Antonia.
Por aquellos días Cristóbal el grande empezó a encontrarse mal, le latía el corazón demasiado deprisa y le daban fatigas. Lo obligué a ir al médico, que los hombres para esas cosas son unos gallinas. Según las pruebas que le hicieron el corazón le había dado un susto. Le mandaron pastillas y lo que más recalcó el médico es que tenía que tomarse las cosas con más calma y trabajar menos.
Me puse seria con él y le dije clarito lo que pensaba:
-Ya no necesitas matarte trabajando, tu hijo está llevando el negocio tan bien como tú, y con el teléfono que pusieron hace poco, vas a poder hacer tus cosas sin moverte de aquí. No te digo que te encierres en la casa, pero con que le eches unas horas por la mañana al negocio tienes. Y ya sé lo que me vas a decir, que qué harás con tantas horas muertas. Pues escribir coño, que desde que se nos fue Celia lo has dejado. Te recuerdo que eres premio Nobel y tus lectores esperan tus libros como agüita de mayo. Además, María del Pino me preguntó si yo le podía cuidar al niño cuando nazca, que con sus padres viviendo ahora en La Aldea no tiene quién se lo guarde.
Estaba por consultarte lo del niño, me parece a mí que a los dos nos va a venir bien tener a un renacuajo correteando por el patio. -Ahí le dije una mentirijilla, ya le había dicho a María del Pino que estaba deseando cuidarle al niño-.
El tercer Cristóbal Figueroa nació antes de tiempo, se vio desde siempre que el esperar no iba con su persona. Como ya teníamos a Cristóbal el grande y a su hijo Cristóbal el chico, al nieto para no enredarnos le llamábamos Cristobín.
Cristóbal el grande me hizo caso y empezó a trabajar menos, aunque yo no me podía despistar porque se olvidaba un día sí y otro también de tomar sus medicinas.
Cuando María del Pino volvió a su trabajo, nos dio la vida dejándonos a Cristobín a nuestro cuidado. Desde bien chico se veía que era un trasto, un fosforito que no paraba ni dormido, pero se hacía querer tanto que dábamos por bueno no poder despistarnos con él ni un segundo.
El tiempo pasó volando y el chiquillo fue creciendo. A Cristóbal el grande le decía abuelo y a mí abuela. Yo lo corregía "que no mi niño, mira esta foto, ella es Celia, tu abuela". Por mucho que no se lo pudiera decir, mi corazón se ponía contento cuando me llamaba así.
Cristóbal volvió a escribir, aunque aprovechaba cuando no teníamos al niño en la casa, que con él íbamos de susto en susto. Se subía a la jacaranda, se comía las flores... cuando sus padres lo recogían respirábamos, pero la verdad es que aquella criatura nos devolvió las ganas de vivir.
Cuando se metió en la edad difícil, Cristobín traía a sus padres por el camino de la amargura, siempre se las arreglaba para meterse en todos los fregados, no atendía los estudios, era rebelde...
Ya era grande para que Cristóbal y yo lo cuidáramos, pero por gusto venía a vernos cada dos por tres.
Aunque el abuelo le soltara algún rezado, yo le tapaba algunas cosas.
Con 16 años llegó a su casa un día con una argolla en la oreja, a sus padres casi les da algo, pero cuando yo lo vi le dije que parecía un pirata, qué a mí me gustaba. Sabe más el diablo por viejo que por diablo, y yo me dije que si todos nos poníamos en su contra iba a ser peor. Lo siguiente fue negarse a cortarse el pelo y lo del tatuaje.... sólo me lo enseñó a mí.
Cristóbal el grande estaba preocupado, decía del nieto que era una rama torcida y yo le contestaba que ya se enderezaría, que a Cristobín le había tocado vivir una época de muchos cambios y era normal que los jóvenes porfiaran a los viejos.
Un verano me vino diciendo que necesitaba dinero para una moto, sus padres no querían ni hablar del asunto y me pidió que convenciera al abuelo. Lo voy a intentar, pero no sé yo, ya te diré algo.
Por supuesto cuando se lo dije a Cristóbal puso el grito en el cielo, qué si estaba loca, que con lo temerario que era el muchacho sólo le faltaba una moto....
-Cristóbal, déjame hablar. Ya sabes que está pensando dejar los estudios y trae a sus padres por el camino de la amargura. Ofrécele dinero a cambio de trabajo y ponlo ahora que está de vacaciones en una de tus plataneras, que sepa lo que es el trabajo y valore la oportunidad que tiene de seguir estudiando. Eso sí, si te parece bien lo hablamos con sus padres y que den el visto bueno.
Y así lo hicimos, Cristóbal el chico y María del Pino aceptaron, aunque que su hijo consiguiera la moto les daba miedo. Yo les dije que si estaba para él que le pasara algo en una moto, le iba a pasar aunque fuera en una prestada. Con los hijos se tiene siempre el ombligo cortao.
Cuando el abuelo habló con el nieto sobre el trato para conseguir el dinero, Cristobín aceptó sin pensárselo. Se suponía que los meses de verano le darían para reunir el dinero.
A las tres semanas se dio por vencido, pero nos dijo convencido que quería seguir estudiando para hacerse abogado y defender los derechos de los trabajadores que estaban explotados.
Bueno, por lo menos se sacó la idea de la moto y parecía dispuesto a seguir con los estudios.
Con Cristobín y mientras le duró la rebeldía fue siempre así, apagando los incendios que provocaba sin que él se diera cuenta.
Pero yo nunca tiré la toalla, tenía la esperanza de que la rama se enderezara.
Continuará.
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