jueves, 1 de septiembre de 2022

Secretos de familia. Capítulo VIII.

 Grité tan fuerte que mi abuela y mi madre vinieron corriendo, pero el abuelo llegó antes y fue el primero en coger de mi mano lo que resultó ser el ojo de una muñeca que años atrás le había dado por enterrar a mi madre. Con la palma abierta lo enseñó riendo a carcajadas.
Parecía un loco, se había dejado crecer el pelo canoso y la barba blanca, y aquella reacción....¿No debería sentirse decepcionado? Vio el asombro en mi cara y me abrazó.
-No pasa nada, lo encontraremos.
Mi madre aprovechó para arrebatarle el ojo de cristal diciendo: "Es mío".

A mí como niño me hubiera gustado que saliéramos de veraneo, pero el abuelo dijo que era imposible. ¿Y si estando fuera alguien con más suerte descubría y robaba el esquivo tesoro?
Insistí en que con tanto tiempo libre me iba a aburrir, pero él me aseguró que eso no sucedería.
Debo reconocer que fue el mejor verano de mi niñez y pasó volando como un suspiro.
Un día me levantaba con la idea de que era un pirata y mi madre se apresuraba a transformar cualquier retal. Yo, parche en el ojo, destripaba la tierra con mi abuelo, otro era un indio, sin faltarme la improvisada cinta en la cabeza con plumas hechas con cualquier cosa.
Fuera el personaje que fuera me divertía tanto como mi abuelo y no sé qué suerte me hacía encontrar lo que la niñez de mi madre le había llevado a enterrar. Una cuerda deshecha, las cuentas de un collar, la cabeza de una muñeca mutilada.... Mi madre ante mis hallazgos se apoderaba de ellos siempre con la misma cantinela: "Es mío". Sigo preguntándome por qué le hacía tanta ilusión recuperar lo que ella misma había hecho desaparecer. Misterios de la vida.
También se terminó la piscina y cuando el calor no daba tregua lo engañábamos con remojones interminables.
Los adultos de mi familia disfrutaban viéndome disfrutar, pero mi abuela y mi madre estuvieron de acuerdo en que yo necesitaba relacionarme con niños y niñas de mi edad. 
No hizo falta que mi madre insistiera en su invitación a los pocos niños vecinos. Llegaron unos cuantos que se iban cuando ya tenían los dedos arrugados del agua y las barrigas llenas con los bocadillos de mermelada que mi abuela nos preparaba.
Mi abuelo se sentaba con un sombrero ancho para protegerse del sol y nos cuidaba. En realidad la piscina tenía poco fondo, pero él con su lógica decía que si había gente que se ahogaba en un vaso de agua como no iba a ser posible que un niño se ahogara en una piscina por poco profunda que fuera....
Yo presumía de mi abuelo, era único y era el mío.
En aquella pandilla infantil solo había una niña llamada Dalia. Una pelirroja que se ganó el corazón de mi familia y a la que yo detestaba. Me molestaba que mi madre la dejara entrar en su taller, que mi abuela la acogiera en su cocina..... Siempre parecía estar en todas partes y yo aprovechaba cuando los adultos no me veían para tirarles de las trenzas. A su favor debo decir que nunca se chivó, limitándose a devolver mi "cumplido" con patadas certeras.
Me quejaba siempre ante mi abuelo de que Dalia era una novelera, que la odiaba y él respondía:
- A ti lo que te pasa con esa niña tiene otro nombre. Ya te darás cuenta, ya.
A mí me daba rabia lo que insinuaba mi abuelo, porque si alguna tarde Dalia no venía me entraban los siete males y en el fondo, muy en el fondo, tenía que admitir que aquella dichosa pelirroja me gustaba.

El abuelo y el padre de Dalia eran abogados. Esperaban que escogiera la misma profesión  y se convirtiera en la primera mujer letrada de la familia, sin saber que la semilla de su vocación se estaba sembrando entre los pucheros de mi abuela aquel verano. 

El destino hizo que la futura sucesora de mi abuela en la cocina tuviera, como ella, nombre de flor.

Continuará.








2 comentarios:

  1. Uhmmm y el tesoro? Bueno a ver qué pasa... Besotes amiga,😘😘😘

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  2. ¿Tú qué opinas? ¿Existirá? Lo bueno de las historias es que nos sorprendan. Habrá que seguir leyendo amiga. Un abrazo.

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