jueves, 30 de enero de 2025

Madres. Capítulo 9.

 Desde el momento en que la ginecóloga me dijo que nunca podría ser madre, una especie de "click" en mi cabeza me enloqueció.  
No entendía nada, hasta ese momento había tenido más que claro que no quería serlo, esa decisión me había costado perder al amor de mi vida. ¿Por qué de repente esa infertilidad me afectaba a niveles que no lograba entender?
No dije nada, intenté refugiarme en el trabajo esperando que fuera algo pasajero, pero no podía centrarme, la idea "no puedo ser madre" me martilleaba insistentemente.
En el trabajo un par de compañeras anunciaron sus embarazos y yo en secreto las envidié, por la calle solo veía mujeres embarazadas o con sus bebés en los carritos. Eso me enfurecía ¿por qué ellas sí y yo no? 
Aunque Sergio y yo vivíamos en la misma localidad nunca nos habíamos encontrado y tuvo que ser entonces, cuando yo estaba con las defensas por los suelos, cuando me lo tropecé en un centro comercial con sus dos hijos. Nos encontramos de frente, no cabía la excusa de hacer como que no nos habíamos visto y él reaccionó dándome un abrazo. Quise quedarme ahí para siempre, ¿por qué lo había dejado ir años atrás? Me invitó a un café, para ponerlos al día, dijo. Yo omití que estaba perfectamente informada sobre él y ni sé como pude aparentar normalidad. Miraba a sus hijos y me decía que esos niños tendrían que haber sido míos.
Después de ese encuentro la escasa lucidez que me permitía llevar una aparente vida normal sufrió un jaque mate.
Conseguía levantarme por las mañanas, ir al trabajo, quedar con Lucía... pero en modo automático, porque en mi cabeza se reproducía en bucle la misma idea: tengo que ser madre.
Un día estaba en casa de Lucía, me había invitado a comer. 
-Raquel, ¿te quedas un segundo con las niñas? Bajo a comprar el pan que a esta hora está acabado de hacer y lo subo calentito. Ah, por cierto, la vecina me pidió un favor, está esperando un paquete, si por casualidad tocan y preguntan por Elsa Gutiérrez Fernández lo recoges. 
No había pasado ni dos minutos cuando un mensajero vino con el paquete. Cuando regresó Lucía se lo entregué.
-Gracias Raquel, luego cuando suba del parque se lo llevo. La pobre tiene gemelas de 3 años y parecen hiperactivas, no paran. Y encima cuando se quedó embarazada de nuevo el marido las abandonó. El niño pequeño tiene 7 meses y nunca lo he oído llorar, es un bendito y las gemelas le dan tanta guerra que a mediodía las baja al parque que está enfrente para cansarlas y que luego hagan algo de siesta.
-¿Y con esta ola de calor están ahora en el parque? 
Lucía se asomó conmigo a la ventana y me la señaló: mira es esa mujer.  
A aquella hora no había nadie más, solo la tal Elsa columpiando al mismo tiempo a dos niñas mientras a unos metros, en un banco bajo un árbol, un carrito de bebé permanecía solo.
No pude evitarlo, mi cabeza ajena a sentimientos o remordimientos comenzó a trazar un plan.
Tenía que ser perfecto.

Continuará. 





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