El trago de agua que bebió Espe le aclaró la garganta, dando paso al siguiente relato:
"Sobre los años 30 del siglo XX, una familia se puso de acuerdo para alquilar una guagua y pasar un día diferente, juntos y fuera de la ciudad.
En aquel vehículo iba una mujer con un bebé de meses entre sus brazos.
Un accidente transformó el día feliz que se habían imaginado en una tragedia, pues la mujer que portaba al niño pequeño recibió un golpe que le costó la vida, saliendo disparado su hijo a través de una ventana abierta.
El bebé terminó en el suelo de la calle. Dos monjas que pasaban por allí se tropezaron con el bulto de mantas que probablemente salvaron la vida al menor y sin dudarlo lo cogieron y se lo llevaron.
Quedaron en shock los que iban en aquella maldita guagua conmocionados por la muerte prematura de la mujer. Tanto, que en un primer momento nadie se percató de que faltaba el miembro más joven de aquella familia.
Cuando por fin lo echaron de menos, pensaron que estaría a cargo de alguno de los integrantes de la nefasta excursión. Unos pensaron que lo tendrían los otros y viceversa.
Pero no, el niño no estaba con ninguno de ellos.
Cuando se dieron cuenta de que misteriosamente había desaparecido acudieron a la policía y la noticia salió en la prensa de la época.
El hecho llegó a oídos de las monjas que pasados unos días devolvieron al bebé a la familia.
El niño era el pequeño de 4 hermanos y además de la desgracia de perder de aquella manera a su madre, se tuvo que conformar con un padre poco generoso con sus hijos.
Fue criado por algunas tías de la familia y por su hermana, que apenas le llevaba unos años.
Corrían tiempos convulsos, difíciles, donde la procedencia humilde no ayudaba a prosperar.
Aquel niño tuvo que pelearse a menudo con la vida, convirtiéndose en un joven guapo y demasiado delgado, flaco de hambre y de afectos.
Conoció a una muchacha bonita por dentro y por fuera, la compañera de viaje que necesitaba.
El joven quería por encima de todo formar una familia con aquella mujer, una familia completa donde hubiera una madre, un padre y los hijos que vinieran....Y con una mano delante y otra detrás se casaron.
No tenían nada, pues hasta el día de su boda fue obligado a entregar al padre el sueldo íntegro que cobraba.
Alguien debió regalarles la luna de miel: pasar la noche en una casa de campo. Siempre recordarían la plaga de langostas que aquel 2 de febrero terminó con las hojas de los árboles y cubrió como una nube el paisaje.
Se fueron a vivir a casa de un hermano de la recién casada, con la idea de ir reuniendo hasta que pudieran pagar su propio techo.
Al año vino el primer hijo, que nació en aquella casa que compartían hasta que pudieron pagar la entrada para una de protección oficial, con la ilusión de convertirla en hogar.
Con lo mínimo, pero era por fin su casa.
Nació una segunda hija, luego vino la tercera y por último otro niño.
Fueron años de muchos esfuerzos, donde un trabajo no daba para vivir. Por ello el joven trabajaba en un hotel de día y de noche de camarero en un bar. Su mujer cosía en la casa "para la calle" y poco a poco fueron cumpliendo su sueño de que a sus hijos no les faltara de nada.
Así fue, lujos nunca hubieron, pero los cuatros hijos tuvieron cubiertas sus necesidades.
Como en toda historia, hubieron momentos buenos y otros duros, como cuando una enfermedad mal diagnosticada sentenció a muerte al primer hijo de la pareja. Por fortuna los peores pronósticos no se materializaron, pero el sufrimiento de aquellos padres quedaría grabado a fuego.
Tocara lo que tocara, para bien o para mal, aquella pareja siempre que caminaba por la calle iba del brazo. Orgullos y felices de tenerse el uno al otro.
Fue pasando la vida, los hijos crecían, la situación económica permitió que el joven pudiera centrarse en un solo trabajo y la mujer siguió aportando a la economía familiar lo logrado con la aguja, sus ojos y sus manos.
El hombre ante las personas más allegadas se lamentaba de que la tercera hija le había salido rebelde, pero ya se sabe, siempre tiene que haber un hijo o hija diferente.
Nunca dijo "te quiero" a sus hijos, básicamente porque nadie lo había enseñado, pero con su forma de actuar nunca hubo la más mínima duda. Aquel hombre, junto a su mujer, dieron mucho amor.
El final de su vida fue temprana y amarga, un cáncer se lo llevó a sus 59 años.
Al igual que su infancia trágica, tuvo un triste y temprano final.
Pero lo importante de esta historia, obviando el paréntesis de su dura niñez y del cruel final, es que durante el MIENTRAS, vivió".
Nota:
Esta historia con circunstancias que parecen salidas de una imaginación frondosa es real.
El niño que salió volando por la ventana de la guagua fue mi padre.
Cuando era chica me preguntaba por qué mi padre no nos dejaba ir a ninguna excursión que se organizara en el colegio y que necesitara un transporte comunitario.
Hasta que mi madre me contó lo del accidente donde murió mi abuela paterna y lo comprendí.
Esta historia me fascinó y apenó a partes iguales y nunca se la oí contar a mi padre, siempre era mi madre quien la relataba. Recuerdo haber leído un recorte de periódico que mi madre guardaba, donde se contaba el fatal accidente y la extraña desaparición del menor. Lástima que se haya perdido quién sabe donde.
Con el tiempo -a base de insistencia y mil explicaciones que aseguraban que nada malo iba a suceder- conseguí que mi padre autorizara aquellas salidas, contenta de haber contribuido a que mi padre superara su trauma. Pero no sé yo.....
Ahora es cuando me vengo a dar cuenta de lo mal que lo tenía que pasar hasta que nos veía llegar sanos y salvos.
Por cierto, la tercera hija rebelde que le tocó en suerte soy yo.
Para ti papá, te lo debía.
Continuará.
Muy bonito mamá 🤎🤎🤎
ResponderEliminarHay tantas historias familiares.....
ResponderEliminarUn abrazo hijo.
Precioso relato amiga, tu padre estaría feliz de ver lo bien que escribe la chiquilla rebelde que el quería y protegía 😘😘😘😘
ResponderEliminarQué bonito tu comentario Astrid.
ResponderEliminarUn abrazo amiga.
Hola Hermanita! Desde que empecé a leer supe que te referías a Papá. Lo he leído con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, igual que ahora que escribo . Muchos besos. Cuídate mucho de parte de tu hermano.
ResponderEliminarA mí también me acompañó alguna lágrima mientras lo escribía, pero me pareció que papá se merecía este pequeño homenaje.
ResponderEliminarUn abrazo hermano.