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Mi hermana Celeste nació en enero y yo once meses después, así que vine al mundo en diciembre del mismo año.
Con el paso del tiempo esa diferencia de edad no tuvo ninguna relevancia, pero en los primeros años de nuestras vidas se notaba, ella era la hermana mayor y ejerció como tal hasta que le dio la gana.
Como técnicamente teníamos la misma edad, al comenzar el colegio estuvimos en el mismo curso y más por desgracia que por suerte, nos tocó compartir la misma clase.
Celeste me consideraba de su propiedad y no dejaba que nadie me pegara, reservándose ese derecho para ella misma. Heredó de mi padre el amor por la música clásica y de mi madre su don de mando y su hiperactividad. Siempre fue mandona y yo me convertí en su saco de boxeo, le gustaba pegarme cuando éramos pequeños. Cuando mis padres consiguieron que dejara de hacerlo, su modo de relacionarse conmigo pasó de la violencia física a la verbal. Yo solo atinaba a pensar que a mi hermana le fastidiaba mi existencia.
Al contrario que ella pronto mostré mi querencia por el orden, lo que rompiera mis rutinas diarias me desagradaba. No sé por qué siendo tan cuadriculado (según mi hermanita) me pasaban cosas raras, no es que fueran hechos extraordinarios, pero poco habituales sí que lo eran. Por poner algunos ejemplos, nací con un diente y me operaron de vegetaciones dos veces, porque después de la primera intervención volvieron a crecer.
Durante el resto de mi vida he tenido que vivir con esa condición, la de que me pasen cosas poco usuales y no me gusta. Siendo como soy, me exaspera salirme de la línea recta.
De pequeño le seguía la corriente a Celeste, prefería no contradecirla para evitar su carácter virulento, pero sin decirle nada era yo quien revisaba su mochila por las mañanas para que no se dejara nada atrás. Ella estaba tan ocupada con las mil cosas que empezaba, que debía pensar que la mochila escolar se preparaba sola.
Desde que aprendí a escribir, apuntaba en una agenda todo lo pendiente y relacionado con las clases, por supuesto Celeste se reía de mí, diciendo que fuerte pérdida de tiempo, pero aunque nunca se dignó a pedírmela prestada, sé que la cogía sin mi permiso para ver las tareas que nos mandaban.
Aunque intentara no discutir con ella yo también brotaba de vez en cuando, una vez me enfadé tanto al ver mi mochila desordenada y tirada de cualquier manera, que le dije que era un parásito y me contestó airada que yo sí que era un bicho raro. No era la primera vez que me llamaba así, pero cuando añadió que al nacer me habían cambiado en el hospital porque yo no podía ser hijo de sus mismos padres, me sentí ofendido de verdad.
Cuando nos peleábamos mi padre intentaba hacernos ver que la condición de hermanos no se podía cambiar, argumentando que sería mejor que nos lleváramos bien. Si seguíamos con las voces, él se ponía los cascos para escuchar su música clásica y dejaba que la discusión se apagara por agotamiento.
Con mi madre era diferente, no tenía tiempo para enfrentarse a nuestros berrinches y cortaba por lo sano, abría bien la mano y nos daba una nalgada. Lo cierto es que no dolía, pero era mágico: se terminaban las tonterías.... de momento.
Ahora a mis sesenta años recuerdo esos hechos con cariño, porque como me dijo alguien que fue muy importante en mi vida, ya escribiré sobre él, mi hermana y yo nos queríamos aunque todavía no lo supiéramos.
Continuará.
Bueno vamos a ver cómo va la historia, por el momento pinta bien. Un abrazote😘😘
ResponderEliminarEspero que te guste, buen finde Astrid.
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