¡Uf! cuántos recuerdos al mirar el pasado.
Pero mejor seguir sin entrar en tantos detalles, no estoy escribiendo una de mis novelas.
Como no podía ser de otra manera Marisa consiguió ser la primera mujer con el cargo de directiva regional.
Mi hija Carla estudió Medicina. Quería ser médica de familia, le gustaba el contacto directo con las personas que no le ofrecería otra especialidad.
Marta, la hija de Pepona, siguió las pasos de su madre. Amaba la literatura y tiró por ahí con sus estudios. Escribía bien y yo la animaba a seguir ese camino, pero se convirtió en digna sucesora de Pepa en la editorial. Aprendió pronto la tiranía a la que se veían abocado los escritores que vivían de su profesión y decidió que escribir lo tomaría como una afición, mientras se ocupaba de textos ajenos. En cualquier caso pasábamos buenos ratos hablando de la querencia que ambos sentíamos por las palabras. Afectivamente era otra hija.
Todo seguía su curso cuando Carla nos anunció que se casaba con Juan, un compañero de profesión con el que llevaba un par de años de relación.
Marisa y yo nunca nos casamos, no consideramos necesario ese trámite burocrático. Por ello nos sorprendió que nuestra hija nos hablara de boda. Pero ya se sabe, las generaciones que nos siguen en algo nos tienen que llevar la contraria. Peor es que nos hubiera salido facha perdida, decía Marisa con sorna.
Carla quería ser madre joven y contaba conmigo para los primeros años de crianza. Lo que tiene trabajar desde casa y tener unos horarios que se pueden cambiar, que le viene bien a los demás.
Carla se parece mucho a su madre, se pone unos objetivos y va a por ellos.
Al año de casada nació mi nieta Mafalda y se separó de su marido. Juan era, es, un buen chaval, pero se ve que la convivencia les hizo ver que no estaban hechos para vivir juntos. El terminó por aceptar un puesto para Médicos sin Frontera. Loable su dedicación hacia los demás, pero viajando de un país a otro se perdería el contacto directo con su hija, una lástima.
Yo siempre había querido tener compañía familiar masculina, pero me tuve que resignar a seguir siendo el único varón de nuestra tribu. Debo reconocer que cuando me dijo Carla que lo que esperaba era una niña oculté mi decepción. Se me pasó cuando cogí a mi nieta Mafalda por primera vez.
Acertaron con el nombre, Mafalda, con esos ojos grandes que parecen preguntar al mundo todo lo habido y por haber.
El sentimiento de ser padre y el de ser abuelo es diferente. Solo puedo resumirlo diciendo que con mi nieta me derrito.
A punto de cumplir yo los 50 años, mi hija se empeñó en que me hiciera una analítica general, pues hacía años que no me hacía nada por el estilo. Marisa tenía por su convenio laboral revisiones médicas periódicas, pero yo si no me encontraba mal para que iba a estar con esas historias, ¿para que me encontraran algo? Pero insistió tanto mi hija que por no oírla me dejé hacer la analítica.
Me llamó por teléfono desde su consulta.
-Papá, tienes el colesterol algo alto.
-Pues mándame una pastilla.
-Mejor que eso, te voy a llevar un remedio natural y evitas medicarte. Ya tendrás tiempo de hartarte a pastillas, que vas para viejo, jejeje.
-Muy graciosa la niña.
-Este finde celebramos tu medio siglo y te llevo de regalo la solución para tu colesterol. Te dejo que tengo lío.
Pensé que se refería a alguna hierba con propiedades contra el colesterol alto. Bueno, por probar no iba a perder nada, siempre que no fuera demasiado apestosa, claro.
Llegó el día de mis 50 cumpleaños. Marisa hizo mi comida preferida, vendrían Pepona y Marta y por supuesto Carla con Mafalda. Estaba contento de celebrarlo con las mujeres de mi vida.
La última en llegar fue mi hija con mi nieta. Llevaba una caja de cartón enorme y me la entregó.
-Abu , es u terro, dijo Mafalda con su lengua de trapo.
¿Un terro? Por el tamaño y el peso sería un arbusto para plantar y hacer infusiones con sus hojas, pensé un poco alucinado.
Cuando por fin abrí la caja pasé del "un poco alucinado" a "totalmente alucinado". El "terro" era un perro, un chucho feo que parecía tan asustado como yo.
-Mira papá, lo saqué de la perrera, tiene un año y ya está educado. Es buenísimo, te va a tocar sacarlo un par de veces al día y así caminando vas a reducir el colesterol de una forma natural y sana. Que estás todo el día metido en tu zulo escribiendo sin hacer nada físico y ya vas teniendo una edad.....
Yo no sabía si reírme o llorar, ¿un perro? Mi nieta intentaba subirse a él como si fuera de juguete, pellizcándolo y dándole con los pies. El animal me miró con aquellos ojos suplicantes y no lo pude evitar. Dejé que él me adoptara.
Bueno, por lo menos es macho, me dije por sacarle algo positivo a la situación.
-Gracias Carla, acepto el regalo si no me da muchos quebraderos de cabeza, si no lo devuelves a la perrera. De momento habrá que ponerle un nombre.
Y mi nieta que tenía un año y apenas decía con claridad alguna palabra suelta exclamó:
-¡Kiwi!.
Todos miramos al perro. Era cierto, aquel pelo áspero y de color entre amarillo y marrón lo asemejaba a un kiwi feucho.
Y Kiwi se quedó.
Continuará.
Me gusta esta historia, bueno me gustan todas tus historias, pero esta parece a simple vista tranquila pero sé que algo está por venir....deseando que llegue el jueves. Besotes amiga.😘😘
ResponderEliminarSí, Mateo nos irá contando como lo amenazan y empieza el jaleo.
ResponderEliminarAbrazos Astrid.