jueves, 9 de mayo de 2024

Mal rayo lo parta. Capítulo X y último.

 Seguimos viviendo como si nada hubiera pasado, por lo menos de puertas afuera así fue. 
Cuando llegó la hora de comenzar nuestras carreras, lo mío estaba cantado: matemáticas. Aparte de que se me daban bien, me proporcionaban lo que yo necesitaba en mi vida. Eran exactas, con sus normas bien delimitadas, sin sorpresas, leales como una buena amiga.
Sin embargo,  me sorprendió tu elección. Siempre te había gustado el arte y tenías un don, pintabas de lujo, aunque muchas veces tus creaciones parecían tenebrosas, como si pintaras palabrotas. Por eso, cuando te decidiste por la psicología me extrañó.
Cuando hablamos sobre ello, me explicaste que necesitabas entenderte por dentro para poder pasar página. Por supuesto supe a lo que te referías, el trauma seguía existiendo. A día de hoy me sigo preguntando si tod@s los psicólog@s eligen esa carrera para exorcizar sus propios demonios. 
Pero me estoy adelantando con nuestras carreras, ya sabes como me gusta seguir un orden.
Fue en el viaje de fin de curso al finalizar el bachiller, cuando ambas comenzamos una relación sentimental que, aunque parezca raro, perdura hasta hoy.
Tú conociste a una morenaza de otro instituto que te enamoró y fue recíproco. Oficialmente no habías "salido del armario", solo lo sabíamos tus padres y yo, aún tenías reparos. Albina y lesbiana, decías, menuda carta de presentación, parece el nombre de un grupo raro de vete a saber qué. 
Te di mi opinión: qué más daba lo que dijera la gente que no te importaba, era una pérdida de tiempo innecesaria preocuparte por ello. 
-Dani, te cambio mi albinismo por tu autismo, ojalá tod@s pensaran como tú. Pero tienes razón, que le den por culo a l@s que tengan la cabeza cuadrada. Si a Elena le parece bien, hoy lo hacemos público, no me escondo más, joder.
En cuanto a mí, me había acostumbrado a que Felipe me bailara el agua aunque yo no le hiciera caso, pero en aquel viaje, lo vi tonteando con otra compañera y me dio rabia. Cuando te lo dije, te partiste de risa: oye, tú estás celosa, te gusta Felipe aunque lo niegues. No, no, te contesté, lo que me fastidia es que haya estado durante años dándome la lata cuando está claro que si de verdad estuviera enamorado de mí, no andaría babeando detrás de esa.
Déjate de tonterías -sentenciaste- o te espabilas o la otra se lleva el gato al agua, que bastante paciencia ha tenido el pobre contigo, mira que lleva años detrás de ti y y tú como si nada...
Hice una lista de los pro y los contras y aunque no ganaran los pros, te hice caso y me dejé querer por Felipe. 
Pasados los años y terminadas nuestras carreras comenzamos a trabajar. Estábamos ilusionadas por lo que suponía, y no sólo por la independencia económica. El único "pero" es que tu trabajo estaba a muchos kilómetros y era absurdo perder horas y más horas en un coche cada día, por lo que decidiste vivir en la nueva localidad con tu pareja. Aunque yo ya vivía con Felipe, me costó aceptar que no te iba a ver a diario, pero me prometiste que los fines de semanas nos alternaríamos para vernos. Y así ha sido. Curiosamente, desde que murió tu abuelo,  no volviste a marear en coche. 
Hemos cumplido treinta y cinco años y seguimos unidas a pesar de los kilómetros que nos separan. Tú a través de la fecundación in vitro, acabas de ser madre. ¡Y ya no dices palabrotas!
Y después de más de dos décadas, por fin me has hecho la pregunta, quieres saber cada detalle de la muerte de tu abuelo. No sé si tu maternidad tendrá que ver con tu deseo de poner punto y final a la maldita  historia, de conocer realmente mi grado de implicación. Necesitas saber si yo lo maté.
Ahí va: ya sabes, me quedé a solas con él mientras tú entrabas de nuevo en el colegio para recoger algún material. Yo me puse muy nerviosa al quedarme a solas con él y me puse a dar saltitos para evitar las rayas del pavimento.. bueno esa parte la conoces, voy al grano.
Cuando tropezó con el bordillo y sintió que caía, estiró el brazo para agarrarme y evitar la caída. Estábamos a pocos centímetros, si me hubiera asido habría podido recuperar el equilibrio y evitado el accidente posterior. Pero cuando vi su brazo dirigirse a mi cuerpo el asco me pudo. Es curioso como en pocos segundos somos capaces de tantos pensamientos. Y los míos eran de rabia sabiendo lo que te obligaba a hacer. 
Retrocedí un paso, un solo paso fue suficiente para que él no llegara hasta mí.
Ya conoces el resto. 
Aunque hubiéramos fantaseado con la idea de su muerte, teníamos once años, no lo hubiéramos hecho.  Si no me hubiera puesto a saltar, si cuando él tropezó hubiera dejado que me agarrara... De alguna manera permití que muriera.
Espero que te permitas sanar, tú fuiste la víctima. Y yo, por si te preocupa, nunca me sentí culpable. 
Porque como diría mi abuela, muerto el perro murió la rabia.

Fin.







2 comentarios:

  1. Maravilloso final, me alegra saber que si amistad perduró con los años aunque cada una siguiera su camino. Gracias por otra historia que me ha enganchado. Esperando la siguiente..un fuerte abrazo amiga mía.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti por estar pendiente siempre de mis relatos.
    Ojalá disfrutes del próximo.
    Besos Astrid.

    ResponderEliminar