jueves, 23 de julio de 2020

Ángel de la guarda. Parte VI y última.

El tiempo, ajeno a nuestras venturas y desventuras, siguió su camino y casi sin darnos cuenta cumplimos la mayoría de edad.
Nos pareció de buen augurio que coincidiera con el inicio del nuevo siglo, nos adentramos en el año 2.000 siendo, al menos legalmente, adultas.

El primer acontecimiento importante de ese año, fue que el proceso de adopción que había iniciado Saro años atrás, llegaba a su fin y  ya podría ir a buscar a su hija.
Por aquel entonces Antonio y Saro convivían, seguían en la casa de mi querida vecina y desde el minuto uno funcionaron como pareja.

Fueron juntos a China para traer a la niña,  hija emocional de ambos.
Yo no veía la hora de verlos en casa y conocer a la criatura, que como no, me convertía en tía postiza o algo parecido.
Por fin regresaron, los flamantes padres estaban agotados, nerviosos, asustados y muy felices.
La niña tenía un añito, la llamaron Luz, era más pequeña de lo habitual,  y arrastraba una serie de dificultades que la harían pasar más de una vez por el quirófano.
Los primeros meses fueron difíciles, la niña no respondía a ningún estímulo afectivo,  a saber que le rondaría por la cabeza. Alguna vez llegó a vomitar en su camita y ni un quejido soltó. No caminaba, no gateaba.....
Yo viendo el duro camino que estaban recorriendo mis vecinos los animé alguna noche a salir para que se despejaran y me quedaba con Luz.
Pasé horas mirando los ojos de aquella niña, intentando encontrar alguna pista del laberinto mental que la habitaba y me hice la promesa de "espabilarla" junto a las chicas, aunque la primera palabra que dijera fuera una palabrota.

Después de 5 meses ya estaba más gordita y receptiva emocionalmente, sin duda la medicina que pacientemente Saro y Antonio le daban a todas horas fue surtiendo efecto, su incondicional amor que aunque suene cursi, fue realmente lo que sacó a aquella niña de sí misma.
Nosotras nos peleábamos por llevarla de paseo, así que finalmente Luz salía escoltada por muchas de nosotras. Y sí, su primera palabra fue una palabrota.
Para mí iniciar un proceso de adopción, esperar años, traer a un ser que probablemente venga con carencias afectivas y algunas veces problemas médicos, me parece un acto de valentía tan grande, que tiene que venir respaldado por un amor incondicional. Parir es más fácil.

Cuando Luz cumplió 2 años se convirtió en el monstruo de Tasmania,  puro torbellino. Aunque su estatura era algo inferior a lo "normal", se transformó en  una niña activa y simpática.
Sus padres, agotados y orgullosos la disfrutaban al máximo.
Una noche que decidieron airearse, me pidieron que hiciera de canguro por unas horas. Mientras le calentaba la cena, oí un estruendo y asustada corrí temiendo que Luz se hubiera hecho daño, pero no, el daño lo sufrió un cajón que no sé como pudo sacar y que estrelló contra el suelo. Aliviada de que no le hubiera pasado nada,  me dispuse a recoger el desastre de carpetas y papeles esparcidos, cuando mis ojos se posaron sobre un documento que decía "consentimiento para donación de órganos".

No pude reprimir la curiosidad y lo leí con detenimiento, se refería a un trasplante de corazón de una menor fallecida en accidente y  cuando vi las fechas,  todo se ordenó en mi cabeza, tomó forma el puzzle incompleto que siempre me había inquietado.
Cuando  era pequeña mis padres me habían explicado que me cambiaron el corazón cuando yo tenía un año porque el inicial estaba estropeado. Sabía que había sido trasplantada, pero  me lo explicaron con tanta naturalidad que lo había interiorizado sin ningún tipo de trauma.
Ya sin venda en los ojos, entendí que la hija fallecida de Saro había sido mi donante.
Probablemente nunca sabré que armas utilizó Saro para conocer el destino del corazón de su hija, ni como consiguió  vivir tan cerca de mí. Creo que  donó no solo por generosidad, sino que  también influyó  la espiritualidad que formaba parte de su  modo de sentir la vida, seguramente por eso pintaba tantos ángeles.

También cobró sentido la sensación de estar acompañada, los avisos extrasensoriales que recibía.... Yo de aquella niña fallecida tenía algo más que un corazón.
Y aunque por mi edad  ya podía "borrar" la cicatriz que bordaba mi pecho, decidí que me acompañaría siempre.

Me dije que Saro tendría sus motivos para no contarme lo sucedido, quizás  quisiera proteger a las personas que sin duda tuvieron que saltarse alguna ley para que ella pudiera ser mi "vecina".
Y decidí no decirle nada a Saro, siempre hay cosas que ocultamos a nuestros padres, no?

La vida siguió, nos hicimos mayores, estudiamos, trabajamos, algunas nos casamos, nos descasamos, tuvimos hijos...y  yo conservaré siempre  un pellizco interior de secreta gratitud hacia Saro, su generosidad me permite estar ahora mismo delante de un ordenador tecleando palabras, con mejor o peor resultado, pero puedo hacerlo.
Gracias a ella tuve mi segunda oportunidad y un ángel de la guarda que  me acompaña.

Al final va a ser verdad lo que dijo Jacke de que nací con una flor en el culo.

Y ahora revisando este relato que llega a su fin, me doy cuenta de que no me he presentado, olvidé mencionar el nombre que mis padres tuvieron a bien ponerme, pero ya se sabe, nunca es tarde....
Me llamo Ángeles.



Fin.





2 comentarios:

  1. La piel de gallina, tienes un don escribiendo, empecé por el primero y del tirón, al final se me hizo corto, y eso que tú sabes lo que me gusta leer, muy guapo mamá ❤️

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  2. Por motivos obvios, este es el comentario que más me ha emocionado.
    Gracias hijo.

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