jueves, 11 de agosto de 2022

Secretos de familia. Capítulo V.

 Acudió Violeta al médico para que confirmara el embarazo por mera formalidad conocedora de su estado.
Las náuseas mañaneras de los primeros meses la tenían en un sinvivir, solo desaparecían respirando el aroma dulzón que dominaba en la cocina donde elaboraba sus mermeladas. También padecía acidez de estómago, tan desagradable que le hacía perder su habitual buen humor.
Una mañana que estaba recogiendo fresas se llevó a la boca una flor que crecía cerca, sorprendiéndose al ver que la dichosa acidez se aliviaba. Llenó un cesto de mimbre con todas las flores que encontró para irlas consumiendo poco a poco. 
Las costuras de su cuerpo comenzaron el inevitable cambio, pero mientras oliera el azucarado olor de sus  elaboraciones y tuviera a mano alguna flor que le alejara los ardores, era feliz sintiendo la vida nueva que la habitaba.
Dulce, le dijo a su marido, si es niña la llamaremos Dulce.
Se le ocurrió añadir a sus mermeladas algunas flores silvestres sin decir nada. Quería constatar que los demás apreciaran al igual que ella la exquisitez resultante.
Su clientela aumentó tanto, que se decidió con su suegra a vender allí mismo sus mermeladas.
Pidieron algún permiso y Ernesto habilitó en la cocina una especie de mostrador donde atendían a los clientes.
Todos le preguntaban que tenía aquel producto que lo convertía en una delicia, pero Julia, su suegra, le aconsejó que no lo revelara, que mantuviera el secreto. 
-Niña, yo sé que son las flores lo que han mejorado tus mermeladas, pero cada persona debe tener un secreto. Ese es el tuyo, guárdalo. 
-Qué cosas tienes suegra, además si tú lo sabes ya no es un secreto.
-No te preocupes, yo me voy a morir pronto y ese secreto te pertenece. 

Ernesto seguía trabajando en la imprenta. El tiempo libre lo dedicaba a Violeta, ilusionado ante la paternidad que se avecinaba, pero sin dejar de buscar lo enterrado; cada día ocupaba algunas horas excavando en lo ya excavado.
Julia esperaba ilusionada el nacimiento de su nieta. Tenía el presentimiento de que sería una niña.
Le hacía bien estar enredada en el negocio de su nuera ayudando en lo que podía, pero su voz interior le recordaba que en cuanto no hiciera falta moriría. Los buenos aires que arropaban a su familia no eran suficientes para matar en sus entrañas al monstruo de las ausencias que la arañaba por dentro.

El embarazo de Violeta llegó a término y pudieron por fin ver la cara de la recién nacida, una niña perfecta y tranquila que no les dio ni una mala noche. Como había dicho su madre, la llamaron Dulce.

Pasaron unos años y cuando Dulce cumplió los siete, su padre consideró que ya tenía edad de conocer el secreto del esquivo tesoro. Le contó lo que la tierra escondía y le propuso que lo ayudara, eso sí, no se lo podía contar a nadie. Esto último hizo que la ilusión inicial de la niña se desinflara, pero no quería decepcionar a su padre y le juró que nunca lo contaría.
Pasó muchas tardes con una pequeña pala que más que horadar le hacía cosquillas a la tierra. Su padre sabía que la niña poco iba a encontrar, pero saberse con ella en aquel empeño lo enorgullecía. 
Pero el impulso inicial de Dulce se volvió aburrimiento y se dedicó a ir detrás de los agujeros que su padre realizaba para enterrar en ellos sus ya deteriorados tesoros: la cabeza de su Nancy favorita, las cuentas de algún collar roto.....
Cuando Ernesto se percató de que la niña se aburría le dijo que ya lo había ayudado bastante, que ya se las apañaba él solo.

Julia se dijo que todo estaba en orden. Su hijo, nuera y nieta ya no la necesitaban. Ni siquiera le preocupaba la obsesión de Ernesto con la tierra, los habría con desatinos peores.
Preparó una cena especial y rodeada de los suyos les anunció que había llegado el momento de su partida. Les pidió respeto y que no la juzgaran. No podía luchar contra el agujero negro que seguía creciendo en su interior, a pesar de los años pasados desde las muertes de su hijo mayor y su marido.
Pidió un último deseo: que la enterraran en la finca familiar junto a la foto de los fallecidos.
Ernesto y Violeta la intentaron convencer para que no recurriera al suicidio, pero Julia les aseguró que no sucedería de esa forma. Sencillamente pensaba acostarse en su cama esa noche para no volver a despertar. 
Ellos lo tomaron como una chifladura pasajera, nadie se muere solo por desearlo, se dijeron convencidos. 
La única que creyó a Julia fue su nieta, que le dio lo que sabía sería el último abrazo.

Continuará.






2 comentarios:

  1. Qué interesante amiga, a ver si ahora va a aparecer el ansiado secreto....me encanta. Un súper abrazo😘😘😘😘😘😘

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  2. El tesoro existirá o no. Habrá que seguir leyendo, jjj.
    Un beso amiga.

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