jueves, 12 de diciembre de 2024

Detalles. Segunda parte. Capítulo II.

 Aquel diagnóstico explicó los síntomas que arrastré los meses anteriores. Cobraron sentido la falta de menstruación aunque nunca hubiera sido regular, las náuseas, el par de kilos que cogí, la sensibilidad en los pechos.... Ingenua de mí lo había achacado al stress de estar prácticamente encerrada estudiando en plan bestia. Pero eso era lo que menos importancia tenía, lo que me preguntaba era tan grande que no me cabía en el cuerpo. ¿Quién me había violado? 
Durante un par días fui  incapaz de centrarme en lo que me había pedido la ginecóloga, lo de rebobinar los últimos meses buscando alguna pista. Me obsesioné taladrándome, rumiando las mismas preguntas: ¿Quién, cómo, por qué yo?
Obviamente fui incapaz de ponerme delante de los apuntes. Me ahogaba y necesitaba deambular por las calles durante horas,  curiosamente sólo parecía ver  mujeres embarazadas, ¿me estaba volviendo loca? Uno de esos días al regresar a mi casa y coincidiendo en el portal con Álvaro, el chico de mantenimiento, me dio la impresión de que me miraba la barriga. Venía cargada con un par de bolsas del súper y él casi me las quitó empeñándose en subirlas él mismo. ¿Era evidente el embarazo que hasta un par de días antes yo misma desconocía?
Aparte de lo brutal de lo que me estaba sucediendo, mi escala de valores dio un giro radical.
Si me había decidido a recorrer el arduo camino para ser jueza, era porque siempre había creído en la objetividad y templanza para juzgar a otras personas, además, la pena de muerte siempre me había parecido una salvajada. Pero en mis circunstancias, si tuviera delante al monstruo que me había arruinado la vida lo mataría con mis propias manos. Una cosa era la teoría y otra la práctica, quizás no sería una buena jueza.
No pude permitirme el desahogo de hablar con mi madre o mi amiga Laura, verbalizar la situación la convertiría en real y todavía andada enredada en la negación. 
Pero el tiempo pasaba y lo que tenía dentro crecía minuto a minuto. Recordé un refrán de mi abuela refiriéndose a las embarazadas:" A los tres meses lo negarás, a los cuatro no podrás". Sólo dejé el espejo pequeño del baño, descolgué los más grandes, negándome a ver una barriga ocupada sin mi consentimiento. 
No podía posponer la decisión que tomara, tenía que centrarme en eso y en poner por escrito mi vida buscando hacia atrás algún indicio que me llevara al violador. 
Llamé a María, la ginecóloga, para que me programara el aborto, no podía esperar más, luego cogí  una libreta donde comencé a anotar mi cotidianidad centrándome en la fecha que me había indicado.
Al principio me pareció absurdo, escribía siempre lo mismo: desayuno, estudios, salir a correr, ducha... poco más podía añadir, quitando los sábados que mi amiga Laura se quedaba en casa a pasar la noche, no había nada que me pusiera en alerta. Pero algo tenía que haber, algún detalle como me había indicado mi ginecóloga, y sentía la impresión de estar pasando algo por alto. 
Céntrate Ruth, me decía, recuerda que los detalles son importantes.
Las noches se convirtieron en un espanto, incapaz de dormir más de tres horas seguidas. En uno de esos intervalos insomnes, recordé que María me había preguntado si alguien habría podido hacer copia de las llaves de mi casa, en un principio había desechado esa idea porque no me pareció probable, pero recordé que Soledad, una de las vecinas, sí que tenía y que se las había facilitado a Álvaro, el de mantenimiento, días antes de que yo me mudara para ventilar la vivienda y ver si había algo que arreglar. Mi propia madre me lo había comentado como algo normal. 
Álvaro, aquel tipo que siempre me pareció raro, con aquella forma de mirarme que no me gustaba.
Un escalofrío revelador hizo que me levantara de la cama para poner detrás de la puerta el mueble más pesado que pude rodar. 

Continuará. 



2 comentarios:

  1. Pobre chiquilla!! Vivir con miedo y deseando que todo fuera un mal sueño, vamos a ver qué pasa ...besotes amiga

    ResponderEliminar
  2. Pues sí, por desgracia lo de la sumisión química no existe solo en la imaginación.
    Los mismos besos para ti Astrid.

    ResponderEliminar