Gara.
Después de leer el último folio escrito por Antonia antes de su muerte, tuve un revoltijo de emociones. Cuánto me hubiera gustado conocer a aquella mujer que aprendió a vivir con tantas aristas en su vida.
Tuvo que ser difícil convivir con la dualidad sexual que la llevó a creer que algo malo la habitaba, tampoco debió ser fácil parir para otra mujer voluntariamente y renunciar al reconocimiento de su propia maternidad. Imaginar el sufrimiento por esas circunstancias la hace más grande, porque a pesar de sus pesares, hizo de pegamento manteniendo unida a aquella familia.
Quizás la muerte de su hijo Cristóbal el pequeño la unió para siempre a Cristóbal el escritor. El dolor de ambos debió hermanarlos en la amistad que los acompañó de por vida.
Yo creo que aunque Cristóbal el grande no la hubiera dejado protegida en su testamento, la familia la hubiera cuidado igualmente hasta sus últimos días. La querían.
¿Y cómo pudo ver la homosexualidad de su bisnieto cuándo era un niño? Cristóbal no tiene ni la más mínima "pluma".
Sólo puedo concluir que fue una mujer excepcional.
Miro la jacaranda y siento un escalofrío, ahora toca ver como reacciona Cristóbal cuando conozca la historia verdadera de su familia.
El está a punto de regresar de su viaje, creo que será mejor dejarlo que se encuentre con su pasado a solas, tendrá que digerir algunas cosas, aunque me muera de ganas de hacerle las preguntas que tengo pendientes.
No sé cómo fallecieron sus padres Cristobín y Luz, pero no debían ser mayores. Y luego está eso que dijo Antonia, que al igual que a su bisabuelo le corría tinta por las venas, ¿tendrá el don de la escritura?
Acaricio el tronco de la jacaranda y me despido: "hasta siempre Antonia, un placer haberte conocido".
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Gara.
Cristóbal me llamó para quedar. Me invitó a comer en algún sitio, pero yo le dije que prefiero que nos veamos en la casa familiar, su patio me parece el mejor sitio para desgranar confidencias.
Bajo la jacaranda.
Continuará.
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