jueves, 4 de agosto de 2022

Secretos de familia. Capítulo IV.

 Al poco de casarse Violeta le preguntó a su suegra que hacía con la numerosa fruta que daban los árboles plantados y supo que aparte del consumo propio lo demás se regalaba a algún vecino, o hacían trueques por verduras y huevos.
La joven era emprendedora y había pasado media vida entre fogones. Siempre había pensado en crear un negocio propio, algo relacionado con su pasión por la repostería.
Fruta había de sobra y si seguían plantando árboles las cosechas aumentarían. Por ello le propuso a su suegra hacer mermeladas y venderlas. Para empezar solo necesitarían azúcar y botes de cristal, la materia prima la tenían al alcance de la mano. Julia le dijo que por intentarlo no perdían nada. 
Violeta plantó fresas, mientras tenían otras frutas para arrancar con su idea.
Pronto comenzó a acumular botes de cristal que cambiaba por parte de la fruta ya recolectada, también obtuvo así el azúcar que necesitaba y su suegra, viéndola tan entusiasmada recordó un mantel de cuadraditos blancos y rojos de su ajuar y no dudó en hacer pequeños recortes que sirvieran para tapar los botes de cristal.  
El incipiente negocio ya tenía nombre: Las mermeladas de Violeta.

La vida seguía su curso, Ernesto a punto de terminar de exprimir aquella tierra que no le devolvía nada, con el añadido de los fogones que inundaban de aromas exquisitos sus existencias. 

Julia guardaba su propio secreto, cuando perdió a su hijo mayor y a su marido en aquella nefasta guerra, murió por dentro. Apenas pudo juntar las fuerzas mínimas para sacar a su hijo adelante, pero se había prometido que en cuanto lo viera autosuficiente y acompañado, se dejaría morir.
Ese momento había llegado, pero sus manos eran necesarias en la empresa que había emprendido su nuera. Así se obligó a esconder la pena que durante tantos años le había roído el alma posponiendo la decisión que la apartaría del dolor acumulado.

Sacó cordeles de algún sitio y los cortó para que rodearan las tapas de tela que ya había preparado. Le gustó el resultado. Siempre se le había dado bien pintar y le parecía buena idea que el producto final estuviera personalizado. Pincel en mano realizó una pequeña violeta en lo que sería la etiqueta.
A su nuera le encantó, pero le dijo a Julia que no le quería dar más trabajo.
-Mira niña, mientras aporto mi granito de arena tengo la mente ocupada y me olvido de las nubes que se empeñan en oscurecerme el ánimo.
Aquellos botes eran bonitos, pero el contenido era aún mejor. Violeta elaboraba unas deliciosas  mermeladas.
La joven las llevó de varios sabores a la tasca donde su madre trabajaba de cocinera y regaló algunas a los vecinos.  A todos les encantó aquella confitura tan bien presentada y comenzaron los pedidos.
Invirtió el dinero ganado en comprar botes de cristal y azúcar. Pronto la cocina se les hizo pequeña y Ernesto les propuso ampliarla, sitio había de sobra. 
El negocio iba mejor de lo esperado, aunque las ganancias las invertían en mejorarlo.
Se amplió la cocina, compraron fogones y calderos más grandes... Julia y Violeta no le tenían miedo al trabajo y pasaban las horas entre aquellos olores que hacían olvidar las penas a cualquiera.

Mientras, Ernesto terminó su búsqueda en aquellas hectáreas sin encontrar nada. Se dijo que en algún sitio lo esperaban los diamantes, si tenía que excavar más hondo lo haría.

Suegra y nuera fueron intimando entre perolas y canastos llenos de frutas y en ese oloroso ambiente de trabajo se atrevió al fin Violeta a preguntarle lo que a veces había pensado.
-Julia, ese empeño de tu hijo con las tierras.... no sé, pero después de hurgar en tantos sitios sin encontrar nada.... ¿y si por lo que fuera esos diamantes nunca existieron?
-Mira niña, esa chifladura le entró al tiempo de partir su padre y su hermano. Ernesto cayó enfermo y fue cuando me dijo que su padre le había dicho lo de los diamantes, pero la verdad, a veces creo que esa idea es fruto de los delirios que le produjeron las fiebres tan altas que tuvo. Pero una vez se lo insinué y me juró y perjuró que su padre mantuvo realmente esa conversación con él.
Además, si realmente esos diamantes existieran, ¿por qué mi marido no me lo dijo a mí? 
-No sé Julia, veta a saber si tu hijo ha perdido parte de su niñez y de su juventud buscando algo que no existe. Pero sinceramente, esa motivación que tiene le da fuerzas en su vida y no le hace daño a nadie. Yo no soy capaz de decirle que lo olvide. 
-Yo pienso igual... Mira, es buen hijo y marido, cumple en la imprenta. ¿Qué quiere dedicar parte de sus horas libres a eso? Peor sería que le diera por tirar piedras.
Y seguro que en cuanto tenga a su primer hijo va a tener otras motivaciones.
-Ay suegra, si no estoy equivocada eso va a ser más pronto que tarde. 

Continuará.





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