Al enterarse el resto de la familia de la atípica boda que el abuelo había forzado, el interés se centró en el embarazo de Gara. Tiempos vendrían para tules y flores.
Las futuras abuelas y al mismo tiempo tías-abuelas se ocuparon de pedir cita con una ginecóloga. Ni Gara sabía de cuánto tiempo estaba.
Ya todos habían asumido el embarazo y no ocultaban la ilusión de tener un bebé en la familia, hasta Manuel parecía contento. No era tan mayor para ser bisabuelo y eso le permitiría disfrutar de la criatura.
Acudieron Gara y Jonay con sus respectivas madres a la primera revisión. Nieve y Lava estaban tan emocionadas delante del ecógrafo que empezaron a enredarse en palabras. La ginecóloga las tuvo que echar de la consulta, quedando así con Gara y Jonay.
La ecografía mostró algo que no gustó a la ginecóloga, les dijo que esperaran un par de semanas y volvieran para repetirla, pero solo pudo afirmar con seguridad que eran dos niñas.
Los futuros padres anunciaron a la familia que venían dos niñas, ocultando que quizá algo no iba bien al no estar seguros. Una inquietud puñetera los mantuvo contando los días que faltaban para el próximo reconocimiento.
En la nueva ecografía la ginecóloga pudo confirmar lo que sospechaba y le explicó a los jóvenes que estaría más que justificado si decidían no llevar a término el embarazo.
Les bastó mirarse para saber que pensaban lo mismo: las niñas nacerían, se merecían esa oportunidad.
Decidieron no preocupar a nadie y se guardaron el secreto.
El embarazo siguió su curso y notaba Lava a Gara tristona, pero pensaba que sería por el revoltijo hormonal propio de su estado.
También Nieves observaba que Jonay estaba raro, no era el chico alegre de siempre. Racionalizando se dijo que sería por la responsabilidad que se multiplicaba por dos al esperar gemelas.
La futura bisabuela María tejía cuando tenía tiempo libre mantitas y pijamas infantiles, rezando porque todo saliera bien. Un extraño presentimiento le decía que algo inesperado los acechaba.
Gara cada día se sentía más cansada con la enorme barriga que le impedía cosas tan sencillas como cortarse las uñas de los pies, dormir por las noches era misión imposible y seguía levantándose de madrugada a comer naranjas chinas, mientras rogaba a la vida que no fuera demasiado puñetera con sus niñas.
Gara y Jonay pactaron que cada uno elegiría un nombre para sus hijas y que lo dirían cuando nacieran.
A pesar del temor que sentía la pareja por el futuro de las niñas, deseaban que llegara el momento de su nacimiento. La incertidumbre es mala compañera.
Antes de la fecha prevista para el parto, Gara rompió aguas. Una inesperada tranquilidad se adueñó de ella. La suerte está echada y será lo que será, dijo a un nervioso Jonay que no atinaba ni a encontrar las llaves del coche para llevarla a la Maternidad.
Toda la familia quiso acompañarlos, pero una serena Gara les dijo que aguardaran en la casa, que solo la podía acompañar en el parto Jonay y que en cuanto se produjera el nacimiento los llamaría, de nada iba a servir comerse las uñas en la sala de espera.
Por supuesto nadie obedeció la sensata propuesta, esperaron a que los jóvenes partieran para montarse en sus coches y dirigirse al hospital, ansiosos por conocer a las niñas.
La comadrona les dijo que el parto no era inminente, que si quería Jonay salir a llamar por teléfono o a tomar algo tenía tiempo de sobra. El joven pensó que sería buena idea llamar para tranquilizar a su familia, pero no hizo falta, allí estaban todos.
Los seis al ver a Jonay se abalanzaron preguntando al mismo tiempo. El barullo que formaron no era apropiado en aquel lugar y una celadora les pidió que bajaran la voz.
María tomó el mando y los sacó a la calle.
Con los nervios ni se habían dado cuenta de que había anochecido y el cielo les regaló la visión de una inesperada y hermosa lluvia de estrellas que los hizo callar. Los deseos que pidieron tuvieron el mismo destinatario, las niñas que estaban por nacer.
Tras una larga madrugada, salió al fin Jonay a avisar a los suyos de que podían pasar de dos en dos a ver a Gara y a sus niñas.
Todos se encontraron con el mismo destino, una Gara agotada que miraba embobada a sus hijas.
Dos niñas preciosas, chiquititas, idénticas, con las caritas regadas de pecas, como si la lluvia de estrellas hubiera querido dejar su impronta en ellas.
Babeaban ante la imagen de las recién nacidas y todos sintieron un escalofrío al retirar Jonay la mantita que las tapaba.
Las niñas estaban unidas a la altura de sus caderas; las dos sumaban dos piernas.
Eran siamesas.
Continuará.
En esta historia cada capítulo supera al anterior...que pasará en el siguiente??Un fuerte abrazo amiga 😘
ResponderEliminarPues tenemos nuevos personajes. ¿Qué nos contarán?
ResponderEliminarYa sabes Astrid, te espero en el próximo capítulo.
Un abrazo virtual.