-Uf, me acaban de dar ganas de vomitar.
-No te preocupes, es por tu estado, por eso no te vas a morir, pero espera, te voy a hacer un agüita guisada que te hará sentir mejor.
-Abuela si es apestosa no, todo me provoca.
-No te preocupes, es mano de santo. Te la tomas, te acuestas un ratillo y verás como se te quita.
Pasa media hora y Dolores con disimulo no ha dejado de mirar a la nieta tumbada en el sofá.
Se levanta Amada y le propone a su abuela seguir con la grabación.
-¿Estás segura? Mejor color tienes, pero si estás desganada ya lo seguiremos en otro momento.
-No, no. La verdad es que la infusión me ha sentado bien, me tienes qué decir con qué la hiciste.
-Si no te preocupes, luego te enseño mis hierbas.
¿Dónde me había quedado ayer?
-Contabas cuando conociste al nuevo y te propusiste deshacerte del viejo.
-Jajaja, qué mal suena dicho así, pero te sigo contando.
De camino a mi casa mi cabeza no paraba de dar vueltas, estaba turbada por la presencia de José Luis, pero lo primero era lo primero y tenía que dar con la forma de librarme de Carmelo.
Y me acordé del jodío cura, que a a base de acoso y derribo lo dejé fuera de juego.
Ya en casa se me ocurrió algo, tendría que exponerme a otro guantazo, pero si funcionaba valdría la pena, no podía dejar escapar el valor que había recuperado.
Carmelo cada vez llegaba más tarde, siempre apestando a alcohol y esa noche no fue una excepción.
Adrede le puse un plato de sopa hirviendo para que se quemara y saltara, cualquier tontería le bastaba como excusa para agredirme.
-Mira qué eres atrevida.
-Me había preparado, guardaba en el bolsillo del delantal el cuchillo más afilado que tenía en la cocina.
-¿En serio? Al final terminaré vomitando.
-No chiquilla qué estaba todo pensado.
Cuando Carmelo probó la sopa y se quemó, amenazador me gritó qué era una inútil, qué ni para servir un plato de sopa servía, mientras me soltaba un tremendo puñetazo en la cara, en un ojo para ser más exactos.
Yo que ya tenía la mano preparada con el cuchillo se lo puse en sus partes y le dije qué si volvía a ponerme una mano encima iba a correr la sangre y no sería la mía.
El no se esperaba mi reacción y farfullando se acostó a dormir la mona.
Ya hacía tiempo que no dormíamos juntos, pero a partir de aquella noche yo me adelantaba al amanecer y me sentaba en una silla junto a su cama, con el cuchillo en la mano. Desde que movía las pestañas, ya estaba yo con el cuchillo amenazante sobre su cuello.
Cuando me vio se levantó con mucho cuidado diciéndome que solo le faltaba que me hubiera vuelto loca. Pero para variar no me tocó ni un pelo.
El golpe de la noche anterior me había dejado un ojo morado, era mi primer día con el nuevo maestro y me daba vergüenza llegar con aquella pinta, así que intenté con un pizco de maquillaje disimularlo, pero no sirvió de mucho.
No me quedó más remedio que presentarme así, me dije que procuraría tener la cabeza gacha a ver si colaba.
Cuando llegué a la casa, José Luis me estaba esperando con la lista de la compra, me dejó el dinero y me indicó que ya había lavado su ropa, que por favor se la tendiera en el patio; solo habían prendas blancas, negras y grises. Le pregunté si tenía que tender la ropa de color y me dijo que solo usaba esos colores, que así no se liaba a la hora de combinarlos. Otra de sus rarezas, pensé sin darle más importancia.
Me dejó una lista de lo que no tenía que hacer, fíjate, cuando lo normal es lo contrario. Le había dado tiempo de sacar todos los libros de las cajas y los tenía perfectamente alineados en estanterías. Me dijo que cuando terminara mis tareas podía coger el libro que quisiera, pero que tuviera cuidado y lo dejara exactamente donde estaba antes.
Me acordé de las llaves de esa casa que yo tenía desde hacía tiempo y cuando le fui a preguntar si se las devolvía, sin darme cuenta levanté la cara y pudo ver mi ojo morado.
Me miró un buen rato, no hacía falta que preguntara lo evidente y me dijo: "no se lo permitas más Dolores" y yo le contesté: "no se preocupe, ya estoy en ello."
No era la primera vez que yo salía a la calle con marcas que delataban el maltrato y todo el mundo miraba para otra parte.
Tuvo qué ser él, un perfecto desconocido, quien se preocupara. Supe que en aquel extraño hombre tendría un aliado.
José Luis partió al colegio y yo a la compra.
De paso compré una caja de matarratas en polvo, la necesita para deshacerme de Carmelo.
-¡Ay! ¡No sigas! Me puedo hacer una idea, mejor te saltas ese episodio y sigues con tu relación con José Luis.
-¿En serio piensas qué lo iba a matar? Jajaja, muchacha, aunque Carmelo se lo mereciera yo tenía otros planes.
-Bueno, sigue sigue a ver qué pasa.
-A partir de ese momento, tuve como dos vidas paralelas.
Por una parte en mi casa seguía con el plan de ahuyentar a Carmelo, él era muy pero qué muy aprensivo. Así que puse el paquete de matarratas en la alacena, como si estuviera escondido, pero que lo pudiera ver. Lógicamente me preguntó qué hacía allí y le dije que había visto cagadas de rata debajo de algún mueble.
Yo empecé a ponerle a su comida una hierba totalmente inofensiva pero que daba mal sabor y el muy tonto picó.
Olía la comida, se quejaba de su sabor y me la hacía probar a mí antes. Aunque yo la comiera se fue sugestionando pensando que lo estaba envenenando; sentía náuseas, vomitaba, le dolía el estómago.... ¡lo qué es la cabeza cuándo cree algo!
Por supuesto me encontraba cada día al despertar mirándolo con los ojos bien abiertos y el cuchillo muy cerca de su cuello.
¿Te puedes creer qué no me volvió a pegar?
Eso sí, no se cansaba de repetir que me había vuelto loca y que cualquier mañana amanecería con el cuello cortado, si el veneno no lo mataba antes.
Llámame mala si quieres, pero yo disfrutaba ejecutando mi plan.
Y por otra parte en la casa de José Luis me sentía cada vez más a gusto, íbamos cogiendo confianza y una vez acostumbrada a sus rarezas comprendí que era una persona diferente y que lo quería en mi vida.
Con el paso del tiempo iba notando que si me rozaba sin intensión mi cuerpo se rebelaba, un grito mudo qué pedía más. Intuía que a él le pasaba lo mismo.
Y qué quieres qué te diga, llegó un día en qué pasó lo que tenía que pasar.
En la intimidad era viril y delicado al mismo tiempo, me enseñó otra forma de amar, como si su piel y mi piel tuvieran el mismo destino.
No es que yo con Carmelo al principio lo pasara mal en ese aspecto, pero con él era diferente, mágico, placentero, aunque quedábamos satisfechos siempre queríamos más.
-Abuela esto se está pareciendo a "50 sombras de Grey".
-¿Y eso qué es?
-Una novela erótica que estuvo muy de moda hace un tiempo.
A mí me aburrió pero la autora se "forró".
-¿Si? Pues me estás dando una idea, cuando termines el trabajo yo te cuento cosas "picantes", tú las escribes y
-¡Quita quita, bastante tengo con tú vida! Qué cosas se te ocurren.
Vamos a descansar un ratillo y seguimos después.
-Vale...igual me inspiro y escribo alguna cosa guarrilla.
-Eres tremenda abuela.
Continuará.
-No, no. La verdad es que la infusión me ha sentado bien, me tienes qué decir con qué la hiciste.
-Si no te preocupes, luego te enseño mis hierbas.
¿Dónde me había quedado ayer?
-Contabas cuando conociste al nuevo y te propusiste deshacerte del viejo.
-Jajaja, qué mal suena dicho así, pero te sigo contando.
De camino a mi casa mi cabeza no paraba de dar vueltas, estaba turbada por la presencia de José Luis, pero lo primero era lo primero y tenía que dar con la forma de librarme de Carmelo.
Y me acordé del jodío cura, que a a base de acoso y derribo lo dejé fuera de juego.
Ya en casa se me ocurrió algo, tendría que exponerme a otro guantazo, pero si funcionaba valdría la pena, no podía dejar escapar el valor que había recuperado.
Carmelo cada vez llegaba más tarde, siempre apestando a alcohol y esa noche no fue una excepción.
Adrede le puse un plato de sopa hirviendo para que se quemara y saltara, cualquier tontería le bastaba como excusa para agredirme.
-Mira qué eres atrevida.
-Me había preparado, guardaba en el bolsillo del delantal el cuchillo más afilado que tenía en la cocina.
-¿En serio? Al final terminaré vomitando.
-No chiquilla qué estaba todo pensado.
Cuando Carmelo probó la sopa y se quemó, amenazador me gritó qué era una inútil, qué ni para servir un plato de sopa servía, mientras me soltaba un tremendo puñetazo en la cara, en un ojo para ser más exactos.
Yo que ya tenía la mano preparada con el cuchillo se lo puse en sus partes y le dije qué si volvía a ponerme una mano encima iba a correr la sangre y no sería la mía.
El no se esperaba mi reacción y farfullando se acostó a dormir la mona.
Ya hacía tiempo que no dormíamos juntos, pero a partir de aquella noche yo me adelantaba al amanecer y me sentaba en una silla junto a su cama, con el cuchillo en la mano. Desde que movía las pestañas, ya estaba yo con el cuchillo amenazante sobre su cuello.
Cuando me vio se levantó con mucho cuidado diciéndome que solo le faltaba que me hubiera vuelto loca. Pero para variar no me tocó ni un pelo.
El golpe de la noche anterior me había dejado un ojo morado, era mi primer día con el nuevo maestro y me daba vergüenza llegar con aquella pinta, así que intenté con un pizco de maquillaje disimularlo, pero no sirvió de mucho.
No me quedó más remedio que presentarme así, me dije que procuraría tener la cabeza gacha a ver si colaba.
Cuando llegué a la casa, José Luis me estaba esperando con la lista de la compra, me dejó el dinero y me indicó que ya había lavado su ropa, que por favor se la tendiera en el patio; solo habían prendas blancas, negras y grises. Le pregunté si tenía que tender la ropa de color y me dijo que solo usaba esos colores, que así no se liaba a la hora de combinarlos. Otra de sus rarezas, pensé sin darle más importancia.
Me dejó una lista de lo que no tenía que hacer, fíjate, cuando lo normal es lo contrario. Le había dado tiempo de sacar todos los libros de las cajas y los tenía perfectamente alineados en estanterías. Me dijo que cuando terminara mis tareas podía coger el libro que quisiera, pero que tuviera cuidado y lo dejara exactamente donde estaba antes.
Me acordé de las llaves de esa casa que yo tenía desde hacía tiempo y cuando le fui a preguntar si se las devolvía, sin darme cuenta levanté la cara y pudo ver mi ojo morado.
Me miró un buen rato, no hacía falta que preguntara lo evidente y me dijo: "no se lo permitas más Dolores" y yo le contesté: "no se preocupe, ya estoy en ello."
No era la primera vez que yo salía a la calle con marcas que delataban el maltrato y todo el mundo miraba para otra parte.
Tuvo qué ser él, un perfecto desconocido, quien se preocupara. Supe que en aquel extraño hombre tendría un aliado.
José Luis partió al colegio y yo a la compra.
De paso compré una caja de matarratas en polvo, la necesita para deshacerme de Carmelo.
-¡Ay! ¡No sigas! Me puedo hacer una idea, mejor te saltas ese episodio y sigues con tu relación con José Luis.
-¿En serio piensas qué lo iba a matar? Jajaja, muchacha, aunque Carmelo se lo mereciera yo tenía otros planes.
-Bueno, sigue sigue a ver qué pasa.
-A partir de ese momento, tuve como dos vidas paralelas.
Por una parte en mi casa seguía con el plan de ahuyentar a Carmelo, él era muy pero qué muy aprensivo. Así que puse el paquete de matarratas en la alacena, como si estuviera escondido, pero que lo pudiera ver. Lógicamente me preguntó qué hacía allí y le dije que había visto cagadas de rata debajo de algún mueble.
Yo empecé a ponerle a su comida una hierba totalmente inofensiva pero que daba mal sabor y el muy tonto picó.
Olía la comida, se quejaba de su sabor y me la hacía probar a mí antes. Aunque yo la comiera se fue sugestionando pensando que lo estaba envenenando; sentía náuseas, vomitaba, le dolía el estómago.... ¡lo qué es la cabeza cuándo cree algo!
Por supuesto me encontraba cada día al despertar mirándolo con los ojos bien abiertos y el cuchillo muy cerca de su cuello.
¿Te puedes creer qué no me volvió a pegar?
Eso sí, no se cansaba de repetir que me había vuelto loca y que cualquier mañana amanecería con el cuello cortado, si el veneno no lo mataba antes.
Llámame mala si quieres, pero yo disfrutaba ejecutando mi plan.
Y por otra parte en la casa de José Luis me sentía cada vez más a gusto, íbamos cogiendo confianza y una vez acostumbrada a sus rarezas comprendí que era una persona diferente y que lo quería en mi vida.
Con el paso del tiempo iba notando que si me rozaba sin intensión mi cuerpo se rebelaba, un grito mudo qué pedía más. Intuía que a él le pasaba lo mismo.
Y qué quieres qué te diga, llegó un día en qué pasó lo que tenía que pasar.
En la intimidad era viril y delicado al mismo tiempo, me enseñó otra forma de amar, como si su piel y mi piel tuvieran el mismo destino.
No es que yo con Carmelo al principio lo pasara mal en ese aspecto, pero con él era diferente, mágico, placentero, aunque quedábamos satisfechos siempre queríamos más.
-Abuela esto se está pareciendo a "50 sombras de Grey".
-¿Y eso qué es?
-Una novela erótica que estuvo muy de moda hace un tiempo.
A mí me aburrió pero la autora se "forró".
-¿Si? Pues me estás dando una idea, cuando termines el trabajo yo te cuento cosas "picantes", tú las escribes y
-¡Quita quita, bastante tengo con tú vida! Qué cosas se te ocurren.
Vamos a descansar un ratillo y seguimos después.
-Vale...igual me inspiro y escribo alguna cosa guarrilla.
-Eres tremenda abuela.
Continuará.
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