Si esperas encontrar en este relato una vida de película con un final sorprendente, lamento desilusionarte, pero no va a ser así y entendería que no siguieras leyendo.
Me llamo Marcos y por mi sesenta cumpleaños mi hermana Celeste me ha hecho un regalo original, original y laborioso para mí. Se trata de que correrá con los gastos de edición de este libro que comienzo. Hay editoriales que ofrecen la posibilidad de que cualquier persona escriba un libro encargándose a posteriori de imprimir unos pocos ejemplares destinados, por lo general, a la familia del que tiene algo que contar y que cree que obtendrá el interés, al menos, de sus más allegados.
Que mi hermana me hiciera este regalo tiene su explicación, llegará cuando sea el momento.
Y cuando antes utilizaba el adjetivo laborioso me refiero a la parte que a mí me toca, la de contar la vida de una persona normal, sin acontecimientos memorables ni sobresaltos existenciales. Resumiendo: mi vida.
Nací en una familia que podría calificar como media-alta. Mi madre y padre, farmacéuticos ambos, llevaron toda la vida una farmacia de barrio.
Mientras mi padre vivía en las nubes, con sus cascos escuchando música clásica para refugiarse de las distracciones de la existencia, mi madre, hiperactiva, se encargaba de todo lo relacionado con... con todo. Ella se encargaba de la contabilidad, los pedidos, la clasificación de medicamentos...
Debe ser cierto, al menos en el caso de mis padres, lo de que los contrarios se atraen, porque quitando lo relacionado con la profesión común, en el resto eran como el día y la noche.
La farmacia ofrecía tratamientos homeopáticos, y mi padre, Lorenzo, era el encargado en la rebotica de elaborar las fórmulas magistrales y demás preparados que reclamaba la clientela. Con esos productos se quitaba los cascos y salía al mostrador a explicar personalmente la posología de sus preparados. Ahí se explayaba hablando, se olvidaba del reloj y tenía que ser Adela, mi madre, la que con diplomacia lo hiciera volver a su habitáculo. En el buen sentido, mi padre era un personaje, despistado, hablador hasta el cansancio cuando se trataba de algo de su gusto y ajeno a las necesidades cotidianas, pero bueno, para eso teníamos a mi madre.
Ella al contrario era puro nervio, hiperactiva ¿ya utilicé ese término?, siendo una excelente organizadora que gestionaba los tiempos para que todo funcionara con la precisión de un reloj suizo.
Cuando nació Celeste, mi madre decidió que más pronto que tarde repetiría, no quería que mi hermana fuera hija única y ya puestos a criar, mejor dos juntos que espaciados, eso le ahorraría tiempo y trabajo.
Supongo que mi padre se limitó a "cumplir" para que yo llegara a este mundo, ya que delegaba en mi madre todas las decisiones importantes. Y para que nos vamos a engañar, también las menos importantes, era ella la que hacía y deshacía ante el carácter distraído de mi padre que pasaba la mayor parte del tiempo en las nubes.
Justo a los once meses del nacimiento de mi hermana nací yo.
Por supuesto de los primerísimos años poco puedo contar, pero la constante en mis recuerdos es la presencia de Celeste que aparece en todos los escenarios de mi memoria.
Como muchos hermanos, nos llevábamos peor que mal.
Continuará.
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