Gara.
Después de aquella noche de confesiones por parte de Cristóbal, nuestra relación de amistad quedó de alguna manera sellada. Intuía yo que él no era de ir abriéndose en canal con otras personas. Que me hubiera compartido su angustia por la muerte de sus padres significó mucho para mí.
No sé si existe el destino, pero cuanto menos era significativo que el Cristóbal que yo conocía hubiera corrido la misma suerte que su padre. Los dos habían perdido a sus respectivos progenitores demasiado pronto, añadiendo la circunstancia de que ambos cargaron con una pesada mochila llena de culpa.
Pero mi mente curiosa seguía con hambre de respuestas, ¿qué había sentido al saber qué era el bisnieto biológico de Antonia?, ¿qué había querido decir ella cuando afirmó que a él también le corría tinta por las venas?
Cristóbal no dudó en contestarme, saber que Antonia era su bisabuela lo dejó alucinado para bien. No sabía el motivo, pero siempre le gustó estar con ella, quizás sea verdad que la sangre tira. Y con lo otro, dijo que siempre había escrito, pero que quitando a Antonia que había leído sus cuentos infantiles, nunca se atrevió a que otros ojos ajenos juzgaran su escritura.
Desde pequeño supo que su bisabuelo había sido un escritor excelente y que su premio Nobel había colocado a la isla en el mapa mundial. Era una leyenda, todos admiraban y observaban con lupa todo lo relacionado con el querido escritor. Eso lo llevó a pensar que los folios que llenaba por puro gusto personal nunca alcanzarían la altura literaria de su antepasado.
Lo comprendí, claro, pero que Antonia hubiera considerado que él también tenía el don de la escritura, hacía que me muriera por leer algo suyo. Y así se lo dije.
-Me da vergüenza Gara, pero si me prometes que serás sincera te pasaré lo que tengo escrito, tampoco es gran cosa, algunos folios sin argumento. Impresiones, sensaciones... qué se yo, escribir es como una especie de terapia.
-Te juro que si son una mierda, perdón, se me olvida que estoy hablando con el bisnieto de un Nobel, si no tienen valor literario te lo diré con todas las letras.
Ya casi no quedaba verano y cada uno siguió con sus cosas, pero si no nos cuadraba vernos nos llamábamos por teléfono y hablábamos durante horas. Cristóbal se hacía el remolón, pero a pesada no me gana nadie y le recordaba que no me había dejar leer sus cosas. Acoso y derribo, esa fue mi táctica, hasta que por no oírme más con la misma cantinela, una tarde que quedamos para tomar algo me trajo un par de carpetas.
Esa misma noche las devoré. Tenía razón Cristóbal, eran historias breves, como una especie de diario de sensaciones.
Su dominio del lenguaje era deslumbrante, sin excesivas descripciones sabía dar en la diana y casi podías tocar, oler... ver sus sentimientos. Pintaba con las palabras. Lo definiría como emoción pura, la misma que sentí cuando leí "Bajo la jacaranda púrpura".
Antonia no se equivocó, a ese Cristóbal Figueroa le corría tinta por las venas.
Continuará.
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