Llegó el esperado día de la exposición, todas estábamos más que emocionada, por fin podríamos ver el resultado de nuestra experiencia como modelos y también se produciría el encuentro entre Saro y Antonio que habíamos tramado.
Sin ser multitudinaria, había bastante gente interesada, Saro era conocida en esos ambientes y querían ver sus últimos cuadros.
Ella estaba muy guapa, arreglada para la ocasión. Era una mujer atractiva.
Así que cuando Antonio llegó, con su chaqueta de pana con coderas, pensamos que nos habíamos equivocado de candidato, que sería como emparejar a Woody Allen con Angelina Jolie.
Para el evento Saro había encargado un servicio de catering y el personal contratado según entrabas te ofrecía bebidas varias de las bandejas que portaban.
Nosotras habíamos tenido que vestirnos para la ocasión, asesoradas por Saro, no fuéramos a aparecer con vaqueros rotos, que ya en su día estuvieron de moda (todo vuelve) y nos habían maquillado ligeramente, así que aparentábamos ser un pelín más adultas. Y vaya si nos aprovechamos a la hora de tomar las elegantes copas de vino....
Antonio al ver el "glamour" de los asistentes se sintió cohibido y no hubo forma de presentarle a Saro, se empeñó en pasar desapercibido.
-Chicas, yo aquí me siento como un pulpo en un garaje, vine porque las quiero ayudar con el trabajo, con que vea la exposición cumplo y me voy.
Nosotras viendo que el esperado encuentro no ocurriría nos sentimos desinfladas y tuvimos que ahogar nuestras penas, vaya si las ahogamos.
El evento fluía, la gente hacía lo que se hace en esos sitios, mirar cuadros, relacionarse y aprovechar el catering. Menos Antonio, que encontró una silla cerca de una cortina y allí que se quedó el pobre medio escondido.
Llegó el momento esperado, ver el mural donde nosotras aparecíamos retratadas; como plato fuerte se había dejado para el final.
El mural estaba en otra sala y cuando al fin todos pudimos verlo entendimos el porqué de tanta expectación.
Ocupaba en horizontal casi la totalidad de la pared. Había captado nuestra esencia reflejándola en nuestros rostros, pero en lugar de torsos se veía como una ventana que mostraba otro plano posterior y allí fue, donde sin duda, residía la grandeza del cuadro.
Pequeños ángeles jugueteaban entre nubes de algodón, todos bajo un gran corazón escarlata que parecía latir.
Sinceramente, no entendía el significado de aquella obra, pero tenía algo que no dejaba indiferente. No sé porqué pero se me erizó la piel.
Después de los comentarios sobre la pintura el evento siguió, la gente comentaba el trabajo de Saro y nosotras seguimos como si estuviéramos en una fiesta, copita por aquí copita por allá (pudimos pillar algunas botellas de vino y con disimulo procedimos a vaciarlas). Estábamos eufóricas y orgullosas de formar parte de la exposición.
Cuando ya debíamos marcharnos nos dimos cuenta de que con tantas emociones (y copas) nos habíamos olvidado por completo de Antonio, lo buscamos y después de dar mil vueltas Dunia lo encontró en la sala del mural. Allí fuimos mareadas y algo avergonzadas por la encerrona fallida.
Estaba él solo, mirando el cuadro como en trance. Cuando al fin reaccionó a nuestras voces, dijo:
-Chicas, me tienen que presentar a la pintora.
Salí corriendo en busca de Saro, que hacía de anfitriona con el resto de los invitados y literalmente la arrastré hasta donde estaba Antonio, con tanto ímpetu que tropecé y la tiré directamente sobre él.
Y claro, nos dio la risa tonta, Saro nos preguntó:
-¿Ustedes han bebido ?
-No, no, no... todas contestamos con los ojos brillantes, coloradas y la lengua trabada.
Saro avisó a nuestros padres, todos habían sido invitados para ver a sus niñas y se nos acabó la fiesta. Cada una fue conducida a su casa con parecida retahíla paternal, vamos, que nos cayó una buena bronca.
El día siguiente amaneció con una luz diseñada para producir dolor de cabeza -bonita forma de decir resaca-. Mis padres ya habían comprado la prensa donde se hablaba de la exposición del día anterior (buenas críticas) y haciendo un esfuerzo se la llevé a Saro.
Me extrañó que no abriera a la primera como siempre, tuve que tocar el timbre varias veces y cuando ya daba media vuelta la puerta se abrió.
Me encontré con un despeinado Antonio que iba en ropa interior y con una camiseta de Saro.
Supongo que mis ojos debieron aumentar varios centímetros.
Le lancé los periódicos y le dije que ya pasaría más tarde.
Tenía algo urgente que hacer, aunque me fundiera el saldo de la tarjeta del móvil, aquello se lo tenía que contar a las chicas pero ya.
De todo lo anterior saqué dos conclusiones a tener en cuenta en el futuro, primero que no éramos malas celestinas y segundo que mientras me acordara no tomaría vino.
Continuará...
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