jueves, 3 de abril de 2025

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Capítulo 7.

 Pedrín tenía ilusión por celebrar el día de Navidad en su nueva casa con nosotros. En la mía había más espacio, pero nos adaptamos a su pequeño salón por hacerle el gusto.
Ese día era especial para mí, creo que no he dicho aún que era mi cumpleaños. Sí, como el niño Jesús nací un veinticinco de diciembre.
En esa época no se usaba lo de regalar en Papá Noel, pero no faltaron los regalos por mi cumpleaños. Mis padres me hicieron varios y como siempre acertaron, pero me emocionó la sorpresa que me tenía preparada Pedrín, una bata como la que usaban mis padres y el mismo Pedrín en la farmacia. La había hecho él, perfecta de medidas y con mi nombre impecablemente bordado. Me quedaba como un guante y estaba deseando volver a la farmacia para ponérmela. 
Ese día yo cumplía la misma edad que mi hermana, once años, y se lo recordé:
-Ahora tenemos la misma edad, así que deja de ser una abusona con eso de que eres la mayor.
-Pareces tonto, yo nací primero, siempre seré la mayor, parece mentira que no lo entiendas.
-No te pases, legalmente tenemos la misma edad y eso es lo que cuenta.
Esa conversación que se convertía en un bucle absurdo se repetía año tras año.
Como siempre, intervino mi madre dándonos un capón para que tuviéramos la fiesta en paz y como siempre, funcionó.
Después de la comida y de los regalos nos pusimos a charlar, Celeste les recordó a mis padres que faltaba poco para que ella cumpliera en enero y que esperaba recibir como regalo el violín que llevaba tiempo pidiendo.
Hacía un curso que había comenzado en el conservatorio, había hecho primero de solfeo y lo suyo es que continuara el siguiente haciendo segundo de solfeo y primero del instrumento que eligiera.
Ella ya tenía claro lo que quería hacer cuando fuera mayor, directora de orquesta. Según ella comenzaría por el violín para luego estudiar piano, normalmente el tocar más de un instrumento se valora en ese oficio. 
Mis padres estaban disgustados porque Celeste sin llegar a suspender en el colegio había bajado su rendimiento, temían que si le dedicaba más tiempo al conservatorio sus notas empeorasen.
Como ya dije en su momento, no solo estábamos en el mismo curso, sino que íbamos a la misma clase. Yo siempre sacaba buenas notas, así que mis padres le hicieron prometer a Celeste que se pondría "bajo mi tutela" para los estudios. 
Aquello era un castigo para mí, aunque me callé, pero ella puso su mejor cara de niña buena prometiendo que dejaría que yo la ayudara antes de los exámenes y con cualquier duda. Por debajo de la mesa me pellizcó en el muslo, era su manera de advertirme que bajo ningún concepto iba a cederme el protagonismo aunque yo me viera obligado a ayudarla con sus estudios. 
No me pareció bien chivarme, ya tenía once años, tendría que aprender a defenderme de otra manera más adulta, así que le solté que yo la ayudaría con los estudios si hacía falta, pero que pusiera los pies en la tierra, las orquestas eran dirigidas desde siempre por hombres, no iba a poder hacer su sueño realidad.
Ese era su punto débil y se lanzó dialécticamente en mi contra. Si en los últimos días sin venir a cuento me llamaba racista, se desahogó tildándome también de machista. Desarrolló airada un discurso: con mentes como la mía no se podía cambiar el mundo, y había que hacerlo para que las mujeres pudieran ser directoras de orquesta  o lo que les diera la gana. Su cara parecía fuego, estaba enfadada de verdad, pero yo solo había dicho una realidad, no tenía la culpa de que el mundo fuera como fuera. Pedrín sacó la tarta de mi cumpleaños como maniobra de distracción y mi padre puso un disco de música clásica, ya se sabe, la música amansa a las fieras. A mi hermana también la calmaba el chocolate y se abalanzó sobre mi tarta como si fuera suya, pero lo di por bueno si se tranquilizaba y nos dejaba un buen trozo a los demás.
No sé porqué, pero me imaginé a mi hermana dirigiendo una orquesta, estaba claro que si algo le sobraba era el don de mando que se le presupone a un director de orquesta y de carisma andaba sobrada.
Yo no soy de presentimientos, pero ese veinticinco de diciembre supe que mi hermana terminaría cumpliendo su deseo, aunque tuviera que cargarse uno por uno a todos los directores de orquesta del mundo. 

Continuará. 


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