El tiempo siguió caminando sin importarle los pasos ajenos y nos vimos ante las puertas de lo que en nuestra época se llamaba Selectividad.
Yo sabía lo que quería hacer con mi vida, pero temía la reacción de mis padres cuando preguntaban que carrera pensaba estudiar y les daba largas aduciendo que no lo tenía claro.
Tú, Cecilia, tendrías que mudarte temporalmente a Tenerife, pues aquí en Gran Canaria no hubieras podido estudiar Filosofía; Lali pensaba hacer algo de contabilidad, le gustaba y trabajaría en la empresa de venta de muebles que tenía la familia.
Los tres aprobamos, yo con unas notas excelentes que me abrían las puertas a cualquier carrera, el pequeño detalle que no le había querido contar a mis padres, era que no iba a hacer ninguna, opositaría para entrar en Correos. Yo quería ser cartero.
Ya me imaginaba que no les haría gracia, pero no esperaba la bomba que explotó en casa cuando no tuve más remedio que decirlo.
Mi madre tenía dibujada en su rostro la decepción, aunque se limitó a preguntarme si lo había pensado bien, pero mi padre puso el grito en el cielo, que si vaya desperdicio, que se había sacrificado trabajando como un condenado para poderme pagar la carrera que eligiera para nada, que lo iba a avergonzar...
Tenía mil argumentos contra la opinión de mi padre, pero solo iba a conseguir hacerlo sentir mal,
¿acaso me convertía en mal hijo por no querer terminar amargado como él con un trabajo que me robara la vida?
De todo lo que dijo lo que más me dolió fue que lo iba a avergonzar; mi abuelo que sabía leerme los sentimientos hizo lo que no solía, intervenir en la discusión .
-Hijo, estás siendo injusto con Daniel, vergüenza sería que fuera un gandul y no quisiera estudiar o trabajar, que robara, que fuera un mariguanao, que no respetara la familia, qué se yo, pero es un chico responsable que ha elegido su camino y lo debes aceptar. ¿Acaso cuándo te aconsejé que no cogieras ese trabajo que te iba a dejar sin juventud y sin vida familiar me hiciste caso?
-Lo defiendes porque en el fondo Daniel es como tú, con la cabeza llena de pájaros, ¿qué vida le espera si se hace cartero?
-Seguramente una más feliz que la tuya hijo, que vives amargado.
Mi madre dijo que mejor dejar aquella discusión que estaba entrando en el terreno de los reproches y terminaría por dañarnos a todos.
-Está bien, dijo mi padre, haz lo que te dé la gana, pero no cuentes conmigo para que te apoye con esa locura. Cartero, un hijo cartero, lo que me faltaba...
Los días siguientes fueron tensos, aunque contar con el apoyo de mi abuelo suavizó mi maltrecho corazón. Entre la disputa familiar y que tú Cecilia, tendrías que irte, me sentía como si estuviera de luto.
Ya estabas a punto de irte a Tenerife y no sabía si sincerarme sobre mis sentimientos. Quedamos el día antes de tu partida y sencillamente pasó, o dejé que pasara, no sé, el caso es que mi corazón viajó a mis manos y te cogí la cara mientras te preguntaba:
-¿Tú sabes qué yo te quiero?
Pude darme cuenta de que no te lo esperabas, las yemas de mis dedos percibieron el calor que de repente desprendías nerviosa y como susurrando contestaste:
-Dani, yo también te quiero, pero no sé si de la misma forma.
-No importa, cuando lo sepas te estaré esperando.
Te fuiste a iniciar tu carrera y la palabra agridulce se me instaló dentro, así me sentía, por una parte feliz al saberme poseedor de alguna esperanza y por otra impotente ante el mar de olas que nos mantendría separados.
Ahuyentando los pesares me centré en sacar las oposiciones; no me preocupaba el examen teórico, pero tenía que preparar bien la parte física, así que dispuesto me apunté en un gimnasio para poder alcanzar los requisitos necesarios. Y quedaba otra circunstancia pendiente, sacar el carnet de conducir que necesitaría para trabajar en Correos.
Todo eso me iba a mantener ocupado hasta que llegaran las navidades y Cecilia volviera a pasar un par de semanas.
Las oposiciones se convocaron antes de lo previsto, en 9 meses serían los exámenes. Eso me preocupó en un principio y mi padre se encargó de acrecentar mis temores.
Dijo que para aprobar una oposición se necesitaban mínimo un par de años, que estaba loco si pensaba aprobarlas con tan poco tiempo para prepararlas.
Con la tozudez de mis 18 años le aseguré que las sacaría, pero necesitaba su ayuda económica para la academia donde me prepararían, el gimnasio y costear el carnet de conducir.
Me hizo prometer que si suspendía trabajaría ese año con él hasta que me pudiera matricular en alguna carrera, no tiraba la toalla.
Y yo, como si le estuviera vendiendo mi alma al diablo lo prometí.
Tú, mi Cecilia, ya te habías marchado a Tenerife, pero tenía tan ocupada mi mente con las oposiciones y el carnet, que solo me permitía extrañarte por las noches, cuando rendido caía en la cama y tu ausencia me desarmaba.
Continuará.
Me encanta que persiga su sueño, los sueños no se deben abandonar nunca. Que pasará con Cecilia??? Amiga una historia preciosa. Un abrazo enorme😘😘😘
ResponderEliminarGracias Astrid, otro abrazo para ti.
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