jueves, 11 de mayo de 2023

Objetos perdidos. Capítulo VII y último.

 Mariana.

Hoy desperté aliviada, como si por fin me hubiera liberado del peso que me lleva encogiendo el alma en los últimos tiempos.
Pienso en Germán, un casi desconocido que solo con pasar un brazo por mis hombros me ha librado de mi duelo.
La única forma de verificar que quedó atrás ese duelo es dibujar, si consigo hacerlo sin que aparezcan mis ya habituales ojos llorosos, significa que estoy en una nueva etapa, que dejé ir la tristeza desgarradora que se había pegado a mi piel.
Razón tenía la psicóloga, cada duelo tiene sus etapas y no sirve de nada ignorarlas, están ahí y cada una necesita su tiempo para irse desprendiendo. Sé que siempre me acompañará mi pérdida, pero sin la carga que me abrumaba. Se cerró la herida, quedará la cicatriz.
Se repiten las palabras, duelo, peso, dolor....  las que he sufrido después de mi pérdida como madre, porque aunque mi  niña naciera muerta, yo fui madre desde el mismo instante que supe que me habitaba. 
Todavía me pregunto el por qué, después de un embarazo perfecto que se torció una semana antes de que se debiera producir el parto.
Me di cuenta de que algo iba mal cuando dejé de sentir a mi niña, Jorge dijo que sería normal, pero yo sabía que algo no iba bien. Desgraciadamente la ecografía me dio la razón, estaba muerta.
Me explicaron que era como lo de la muerte súbita de los bebés pero en nonatos y que no significaba que me volviera a pasar, que lo normal era que pudiera tener más hijos.
Más hijos.... no me consoló, yo quería a mi niña.
En shock dejé que hicieran lo que había que hacer, provocar el parto para sacar a la criatura. Me aconsejaron la epidural. Bastante trago era parir a una hija muerta, pero me negué, esperando que el dolor físico enmudeciera el grito atroz que me rompió por dentro. 
Luego me la dejaron para que me despidiera. No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que nunca había visto a una niña tan bonita, con aquellas pestañas tan largas, perfecta hasta sin vida....
Lo siguiente que recuerdo es el cementerio, una caja blanca, pequeña, y el desconsuelo que vino para quedarse.
Los meses siguientes fueron como niebla. Depresión dijeron. 
Sé que Jorge también lo pasó mal, no voy a ser injusta, pero cuando me dijo que no era para tanto, que todos los días la gente pierde a sus hijos vivos y es peor, le pedí que se marchara. 
Claro que es peor perder a un hijo con la edad que sea, pero él no entendió el duelo que yo estaba pasando.
Y se fue, demostrándome que no me quería tanto como decía. No me costó superarlo.
Casi ha pasado un año y vivir ya no duele tanto.
Pienso en Germán, tiene algo...  no sé, supo ver mi pena sin casi conocerme y me siento en deuda con él. Como nos veremos por su cumpleaños tengo excusa: le regalaré el dibujo que ahora mismo voy a hacer, el que salga, lo que sea, solo necesito dejarme llevar, que mi mano vuele hacia donde quiera.
El lienzo blanco va tomando vida, dibujo un mar erizado, niños y niñas jugando en la arena. Ojos sin lágrimas. En primer plano una niña de pestañas infinitas sostiene un cubo con caracolas que ofrece al mar. Transmite ternura, paz. 
Soy consciente de que es lo primero que me sale sin las lágrimas que me definieron después de mi pérdida, las personas que no la conocían preguntaban por su significado. Nunca respondí.
Pero vuelvo a pensar en Germán y él si merece saber el porqué, él sí lo va a comprender.
Rectifico la pintura, ahora la niña tiene unos ojos enormes llenos de lágrimas que caen al cubo y que  ofrece al mar.

Fin.



2 comentarios:

  1. Vaya sorpresa!! No lo hubiera imaginado nunca. Magistral querida amiga. Un súper abrazo

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  2. Con lectoras como tú da gusto seguir escribiendo. Besos Astrid.

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