jueves, 27 de marzo de 2025

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Capítulo 5.

 La nueva casa de Pedrín era pequeña: dos habitaciones, salón- cocina y baño, pero para él que vivía solo era más que suficiente. Enseguida visualizó en su cabeza el taller de costura en una de las habitaciones. Decir que estaba contento era quedarse corto.
Los meses siguientes tuvimos bastante jaleo, y aunque a mí no me gustaban los cambios, debo reconocer que disfruté con los tejemanejes de los adultos.
Pedrín le entregó a mis padres una copia de la llave de la casa de campo, aunque al principio todos íbamos a esa casa a pasar los fines de semana. 
Mi padre estaba como loco con su tierra, pero mi madre le puso "deberes", destinando una buena porción de tierra a lo práctico: aquí me plantas tomates, perejil, tomillo, laurel, lechugas y ya iremos viendo. Mi padre comenzó con esos cultivos, sus árboles tendrían que esperar. Mi madre y Pedrín, después de dejar la casa en perfecto estado de revista, se dedicaron a confeccionar las cortinas para la nueva casa de Pedrín. Celeste enredaba en todos lados mientras yo ayudaba a mi padre a preparar las tierras.
Así estuvimos un par de semanas, hasta que Pedrín y mi madre decidieron quedarse en la ciudad para dejar la nueva casa de Pedrín lista y que se pudiera mudar.  
Mi padre nos dijo a Celeste y a mí que iríamos los tres a los terrenos, quería hacer algo con nosotros. Como siempre mi hermana protestó, se aburría según ella y prefería quedarse en la ciudad, pero mi padre insistió: solo te pido este fin de semana Celeste, luego si prefieres quedarte cuando tu madre no venga lo daré por bueno, o si quieres venir con alguna amiga, pero este fin de semana tenemos algo importante que hacer. Ella accedió a regañadientes, pero fuimos los tres. 
A mí me picaba la curiosidad: ¿qué sería eso tan importante que mi padre quería hacer con nosotros?
Llegado el momento, mi padre nos dijo: vamos a plantar un árbol, uno cada uno, porque según dijo un poeta hace mucho tiempo, para estar realizados en la vida hay que plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Y ustedes van a plantar ahora su primer árbol.
No sé que tecla sonó dentro de mí, pero me emocioné tanto que dije que haría las tres cosas. 
Celeste me miró burlona y sus palabras me hirieron como una espada: Mira Marcos, lo de plantar el árbol lo vamos a hacer ahora, lo de tener un hijo te lo compro, hasta los tontos lo hacen, pero lo de escribir un libro va a ser que no, eres tan aburrido, cabeza cuadrada y predecible que nunca tendrás nada que contar que le pueda interesar a nadie. Estás destinado a ser un perdedor.
A mí me daba rabia llorar delante de ella, pero me dolió tanto que me humillara de aquella forma que no pude evitar las lágrimas que no me pude tragar.  
Se hizo un silencio que pareció eterno hasta que mi padre se dirigió a mi hermana: No te voy a castigar por lo que le acabas de decirle a Marcos, porque cuando seas consciente de lo cruel que has sido con tu hermano tú misma te avergonzarás. No sé lo que tardarás, pero en algún momento el remordimiento te va a pesar y ese será tu castigo. 
Y ahora nos vamos, no quiero plantar con esta mala energía, la Madre Tierra no se lo merece.

Eso pasó hace cincuenta años, y ahora me doy cuenta de que mi padre tenía razón, llegaría el día en que Celeste se arrepintiera por su desprecio.
Cuando por mi cumpleaños ella me regaló la edición del libro que estoy escribiendo, me pareció una de sus ideas locas, pero ahora lo comprendo. Me está pidiendo que la perdone.
Lástima que mi padre ya no esté para verlo.
Vale hermanita, te perdono. 

Continuará. 



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