jueves, 26 de agosto de 2021

Buscando el crimen perfecto. Capítulo IV de la segunda parte.

 Como parte de mi estrategia regalé a Ángel un viaje por su cumpleaños, quería que creyera que yo también había vuelto al redil. Me interesaba que estuviera relajado sin sospechar que ya me sobraba.
Pasamos un par de semanas en Austria y justamente el día que íbamos a regresar sufrió un desmayo mientras paseábamos por Viena. 
Fuimos a urgencias y le realizaron las pruebas pertinentes. 
Afortunadamente yo hablaba alemán y Ángel no, por lo cual el médico se dirigió a mí para explicarme el motivo del desvanecimiento.
Al parecer por un problema congénito Ángel tenía una válvula del corazón obstruida, el médico me dijo que necesitaba una operación con urgencia, en el estado que se encontraba era una bomba de relojería a punto de estallar; cualquier ejercicio físico por moderado que fuera le podía causar la muerte.
Le expliqué al doctor que ese mismo día regresábamos a España, que en nuestro seguro privado teníamos a un eminente cardiólogo y que pediría hora para que programara la intervención cuanto antes.
Mientras se produjo tal conversación Ángel ni estuvo pendiente de nuestras expresiones, ocupado en atender a "su niñita" que se había caído y  apenas se había raspado una rodilla.
Salimos y con mi mejor cara lo abracé diciéndole lo agradecida que estaba de que no fuera nada importante, que solo tenía el colesterol alto. Por su edad se podía evitar con mucho ejercicio, que en principio no tenía ni que tomar medicación, bastaría con una analítica pasados 6 meses para asegurarnos que los niveles de su colesterol volvían a ser normales.
Le dije que tan pronto llegáramos a casa lo apuntaría a un gimnasio y él agradecido ante mi preocupación nos abrazó a las dos. 
Ese abrazo evitó que viera la satisfacción en mi rostro, puro gozo, aquella situación me daba una ventaja incuestionable y le sacaría partido, vaya que sí. 
Recién regresados del viaje no quise perder tiempo. 
Volvía a sentirme viva, me sentía ardiendo después de tanto tiempo de inactividad. 
Cada poro de mi piel  parecía latir ansioso ante los acontecimientos que sin duda no tardarían en llegar.
Como había prometido, me ocupé de abonar a Ángel a un gimnasio, pero temía que esa medida por sí misma me hiciera esperar más de la cuenta. El cambio de los últimos tiempos de mi marido me había enjaulado en un círculo asfixiante y tenía que salir de él lo antes posible.
Así, con los anticonceptivos bien escondidos, le dije a Ángel que había llegado la hora de aumentar la familia, que pensando en Luz había comprendido que mejor que no fuera hija única, que sería positivo para ella en todos los sentidos.
Con aquel gesto Ángel afianzó más la idea de que yo realmente había evolucionado en la misma dirección que él, además, sexualmente seguíamos funcionando a las mil maravillas. Convenientemente le sugerí que debíamos practicar más veces para aumentar las probabilidades de embarazo.
Otra actividad física que me ayudaría a hacer estallar más pronto que tarde la bomba latente que mi pareja llevaba en su interior sin saberlo.
Mantuvimos relaciones sexuales diarias, me ocupé de que fueran exhaustivas, podía notar como el corazón de Ángel bombeaba rabioso en cada encuentro.
Luz cumplió los 5 cinco años y tuve la feliz idea de comprar 3 bicicletas, prometí sumarme a ellos los fines de semana, pero los animé a salir juntos cada día a pedalear.
Desde luego, si realmente Ángel hubiera tenido alto sus niveles de colesterol, sin duda los hubiera normalizado con el ejercicio que "por su bien" yo le empujaba a realizar.
No tuve que esperar mucho y la tarde de un miércoles mientras observaba que tardaban más de la cuenta en su paseo diario en bici, lo supe. Algo había pasado, estaba segura. 
Solo tendría que esperar a que las noticias me llegaran. Y llegaron en forma de llamada telefónica desde un hospital.
Acudí con los ojos inundados, eso se me daba bien. 
El panorama que me encontré fue el esperado, Ángel había fallecido y la niña solo atinó a permanecer pegada a él hasta que alguien los vio y llamó a emergencias.
Me notificaron que todo indicaba que mi marido había sufrido un repentino ataque cardíaco.
Lloré desconsolada preguntando por mi hija, me informaron que la niña estaba en shock, que no habían conseguido que les dijera ni una palabra y que iba a necesitar ayuda especializada para superar el trauma.
Con el rostro bañado en lágrimas les dije que no había problema, que yo era psicóloga y me ocuparía de ella.
Por fin era libre para ocuparme de ella.

Continuará.



2 comentarios:

  1. Madre mía!! Es que encima todo le viene a huevo, la enfermedad, saber alemán, ya se allanó el camino, vía libre con la niña. Qué nervios!!!😘😘😘

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  2. Pues si, pero esperemos que el mal no venza, habrá que esperar a ver que pasa, jjj.
    Un beso amiga.

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