Y en este punto aparezco yo en esta historia, con los apellidos de mi madre y llamado Ernesto como mi abuelo.
Por más que mis abuelos se empeñaron en saber quien era mi padre biológico no obtuvieron respuesta. Se echaron a la espalda las murmuraciones ajenas ante el prematuro embarazo adolescente y la apoyaron en todo lo que pudieron. Me acogieron más como un hijo que como un nieto y ella pudo continuar con sus estudios.
Si tuviera que definir mi infancia diría "olores". Los aromas de la tierra escarbada, los efluvios dulces de la cocina donde mi abuela elaboraba sus mermeladas y los del aguarrás mezclado con las pinturas que impregnaban el taller donde mi madre pintaba. Todos me gustaban.
Fui un niño querido, feliz.
Siempre llamé mamá a mi abuela, sabía que mi madre era Dulce y ella ejerció como tal, pero debido a sus estudios mi abuela se ocupaba de mí a diario. Y mi abuelo... mi abuelo era todo un personaje al que yo adoraba.
Mi madre terminó Bellas Artes sabiendo que ganar dinero con aquella profesión no sería fácil. Empezaba la informática a tener un papel predominante en todos los aspectos y mi madre que supo verlo comenzó a estudiar diseño gráfico.
Me dejaba en el colegio y luego se iba a sus propias clases. Mi abuelo le había habilitado un taller donde pintaba sus óleos por pura pasión, con la idea de tener autonomía económica cuando terminara sus estudios de informática, como así fue pasado el tiempo. Pero lo que la hacía feliz era meterse en el taller con un pantalón de peto lleno de coloridos lamparones dando vida a sus pinceles.
En el colegio un niño me preguntó qué me parecía no tener padre y le dije lo que sentía, que no lo necesitaba. Tenía dos madres y un padre/abuelo. Lo extraño para mí era que los demás tuvieran un padre y una madre. Creo que el niño me tuvo algo de envidia.
Pero me picó la curiosidad y le pregunté a mi madre por la identidad de mi padre. Ella que sabía que en algún momento llegaría la temida pregunta respondió:
-Siendo casi una chiquilla conocí a alguien que me prometió la luna, hasta que supo que había quedado embarazada y desapareció sin más. Cuando naciste lo localicé y se lo hice saber, hasta le mandé fotos. Si quería ejercer de padre no se lo iba a negar, pero ni siquiera me contestó, para mí no existe, pero tienes derecho si así lo quieres a saber quién es. Padre es el que se ocupa de su hijo y ese hombre nunca ha querido saber nada de ti. Lamento ser tan sincera, pero no me gustaría que lo idealizaras creyendo que formas parte de su vida.
-No te preocupes mamá, él se lo pierde. Tampoco necesito saber quién es.
No sé que me llevó siendo un niño a tal reflexión, pero en mi mundo mágico no tenía cabida un padre cobarde que le había causado dolor a mi madre. Me quedaba con mi abuelo.
Al otro, al biológico, sencillamente lo borré sin que me supusiera trauma alguno.
Le llegó al abuelo la edad de jubilación. Era verano y me había prometido que haríamos unas piscina.
Yo sabía que de paso aprovecharía para excavar más hondo esperando encontrar el huidizo tesoro. Me dejaba que lo ayudara disfrutando los dos en el empeño, hasta que una mañana mis manos tropezaron con algo duro y ovalado que resplandeció bajo el sol.
Con el corazón que se me salía por la boca atiné a decir:
- ¡Abuelo, está aquí, lo encontré!
Continuará.
Dios Mío!!! Será el ansiado tesoro!!! Que nervios!! A esperar una semana .....😘😘😘😘😘
ResponderEliminarPues sí, a esperar otra semana, jejeje.
ResponderEliminarAbrazos amiga.