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Ni en el mejor de mis sueños hubiera imaginado la vorágine que se desató después de la tertulia televisiva donde hablaron, y mucho, de mi libro.
Mario todos los días me telefoneaba o quedábamos para tomar un café y ponerme al día sobre el recorrido fulgurante de "Mala sangre". La relación entre mi editor y yo se intensificó, yo había tenido muy pocas amigas y no podía ni nominar como tal a ningún hombre, pero a día de hoy puedo presumir de la amistad que Mario y yo forjamos. Nuestra relación trascendió a lo puramente laboral, y no sé por qué motivo, creo que ni él mismo lo sabe, comenzó a contarme su vida, a hacerme partícipe de sus intimidades familiares.
Se había casado bastante joven y había tenido dos hijos, sus inicios en la editorial le exigían un tiempo que terminó robando a su familia. Él quería que a los suyos no le faltara de nada, sin saber ver que les negaba lo más importante, su presencia. Como en tantos casos parecidos, la mujer se hartó y pidió el divorcio. En la actualidad Mario, a sus 50 años, se había enamorado como un adolescente de Celeste, y ella, 20 años menor, estaba embarazada.
-Maribel, que voy a ser padre con 51 años, me va a dar vergüenza llevar a la criatura al parque, pensarán que soy su abuelo.-
Han pasado 20 años y el concepto tradicional de familia poco tiene que ver con las muchas variantes que vemos hoy en día. En aquel entonces el solo hecho de sentirse escuchado por alguien era un bálsamo para las tribulaciones personales de Mario y yo me sentía apreciada por su confianza. Y después del largo inciso sobre mi relación personal con Mario, prosigo.
Mi libro "Mala sangre" se vendía mejor que bien y el que hablaran de él en la tele contribuyó a que se contagiara aquella fiebre que parecía haberle entrado a muchos por descubrir su autoría.
Seguí el consejo de Mario y pedí una excedencia, de nuevo tuve que mentirle a mi hija y me inventé que me había tocado en la lotería una cantidad generosa que me permitiría estar un año sin trabajar.
-Yo puedo cuidar de Ariadna mientras terminas tus estudios y ocuparme de los gastos, además, se me apetece estar a diario con la niña, el tiempo pasa volando y quiero disfrutarla ahora que puedo.
Me compré un coche decente de segunda mano, cierto es que hubiera podido comprarme uno nuevo, pero aparte de que evitara llamar la atención, quería hacer un buen uso del dinero que estaba ganando, estirarlo al máximo, temía que la varita mágica que parecía haberme elegido cambiara de rumbo.
Mi hija inició su último año académico, mi nieta era una bendita y yo mientras la cuidaba, escribía en el flamante portátil que Mario me había regalado. "Mala hierba" estaba cogiendo forma.
Al principio me dio reparo escribir delante de mi nieta, acostumbrada como estaba a no compartir mi secreto, pero era una bebé, me decía, ya volvería a mi soledad elegida para juntar palabras por escrito. A veces le leía en voz alta algún párrafo, y ella con la inocencia que me regalaba, se quedaba plácidamente dormida.
Cumplí 41 años y mi hija me entregó su regalo. Por el envoltorio se adivinaba perfectamente que era un libro, lo abrí y me encontré con "Mala sangre".
-Mamá, a mi me lo prestaron y me voló la cabeza, tienes que leerlo, es una pasada, todo el mundo está enganchado a su lectura. No te quiero influir, pero me encantaría comentarlo contigo cuando lo hayas leído. ¿Sabes qué no se sabe quién lo escribió?
-Esta noche mismo empiezo con él, que me ha entrado la curiosidad. Y claro que lo comentaremos, faltaría más.
El entusiasmo de mi hija era sincero ¿y si Mario tenía razón y yo tenía el don de la escritura?
Yo seguía sin creérmelo.
Continuará.
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