jueves, 8 de junio de 2023

Obsesión. Capítulo IV.

 Estoy lleno de rabia, la amenaza que me han hecho llegar a través de mi nieta Mafalda ha sobrepasado todos los límites, pero mejor seguir el relato con un orden cronológico. Quizás encuentre  algo que se me haya escapado, algún pequeño hilo del que tirar y descubrir a la persona que me provoca estos desvelos.

Mis libros se vendían solos, gané premios, me invitaban a tertulias literarias en la radio y en la televisión. Me hice famoso.
Al principio los viajes que tenía que realizar para acudir a algún congreso literario o lo que surgiera me parecían un sueño. Conocía gente interesante, los halagos ajenos engordaban mi ego y Pepa se encargaba de que me hospedara en buenos hoteles.
Marisa me decía que mantuviera  los pies en la tierra y me hizo prometer que si en alguno de aquellos viajes sucumbía a la tentación erótica se lo contaría.
-Qué cosas tienen Marisa, casi no puedo contigo y voy a estar con otra mujer.
-Mateo, no olvides que te conozco bien y sabría si me ocultas algo. Quizás unos cuernos los perdonaría, pero la mentira no.

Pasado un tiempo ya no había la emoción de los primeros años y los hoteles por muy lujosos que fueran no eran mi casa. Tenía cuarenta y tantos años, reconocimiento, dinero, una buena familia, pero comencé a notar un vacío que no sabía como llenar. Fue entonces cuando en uno de aquellos viajes una azafata de congresos joven, muy joven, me hizo caer en la tentación de la carne. Fuerte bobería eso de que "me hizo caer en la tentación de la carne". Hice examen de conciencia: tenía una buena vida, una pareja a la que quería y con la que funcionaba bien en el aspecto sexual. Supongo que sencillamente yo estaba pasando por la "pitopausia".
Después de pasar la noche con aquella chica, me contó que escribía y que no le vendría mal un "padrino", me sentí mal. No me sacaba de la cabeza lo que Marisa me había dicho años atrás, que si tenía un desliz ella lo sabría.
Llegué a mi casa pensando que tan solo con verme me lo notaría en la cara. 
Y se lo conté.
Como era de esperar no le hizo ni pizca de gracia.
-No sé ni que decirte, me juego lo que sea a que era tan joven que podría ser tu hija, con las tetas de plástico, que escribe y está buscando un "padrino".
-Por favor Marisa, no significó nada, tan solo fue un polvo. Me pidió el teléfono y no se lo di.
Además te lo estoy contando. Te juro que no volverá a pasar, no vale la pena sentirme tan mal después pensando que soy tonto. Lección aprendida.
-Tonto no, gilipollas es lo que eres. De momento te quedas a dormir en tu despacho. 
Pensé que Marisa ese día había sacado brillo a su bola de cristal imaginaria. Había acertado en todo. ¿Cómo demonios pudo adivinar hasta lo de los pechos operados?
-¿Y hasta cuándo voy a tener que dormir en mi despacho?
-Hasta que pueda hacer lo que estoy pensando.
-¿Y qué estás pensando?
-Ojo por ojo, diente por diente.

La creí capaz de devolvérmela y la idea de imaginarla pegada a otra piel que no fuera la mía me dejó indefenso. 
Dormí unas cuantas noches en mi despacho, hasta que llegado el fin de semana, Marisa me dijo que lo iba a pasar fuera y mi mente la imaginó practicando sexo con algún desconocido hasta caer desmayada. Me quería morir.
Volvió el domingo por la noche con una mirada diferente y me dijo que si quería volver a nuestra habitación por su parte no había problema. Que el tema de la infidelidad lo daba por zanjado.
-¿Así de fácil? -pregunté enfadado- ¿Te pierdes un fin de semana y ya está? ¿Ni siquiera me vas a decir con qué hombre has estado?
-¿Quién te dice que fue con un hombre?

Desde luego estaba con una mujer capaz de sorprenderme después de décadas de convivencia.
Imaginarla en brazos de una mujer fue tan brutal como imaginarla abrazada a otro hombre.
¿Me iba a exponer a qué siguiera al pie de la letra su ojo por ojo, diente por diente?
No volví a serle infiel.

Continuará.




2 comentarios: