jueves, 30 de mayo de 2024

Sensibilidades. Capítulo III.

 No quería estar pendiente del sorteo de la lotería por la esperada decepción, pero me llené de valor y me dije que mejor quitar la tirita del golpe, volver a la realidad y aceptar que si el banco me daba el crédito estaría económicamente en sus manos. No quedaba otra.
Fui a la casa de Belén que por aquel entonces ya convivía con Gabriel y le pedí que pusiera la radio a la hora que daban los resultados del sorteo. 
Lo siguiente que recuerdo es verme tendida en el suelo con mi amiga abofeteándome para que reaccionara. ¡Mi número era el premiado! 
Ni calculé la cantidad de dinero que había ganado, sólo fui capaz de un pensamiento lúcido: llamar al dueño del local de mis sueños y comunicarle que se lo compraba.
Viví envuelta en una nube durante días, agradeciendo a las brujas del Telde, a Dios, a mi destino, a lo que fuera, el regalazo que me había convertido en protagonista de una película con final feliz.
La burocracia con la que me tuve que enfrentar las siguientes semanas para obtener permisos y demás familias hizo que bajara de aquella nube. Tenía mil cosas por hacer, proyectos que debían tomar forma, pero me visualizaba con un hermoso delantal en mi negocio y volvía la magia.
Montar un negocio no es fácil teniendo experiencia cero, pero las ganas pudieron más que el engorroso papeleo y pasados algunos meses conseguí mi propósito.
Llevaba tiempo dando vueltas al nombre de mi pastelería, hasta que vino solo a mi mente: "Para chuparse los dedos". Así lo bauticé. Luego, queriendo ofrecer algo nuevo ideé lo que sin duda catapultó al éxito mi dulce comercio. 
Oferté dos veces por semana, de 5 a 6, que l@s niñ@s participaran directamente en la elaboración de las galletas que se llevarían. Yo preparaba la masa y ell@s, en un espacio destinado para ello, utilizaban moldes y elegían los ingredientes para cubrir las galletas antes de que pasaran por el horno. Mientras, los adultos que l@s llevaban pasaban el tiempo suficiente para degustar mis productos sin tener pegados a la chiquillería. 
Tod@s salían contentos, los grandes por haber pasado un rato agradable y l@s pequeñ@s orgullos@s por haber participado activamente en el proceso, mostrando como heridas de guerra sus manchas de harina.
Pronto tuve que poner lista de espera para esa actividad y contratar personal para mi negocio, aunque no delegué en lo de l@s niñ@s, disfrutándolo tanto como ell@s.
Las hojas del almanaque se fueron desgranando y cuando me quise dar cuenta había cumplido los 33 años.
Mi negocio funcionaba mejor de lo que jamás llegué a pensar, pero empecé a notar que faltaba algo en mi vida.
Belén y Fátima fueron madres con pocos meses de diferencia y como era normal, sus conversaciones versaban sobre culitos irritados y biberones. De alguna forma me sentía excluida aunque nunca dudé del cariño que me tenían. Pero era lo que tocaba y mi reloj biológico para la maternidad comenzó con un tic-tac imparable que me apremiaba. Yo también quería encontrar una buena pareja y ser madre. 
Mis amigas me animaron a inscribirme en alguna red social para "ligar". No creía mucho en ello, pero insistieron tanto que me dije que por probar no perdía nada.
Me equivoqué, perdí la esperanza cuando solo conseguí algunas "fotopollas" que me desencantaron por completo.
Lo peor de esa especie de crisis es que desapareció mi toque, ya no lograba transmitir mis buenas energías en mis elaboraciones culinarias. Nadie pareció percatarse, pero yo sabía que aunque mis productos estuvieran ricos, no estaban para chuparse los dedos.
Intuyendo una depresión decidí acudir a una psicóloga.
Tenía que recuperar mi magia.

Continuará. 

2 comentarios:

  1. Espero que salga pronto de ese estado que no le permite a ella misma chuparse los dedos 😘😘

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  2. Algo tendrá que pasar con una ayudita externa.
    Abrazos Astrid.

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