domingo, 6 de septiembre de 2020

Noviazgo . Capítulo VI.

-Buenos días mi niña, ¿esa cabecita tuya te dejó dormir anoche?
-Buenos días abuela, pues mira, descansé más de lo que esperaba y he tomado una decisión.
Como estoy de poco tiempo y aún puedo esperar, me doy un mes para aclararme y ver lo que hago.
Pero tengo que terminar este trabajo, deberíamos avanzar más rápido.
-No hay problema mijita, pon el teléfono a grabar y seguimos.
-Allá vamos.
-Pues si no recuerdo mal, me había quedado en los principios de mi trabajo en casa de don Rafael.
Pasaron un par de años sin sobresaltos y yo estaba a gusto. También seguí saciando mi hambre de lectura con la biblioteca del maestro.
-No sé porqué  intuyo que seguiste llevándote sus libros "prestados".
-No te equivocas, pero que conste que siempre los devolvía en perfecto estado.
Fue entonces cuando empezó a rondarme Carmelo, yo había cumplido los 16  y él me llevaba un par de años. Sus abuelos vivían cerca de mi casa, realmente nos conocíamos de siempre, pero fue en esos días  cuando se fijó en mí de otra manera.
Al principio se hacía el encontradizo cuando yo salía de trabajar y me acompañaba a mi casa, fuimos cogiendo más confianza y me invitaba a veces a tomar un refresco. Entonces tomar un refresco no era habitual, un lujo vamos.
Finalmente una tarde se me declaró.
Me había ido ganando con sus atenciones y me gustaba el muchacho, así que le dije que sí y por supuesto hicimos lo que se hacía entonces, ir a hablar con padre.
Mi padre conocía a su familia, sabía que era gente honrada, trabajadora y nos dio la bendición.
Como por aquel entonces tanto mi padre como mis hermanos tenían trabajo, padre me permitió que empezara a quedarme con mi sueldo, que en una familia con tanto hombre nadie había tenido en cuenta mi dote. Cosas de entonces.
Carmelo era moreno, alto, guapo...Muy cariñoso conmigo y me hacía reír, también influyó a su favor que respetara mi afición por la lectura. Con la mentalidad de la época  se suponía que el tiempo libre que tuviera una mujer lo debía dedicar a otros menesteres....
-¿Por ejemplo?
-Pues zurcían, cosían, tejían... A mí tejer  siempre me gustó, pero cuando realmente cogí la aguja en serio fue antes de nacer tu padre. Todavía conservo alguna mantita.
Pero sigo con Carmelo, era pescador, aunque no se embarcaba como muchos que pasaban meses fuera para sostener a la familia, sin poder disfrutarla sino un par de veces al año.
A él se lo habían ofrecido pero le tiraba su isla, su gente. Su ideal de futuro era formar su propia familia teniendo muchos hijos.
Hacía años que había heredado un terrenito y al golpito había empezado a levantar su casa, pero al ennoviarse conmigo estaba ansioso por terminarla para casarnos.
No le hacía gracia que yo siguiera trabajando, pero lo pude convencer, con la excusa de que el dinerillo que yo ganara nos iba a ayudar para ir comprando lo básico para una casa, que partíamos de cero.
Quedamos en que  una vez que yo fuera madre, dejaría el trabajo, aunque por dentro no me gustara la idea. Ya se me ocurriría algo pensé para mis adentros.
-¿Estabas enamorada?
-Yo lo quise, pero con el tiempo me di cuenta que enamorada no estuve, no de él.
Antes los noviazgos solían ser de años, pero como pudimos terminar la casa y teníamos lo imprescindible para vivir, cuando cumplí los 17 años nos casamos.
Una cosa sencilla, ni se usaba ir vestida de blanco.
La luna de miel fue ir un fin de semana a una casa que nos dejaron en otro pueblo, fíjate que así y todo me hizo ilusión.
Los primeros meses me trató como a una reina, eso sí, estaba empeñado en que fuéramos padres lo antes posible y me tenía jartita, todo el día dale que te pego. Yo terminaba con mis partes escocidas y  a veces por la noche me hacía la dormida para que no siguiera...
-Vale vale, ahora soy yo la que te dice que no hace falta que entres en detalle.
-¿A estas alturas te vas a asustar? Esta juventud se cree que el sexo lo inventaron ellos.
-No es eso abuela, pero es como si yo te contara mis intimidades con Javier. ¿Qué te parecería?
-Cuenta cuenta.
-Vale, ya veo que estás guasona hoy ¿quieres qué sigamos mañana?
- No mujer, que tienes que terminar tu trabajo. Venga, me pongo serie y sigo.
Cada mes cuando me llegaba la menstruación, Carmelo se enfuruñaba y con el paso del tiempo se fue diluyendo el hombre cariñoso y divertido que me encandiló.
Me daba cuenta de que me miraba de otra manera, sus ojos ya no brillaban por mí, sino por los rones que se hincaba día sí día también.
Yo mantenía la calma y le decía que había que tener paciencia, que los hijos ya vendrían. Pero no llegaban y aunque por entonces no habían los adelantos de hoy, sin decirle nada fui a que me viera mi médico.
En principio parecía que por mi parte estaba todo bien, pero me guardé de decírselo a Carmelo, sabía que confundiría su posible infertilidad con la hombría.
Pasó un año y ni rastro de embarazo, Carmelo iba de mal en peor, la bebida le sacó el demonio que tenía agazapado dentro.
Y como al perro flaco todo son pulgas, pasó algo que me entristeció aún más.
-¿Qué pasó?
-Le llegó la edad de jubilarse a don Rafael y decidió con su mujer que se irían a la capital, a casa de su hija.  Recién había enviudado y era el momento de tener a sus padres cercas, además mis jefes estaban ansiosos por disfrutar tanto de su hija como de sus 3  nietos.
Me dijeron que no me preocupara, que la casa se la alquilaban al maestro que lo sustituiría, un tal José Luis y que estaba conforme con que yo conservara mi trabajo.
Era hijo de un compañero de estudios con el que don  Rafael  había hecho amistad y seguían manteniendo contacto.
Me advirtió de que debería tener paciencia, pues era una persona muy maniática y tenía fama de afeminado, pero que cuando me acostumbrase a sus rarezas podría ver que era buena persona.
Yo me sentí desolada,  habían sido como mi familia y sabía lo mucho que los iba a echar de menos.
-Y te quedabas sin biblioteca particular, seguro que eso también lo pensaste.
-Claro qué se me pasó por la cabeza, pero para mi sorpresa el día que nos despedimos, don Rafael me dijo que no me preocupara, que José Luis era un buen lector y seguramente se instalaría con su colección de libros. ¡Y qué no se me olvidara pedírselos prestados!.
¡Qué vergüenza más grande pasé en ese momento! Me puse tan roja que me sentía las orejas ardiendo.
Don Rafael me sorprendió con una sonora carcajada y me entregó un paquete, pidiéndome que no lo abriera hasta que ellos se hubieran ido.
-¿Un paquete? ¿Y qué contenía?
-El libro "Mujercitas". El primero que me llevé "prestado" de su casa.
Ese detalle me llegó al alma, de hecho aún lo conservo, viejito y con sus hojas amarillas. Ese libro representa una parte de mi historia, pero también uno de los regalos más bonitos que me han hecho en la vida.
-Mira abuela, se me han puesto "los pelos de punta".
-Ya lo veo.
 Bien de recuerdos dormidos me están viniendo Amada y qué fatiguita más grande me está dando, con tantas emociones se me está...
-No hace falta que sigas, me vas a decir que se te está bajando el azúcar y que tienes que comer algo dulce. ¿Me equivoco?
-Jajajaja, no te equivocas.
Anda, vamos a la cocina que ya seguiremos.



Continuará.



No hay comentarios:

Publicar un comentario