.
ResponderEliminarBesos.