Tan segura estaba María de estar embarazada, que no esperó a que le faltara la menstruación para darle la noticia a Manuel. No erró con su temprano vaticinio.
Lava era muy pequeña para entender que pronto tendría compañía y los padres esperaban felices ver crecer a su familia.
Todo iba bien, excepto el frío que María sintió durante 9 meses y que no atajaba con ningún abrigo.
Esta vez el parto se produjo en invierno y cuando llegó el momento no fue tan rápido como el primero. La partera no solo llegó a tiempo, sino que tuvo que esperar durante un día a que la nueva criatura se decidiera a salir.
Se produjo al fin el alumbramiento y dieron la bienvenida a otra niña.
Se parecía mucho a su hermana, aunque su piel era tan clara que se le veían las venas azules como ríos en un mapa. Y algo más que los sorprendió, tenía un espeso pelo oscuro como la noche, cruzado por un mechón blanco como luz de luna.
Cuando la madre vio aquel mechón blanco, otro escalofrío la erizó, viniendo a su memoria la nevada del día de su concepción.
Nieves, dijo segura. La niña se llamará Nieves.
Nieves estaba sana, aunque era demasiado friolera. Ningún abrigo parecía suficiente para cumplir su cometido; solo parecía entrar en calor cuando estaba junto a Lava, como si la temperatura de su hermana la templara.
Eran tan diferentes aquellas niñas que nadie hubiera pensado que se llevarían bien, pero así fue, el carácter fogoso de Lava se apaciguaba con el temperamento frío de Nieves.
Crecieron juntas como siamesas, cómplices en sus juegos infantiles que solo ellas sabían desentrañar.
A Lava le gustaba andar por el paisaje lunar que había dejado el fluir del volcán años atrás, se tumbaba en el suelo y le decía a Nieves que escuchaba el latido de la Tierra y cuando le tocaba elegir a Nieves donde jugar, la llevaba a la cumbre, inventando cuentos de témpanos y hadas heladas.
Manuel y María orgullosos veían crecer a aquellas niñas tan unidas. A Manuel el negocio de la exportación de plátanos le daba sus buenos duros, que iba guardando con la idea de construir dos casas junto a la familiar y vivir siempre juntos, imaginando nietos jugando por sus lares.
Las hermanas se fueron trasformando en dos hermosas adolescentes. Lava no pasaba desapercibida con su larga cabellera rebelde de fuego y Nieves no era menos con el mechón blanco que iluminaba su pelo azabache.
A donde fueran, siempre había algún moscón alrededor de ellas. Los chicos se volvían como tontos ante la extraña belleza de las hermanas, sin ser capaces de decidir cual era más hermosa.
Ellas se daban cuenta de la perturbación que producían en el género masculino y sabiendo que llegaría el momento en que ellas mismas se enamoraran, hicieron un juramento.
Nunca pelearían por chico alguno, ni se interpondrían en las futuras relaciones que surgieran.
A Nieves le bastaba con la palabra que se dieron, pero Lava, intensa como llama, quiso que sellaran aquel pacto con sangre.
Con una afilada piedra lávica le hizo a Nieves un mínimo corte que apenas soltó unas gotas, pero Lava se profirió una herida más grande.
Intercambiaron las sangres, seguras de no romper jamás la promesa hecha.
A los pocos días la herida de Lava se puso fea, le supuraba y le dolía, pero tuvo que ser Nieves la que alertara a la madre, que preocupada vio que no era un simple rasguño.
El corte se había infectado, tuvieron que abrirla para limpiar bien y cerrarla con puntos de sutura.
Nieves se sentía culpable por la larga cicatriz que luciría su hermana en el antebrazo izquierdo, pero Lava dijo que así nunca podría olvidar el juramento hecho.
Continuará.
Me gusta este relato, un poco diabólica Lava....Un abrazo fuerte amiga😘😘
ResponderEliminarYa verás como en los siguientes capítulos comienzan a pasar cosas.
ResponderEliminarSeguro que te metes en la historia y la disfrutas amiga.
Un abrazo.