Ocuparme de mi nieta durante su primer año de vida fue un regalo.
Pude dedicarle bastante tiempo a la escritura de "Mala hierba" que fue cogiendo forma a buen ritmo, hasta tuve tiempo para algo que había relegado por no encontrar el momento, me gustaba tejer y quise hacerle una mantita a la hija de Mario que no tardaría en nacer. Mi hija me preguntó que para quién era, para la nieta de una compañera de trabajo, improvisé. Aquella parte de mentirle no me gustaba, pero hasta a eso me acostumbré.
Mientras Ariadna cumplía meses siendo una niña sana y risueña, "Mala sangre" siguió creciendo en lectores, pero no solo eso, el hecho de que fuera una novela anónima la hizo más atrayente, no era raro que hablaran de mi libro a cada rato, en la radio, en la tele... la gente hacía apuestas sobre si estaba escrita por una mujer o por un hombre. Se conjeturaban verdaderas tonterías al respecto, que si la había escrito una monja, que si había sido un asesino que estaba en prisión... Incluso salieron un par de pirados declarándose autores de mi libro y Mario como editor y único conocedor de mi identidad, tuvo que hacer un comunicado desmintiendo a los que pretendían subirse a un carro que no les pertenecía.
-No te preocupes Maribel, a mí no me cuesta nada hacer esos desmentidos y es una buena publicidad para tu novela.
Mario me tranquilizaba y en el fondo estaba encantado con la repercusión de mi primer libro, siempre que hablábamos de lo que fuera terminaba con la misma cantinela: "escribe Maribel, escribe", pero mentiría si dijera que me apremiara para que le entregara un borrador, siempre supo darme mi espacio y respetar mis tiempos. Qué suerte que apareciera en mi vida.
No yo misma sabía el motivo, pero la protagonista de la segunda novela que estaba escribiendo volvió a ser una mujer mala malísima, simplemente me dejaba llevar y escribía lo que se me apetecía. Era como entrar en trance y dejar que a través del teclado salieran las palabras que ni yo misma sabía que podía juntar con destreza, como si no fuera yo, como si alguien me poseyera durante el proceso de la escritura. Y mientras se producía esa magia yo me sentía viva, realizada, y hasta me empezó a gustar darle al teclado con ganas mientras mi nieta me regalaba su inocente compañía.
Luego de esos estados casi místicos me obligaba a poner los pies en el suelo. Yo era una mujer de 41 años que tendría que volver a su trabajo de auxiliar de enfermería para mantener a su familia.
Recordaba la forma trágica en la que había perdido a mi madre y a mi marido y me decía que la vida podía volver a ser puñetera, lo del éxito de mi libro era algo a lo que me aferraría siempre internamente, algo solo mío y que me estaba dando un respiro económico, pero tenía que ser realista, el burro no tocaría por casualidad la flauta una segunda vez.
También me di cuenta de que echaba de menos el hospital, me gustaba mi trabajo. Aportar mi granito de arena con los enfermos aunque las/los auxiliares fuéramos "el último mono" era un buen incentivo vital.
Cuando mi nieta estaba a punto de cumplir su primer año, le entregué a Mario, como siempre en una cafetería, el borrador de "Mala hierba".
-Mario, tenemos confianza, no dudes en decirme que es una porquería si así lo consideras, yo estoy más que pagada por haber disfrutado de mi nieta durante este tiempo y de que mi hija haya podido terminar sus estudios, aunque me apenaría que no siguiéramos con nuestros ratitos de charlas y nuestros cafés, eres un buen amigo.
-Ahhh mujer de poca fe, seguro que el libro es otra bomba de relojería, pero en el peor de los casos si me estás entregando una porquería como tú dices, lo que de verdad importa es que para mí eres familia-.
Aquel "para mí eres familia" me llegó al alma y poco me importó que mi segunda novela pudiera terminar en una papelera.
Continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario