La luna de miel les duró a la pareja en el ánimo mientras continuaban con sus haceres propios. Manuel con su apego y amor por la tierra atendía a las plataneras; les hablaba diciéndoles que no tenían que sentir celos aunque tuvieran que compartirse con su nueva amante, su María. Y ella se dedicaba a los animales, a la huertita, a la casa.... notando como la orografía de su cuerpo cambiaba por el embarazo.
Nadie le había dicho que estar en tal estado suponía sentir un calor intenso y constante, como si una bola de fuego la traspasara de dentro hacia fuera. Consultaba a las que ya eran madres y la tranquilizaban diciéndole que eran cosas propias del embarazo, aunque en verdad ninguna había sufrido aquellos ardores.
Como no podía ser de otra manera, en pleno agosto, con un sol que rajaba las piedras y a la hora de mayor canícula, María rompió aguas. Salió Manuel nervioso a buscar a la comadrona para que la atendiera ante el inminente parto.
María le dijo que tuviera cuidado en el camino, que no se preocupara, que parir no se hacía en una hora, lo que él tardaría en volver con la partera, pero Manuel forzó a su vieja camioneta para regresar lo antes posible.
Al llegar encontraron a María con la criatura pegada a su pecho, apenas tapada la niña con el delantal de su madre.
Manuel y la partera no se podían creer lo rápido que había sido el parto de la primeriza.
El padre emocionado se acercó a ver la cara de su hija y orgulloso constató que se parecía mucho a él, pero lo que no esperaba al retirar el delantal que tapaba la cabeza, fue descubrir el pelo rojo de la recién nacida.
También le extrañó a la matrona, que solo pudo cortar el cordón umbilical y comprobar que la niña estaba bien.
La única que no se sorprendió de parir a una pelirroja fue María, sin poder apartar la vista de aquel cabello que parecía una llama viva. Recordó la noche en que la concibieron y el fuego que el volcán derramó, comprendiendo que no era la única madre de aquella criatura.
Lava, dijo, la niña se llamará Lava.
Lava parecía saludable, cuando tenía hambre lloraba con una intensidad impropia de un recién nacido, se cogía al pecho materno con fuerza, pero a la madre le preocupaba la alta temperatura que desprendía aquel cuerpo pequeño.
La llevaron a un médico, que salvo el calor que emanaba su cuerpo, no encontró nada anómalo en la niña. Será su temperatura normal, dijo a los padres.
Lava fue creciendo sana y vigorosa, mostrando el carácter ardiente que la acompañaría toda su vida. Manuel por aquellos días se aventuró a exportar su cosecha de plátanos con mejores resultados de los esperados y decía que la niña había venido con un pan debajo del brazo. María socarrona pensaba que con una manilla de plátanos.
Vivieron tiempos favorables.
Lava según pasaba el tiempo demostraba la energía de su personalidad. Impaciente, ante cualquier percance se encendía, además, había que vigilarla de cerca por la atracción que la hacía acercarse más de la cuenta a cualquier llama prendida.
Llamaba la atención de todos el color vivo de su pelo, que crecía rebelde a cualquier intento materno de domarlo peine en mano.
Manuel y María querían tener otro hijo, les extrañaba que no se repitiera la fertilidad primera, pero no desistían y cualquier momento les venía bien para hacer sonar el cabecero de su cama.
Una fría mañana se ovillaron entre las sábanas para darse calor y cuando se dieron cuenta terminaron consumando. Un ruido externo los distrajo y salieron a ver que lo producía.
Quedaron mudos al ver como caían copos de nieve. Aquello era tan inusual en su isla bonita, que Manuel entró a buscar a Lava para que viera la inesperada nevada.
Mientras, una atónita María, volvió a sentir el escalofrío de la primera vez que quedó embarazada y supo que volvía a estarlo.
Si la primera vez engendró bajo el fuego, ¿qué podía esperar de esta nueva concepción bajo la nieve?
Continuará.
Lava, me encanta, cómo será ese segundo embarazo y ese bebé? El yin y el yan.... impaciente por el próximo capítulo. Un fuerte abrazo amiga 😘😘
ResponderEliminarGracias guapa, besossssss.
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