Mi madre se levantaba siempre muy temprano, por eso los sábados se encargaba ella de abrir la farmacia. Así mi hermana y yo podíamos levantarnos más tarde quedando bajo la supervisión de nuestro padre. Yo solía acompañarlo más tarde a la farmacia, la rebotica era mi lugar preferido y Celeste se quedaba en casa cuando tuvimos edad para estar solos.
Un sábado, yo tendría diez años, llamó mi madre por teléfono y le pidió a mi padre que abriera él la farmacia. Según supimos más tarde, cuando llegó se encontró delante de la puerta a un hombre en muy mal estado, parecía que había recibido una paliza y había quedado allí tirado sin poderse mover. Mi madre lo metió en el coche y lo llevó al hospital y hasta que los médicos no dieron un diagnóstico no quiso dejarlo solo. Tenía un brazo roto, una buena brecha en la cabeza, una pierna afectada... vamos, que al pobre le dieron por todos lados.
Pedrín le contó a mi madre lo sucedido, venía del pueblo con todo el dinero que había conseguido reunir durante años, queriendo iniciar una nueva vida en nuestra ciudad. Por sus ademanes y su forma de hablar se veía que era homosexual y por eso, según él, unos energúmenos que no había visto en su vida lo atacaron, robándole además todo lo que llevaba encima.
El pobre venía huyendo de las burlas que tuvo que soportar desde niño por su condición sexual, esperando que en la ciudad la gente fuera más civilizada en ese aspecto y se tuvo que tropezar con aquellos salvajes.
Qué triste con todo lo que se supone que hemos avanzado que se sigan produciendo ese tipo de hechos, hoy mismo vi en las noticias a un joven que fue atacado ferozmente por lo mismo. Pero sigo con Pedrín, no me quiero enrollar.
Mi madre se encargó de avisar a la policía que dado su estado se personó en el hospital para recoger la denuncia, y durante la semana que estuvo ingresado fue a hacerle compañía todos los días. Supo de su historia y que estaba solo, no tenía a nadie y le habían robado sus ahorros.
Cuando le dieron el alta salió con un costurón de puntos en la cabeza, un brazo escayolado y una cojera que vino para quedarse.
Mi madre le pagó un hostal y le dijo que cuando se recuperara y encontrara un trabajo ya arreglarían cuentas. Y así entró Pedrín en nuestras vidas.
Si digo que físicamente era esmirriado no exagero, no llegaba al metro sesenta y pesaba cincuenta y pocos kilos. Como él mismo nos contó con el paso del tiempo, se tenía que comprar la ropa en la sección de niños.
Estaba apurado por devolverle a mi madre el dinero que le estaba haciendo gastar y su agradecimiento duró toda la vida.
Mis padres le preguntaron qué sabía hacer, por ver si podían ayudarlo a encontrar algo. Se sorprendieron cuando enumeró en todo lo que había trabajado: pintor de brocha gorda, freganchín, cocinero, camarero, albañil, agricultor.. le daba a todo, hasta monaguillo fue en su día. Además era un manitas, sabía arreglar tanto un enchufe como una tubería y con su abuela había aprendido a coser.
Con semejante curriculum mis padres dedujeron que sabía adaptarse a las circunstancias y además, era educado y zalamero. Le propusieron entrar en la farmacia como aprendiz, llevaban tiempo pensando en contratar a alguien y así mataban dos pájaros de un tiro.
Él aceptó encantado y a la semana se sabía el nombre de los clientes habituales y se manejaba como pez en el agua.
Pronto conocimos su vida, había quedado huérfano siendo niño y su abuela se encargó de él. La mujer supo ver que el nieto en el pueblo no iba a ser feliz por las continuas burlas y lo animó a que reuniera dinero y se fuera del pueblo. Pedrín cumplió los veinte años y planeó irse, pero la abuela sufrió una caída y se rompió la cadera; pospuso su viaje, pero a la mujer los años la llenaron de achaques y aunque insistía en que él viviera su vida, él no tuvo corazón para dejarla sola, así llegó a los treinta. La mujer falleció, pero antes le dio un consejo: vete lejos y sé feliz con quién te dé la gana, pero esta casa no la vendas, la vida da muchas vueltas y por lo menos tendrás siempre un techo donde dormir si vienen mal dadas.
Nosotros sabíamos que Pedrín había heredado esa casa y que tenía un buen terreno desde el minuto uno,
quiso ponerla en venta para pagarle a mi madre, pero ella lo convenció para que esperara un tiempo dándole la razón a la abuela. Por lo menos si en la ciudad no le iba bien que tuviera una casa a donde volver.
Aunque mi madre le llevaba pocos años a Pedrín en cierta forma lo adoptó y actuó como tal. Las madres se quedan más tranquilas si sus polluelos tienen, al menos, un nido donde protegerse.
Continuará.
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