Lava y Nieves. Capítulo VIII y último.

 Cuando los primos estaban a punto de cumplir la mayoría de edad, sucedió algo que alteraría la vida familiar y sus cimientos.

Se iba a producir un eclipse solar total. Era domingo y el cumpleaños de Juan, así Lava aprovechó para organizar una salida en familia. 

El cumpleaños de su marido y ver el eclipse eran las excusas perfectas para planear una comida al aire libre y pasar más tiempo con su hija. Le preocupaba la relación de Gara con su primo y había dejado correr el tiempo a ver si se les pasaba, pero cada vez parecían más unidos. Si llegaban a ser parejas en cierta manera tendría más parentesco con Nieves y no le hacía gracia. 

A unos kilómetros, Jonay y sus padres acudieron a un tenderete organizado por compañeros y profesores de su carrera, apasionados de la naturaleza no se querían perder el eclipse. Jonay sabiendo que Gara estaba con sus padres se había conformado con verla por la tarde.

En un ambiente festivo se vieron sorprendidos por  un estruendo espeluznante que los paralizó durante segundos, pues enseguida el temblor de la tierra bajo sus pies los sacudió con tanta fuerza que los hizo tambalear.

Era un terremoto.

El grupo de Jonay estaba en lo alto de una montaña y vieron aterrados como las casas más abajo caían como si fueran de papel. 

Nieves entendió que de su barrio no quedaba sino escombros y tuvo la lucidez suficiente para agradecer la excursión que los había salvado de estar en su ya inexistente casa.

Pudo contactar por teléfono con sus padres, en la zona más alejada en la que vivían el terremoto había respetado la casa familiar. Pero María y Manuel desesperados le pidieron que acudieran.

Por el camino Nieves no pudo dejar de pensar en Lava. ¿Y si el terremoto la había pillado dentro de la casa? La posibilidad de perder a su hermana la trastornó.

Se reprochó el silencio ladrón que la separó de su hermana, se maldijo por no haber sido capaz de romper el muro que le impidió decirle a Lava que le faltaba en su vida para estar completa, que  conformarse con verla eran  migajas que no sustituían los verbos que le debía. Se juró que si su hermana estaba bien, le diría lo que durante años había callado.

Como en un espejo, Lava se enfrentó a la misma situación. Supo que se había quedado sin casa y que sus padres estaban bien. Mientras se dirigía con Juan y Gara a verlos, le asaltó el espanto de perder a Nieves.

Le vinieron a la cabeza todas las felicitaciones que omitió en los cumpleaños, los buenos deseos navideños, las anécdotas de la niñez de Gara, las confidencias que solo hubiera podido compartir con su hermana. Las palabras invisibles que se había tragado pesándole en el alma durante años le exigían salir con urgencia. 

Se prometió que si Nieves estaba bien las soltaría todas, le llevara el tiempo que le llevara. 

Llegaron al mismo tiempo las hermanas a la casa de los padres.

Al ver Nieves que su hermana estaba viva un escalofrío se enredó en su pelo, así pudo ser testigo Lava de como la cabellera de su hermana se volvía blanca por completo. Y entonces Nieves observó la sangre caliente que brotaba de la vieja herida de Lava.

Se abrazaron con ganas, deseando dar salida a las palabras que por su ausencia tanto daño habían causado, pero eran tantas y tan intensas, que las gargantas colapsaron incapaces de darles salida, prolongando Lava y Nieves su doloroso silencio.

Gara y Jonay agradeciendo estar vivos, se refugiaron a solas en el cuartito donde el abuelo guardaba las herramientas. Allí se dejaron llevar por el camino que sus pieles desnudas habrían de recorrer. 

De repente se hizo de noche, el eclipse anunciado y que habían olvidado por la brutalidad del seísmo  los bañó en oscuridad.

María intuyó que algo se empezaba a gestar y que agitaría a su familia más que el terremoto.

Mirando al cielo le imploró fuerza y serenidad.

Fin.... o no.