jueves, 2 de enero de 2025

Madres. Capítulo 1.

 Yo era la mujer más templada del mundo hasta que me volví loca.
Echando la vista atrás concluyo que fue una locura transitoria, pero las secuelas causadas por aquello que acometí, me cambiaron radicalmente la vida.
Me invade un desconcierto vital que me impide tomar la decisión que durante años me ha ido rondando por la cabeza, es como una gota de agua que cae seguida de otra, y de otra y de otra... Creo que a eso se le llama tortura china.
Es de madrugada, hace frío y las ganas de dormir están, otra cosa es que el sueño acuda, no va a pasar, lo sé. Llegó la hora de poner negro sobre blanco, escribir mi vida me va a servir para aclararme. Ojalá así sea.
Pero mejor comenzar por un principio.
Me llamo Raquel y tengo 40 años. Mi padre era francés y mi madre vasca, tengo las dos nacionalidades.
Mi infancia fue buena, no lo puedo negar, tuve el afecto de mis padres y nunca me faltó de nada.
Ya desde pequeña fui como una niña vieja, supe pronto lo que no quería y aunque parezca una obviedad no lo es. Es importante saberlo, y desde que tengo recuerdos supe que no había nacido para ser madre.
No es que los niños no me gustaran, por intentar explicarlo de alguna manera,  es como cuando te gusta una comida pero no te vuelve loca y nunca la pedirías en un restaurante. 
En mi adolescencia me visualizaba siendo adulta, con un trabajo que me hiciera ganar el dinero suficiente para ser independiente, viajar, disfrutar de mis amigas, tener una pareja con mis mismas ilusiones y vivir con mayúsculas. 
Tuve pocas pero buenas amigas y fomenté esas relaciones, eran importantes para mí. Pero con Lucía siempre tuve un vínculo especial. Ella era alocada, impulsiva, yo, reflexiva y pausada. Un buen equipo.
Ahora por las circunstancias no puedo contarle la verdad, pero sigue ahí, si la necesito y descuelgo un teléfono a la hora que sea, sé que me va a escuchar. 
En el instituto ella quedó embarazada de un noviete y pensó que se le acababa el mundo, sabía que tener un hijo o hija siendo tan joven le jodería la vida, pero la idea del aborto la paralizaba.
Le aconsejé que pusiera en un papel los pros y los contras y decidiera, no quise influirla. Si me hubiera visto en su pellejo yo habría ido de cabeza a la clínica para "quitarme" el problema sin el más mínimo sentimiento de culpabilidad. Pero era su decisión, la respetaría y fuera lo que fuera que sucediera, a mí me iba a tener incondicionalmente. 
Finalmente se decidió por el aborto. La acompañé no solo físicamente cuando se lo hicieron, sino durante los meses que necesitó un hombro donde llorar.
A mí me parecía injusto que las mujeres tuviéramos que cargar con ese peso. Lo que a otras les parecía el milagro de la vida, la capacidad de concebir y parir, a mí me parecía un coñazo, un engorro, una limitación que de alguna manera, nos amputaba como personas libres. 
Pasado el tiempo Lucía dejó atrás los remordimientos y siguió con su vida, con su juventud, pero una pequeña herida le quedó sin cicatrizar en sus adentros.
Yo la animaba a que racionaliza, ya tendría tod@s l@s hij@s que quisiera cuando fuera el momento adecuado. Ella con ironía preguntaba  si yo se l@s cuidaría para que ella se fuera de farra.
-Claro tonta, siempre que no abuses sabes que me tienes, además, les cogería hasta cariño, ni me los comería.
Y nos reíamos a carcajadas con aquellas diálogos entre absurdos y realistas que nos devolvían a lo que éramos, dos buenas amigas en las verdes y en las maduras.

Continuará. 



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario