jueves, 14 de enero de 2021

La terapia. Capítulo I.

Después de meses de baja por depresión, me he incorporado a mi trabajo en la policía.
No he vuelto a intentar atentar contra mi vida, pero siento que mis ganas de vivir murieron el día que así lo hizo Teresa, mi mujer y compañera de vida.
El triste accidente que la apartó para siempre de mí, se llevó también mi espíritu. Soy un cuerpo que respira, come, duerme a ratos  y que ahora vuelve al trabajo, pero nada más. No me caben ilusiones o esperanzas de futuro. Es lo que hay, así que después de innumerables visitas a psicólogos me resigno a arrastrar el amasijo de huesos y piel en el que me he convertido.
Hasta las lágrimas liberadoras me fueron negadas.
Lo primero que hice tras el accidente fue vender la casa donde vivimos, no podía enfrentarme a unas paredes delatoras que me recordaran cada minuto la ausencia de una Teresa que no la volverá a habitar.
Por eso a mis 30 años vuelvo a vivir en casa de mi madre.
Mi madre a sus 53 años y después de tanto tiempo de viudez y de soledad, se ha tenido que adaptar a mi presencia. Ha respetado mi duelo con mucha paciencia; no debe haberle resultado fácil.
Hasta esta tarde que al llegar del trabajo me ha dicho lo siguiente.
-Hijo, ya ha pasado tiempo más que suficiente para que empieces a pensar en recomponerte, eres joven, tienes una vida por delante y no voy a consentir que la desperdicies de esta manera. Así que te pongo un ultimátum, o me dejas ayudarte o tienes 3 meses para que te vayas con tu pena a otra parte.
Quítate ese pijama de viejo, que te voy a llevar a una terapia diferente. Ya la pagué, así que no quiero un no por respuesta. 
Cuando mi madre se pone así mejor no llevarle la contraria, aunque me da igual a donde me lleve, todo me da igual. Por no oírla me visto y salimos en su coche. Ha cogido una bolsa, a saber que lleva dentro, igual unos guantes de boxeo para que intente romper mi pena a base de puñetazos; por un instante la idea me medio convence, pero vuelvo a caer en mi desidia y me dejo llevar.
Llegamos a un barrio a unos 30 minutos de nuestra casa.
Mi madre toca a la puerta de un local que no tiene ningún letrero que pueda aclarar su actividad.
Abre Carmensa, la amiga hippie de mi madre, la conozco de toda la vida y sé que da clases de algo relacionado con la artesanía, así que no entiendo nada.
Carmensa me regala uno de sus largos abrazos y me hace pasar, mi madre aprovecha para decir que tiene que ir a la mercería y que ya vendrá a por mí en 2 horas. Se escabulle antes de que yo reaccione y salga corriendo.
Ya dentro del todo veo a un grupo de mujeres que están tejiendo, una gran mesa llena de ovillos y agujas es el único mobiliario del taller, amén de las sillas donde las mujeres que las ocupan paran su quehacer para mirarme. Intuyo que ya sabían que yo iría, no parecen sorprendidas.
Carmensa me señala una silla vacía y me presenta.
-Chicas, aquí Sergio. Y me señala una por una a las integrantes del grupo diciendo sus nombres: Esther, Lola y Laura.
No te preocupes, ya las irás conociendo. No sé hasta donde te ha informado tu madre, pero aquí nos reunimos con la excusa del crochet, que es el nombre en fino del ganchillo de toda la vida.
Lo importante es que cada una arrastra una historia y las horas que aquí tejemos nos permite apartarnos de nuestros problemas, lo que no es poco y encima hacemos unas cosas preciosas, ya verás, ya.
Como no tienes ni idea empezarás aprendiendo a tejer una cadeneta, el próximo día ya te voy introduciendo en otros puntos.
Yo alucinado solo atino a decir que solo asistiré esa tarde, pero Carmensa muy serie me dice que mi madre ha pagado una sesión y que eso conlleva al menos dos tardes de esa semana.
Tengo claro que no volveré a venir, pero no me atrevo a levantarme para salir pitando de allí, por lo menos hoy, me digo, pensando en que se lo he prometido a mi madre.
Carmensa saca de la bolsa lo que mi madre ha llevado, un ovillo rojo intenso y una aguja de hacer crochet, ganchillo o como quiera que se llame.
¿No tenía mi madre otro color más adecuado a mi estado de ánimo? Me dan ganas de ahorcarme con él, pero sumiso dejo que Carmensa continúe con sus explicaciones.
Cuando al fin levanto la cabeza para mirar a las mujeres que están allí, me quiero morir.
La que se llama Lola va en silla de ruedas, la tal Esther está tan embarazada que parece que tenga un ejército dentro, Laura es la más joven y por lo menos en la  piel que tiene a la vista no le cabe un tatuaje más, amén de los piercing que lleva en orejas, ceja, nariz y creo que lengua, que algo le brilla dentro de la boca.
4 pares de ojos me miran sin disimulo y yo, un tío de 2 metros y dedos como morcillas, al verme entre las manos los útiles tejeriles,  me rompo de repente.
Cae ladrillo a ladrillo el muro interior que me impedía el llanto, se deshace el cemento como si fuera mantequilla y me dejo inundar por las lágrimas que estuvieron prisioneras en todo el  proceso de duelo que me ha tocado en suerte.
Lloro a moco tendido sin sentir vergüenza, bendito sea Dios, con la de psicólogos que he visitado intentando conseguir  derribar ese dique contenido y ahora sin avisar se rompe.
Todas me miran y vuelven como si nada hubiera pasado a sus puntos.
Carmensa deja que me vaya calmando sin intervenir y cuando ve que cesa el llanto, me acerca un vaso de agua y me dice:
-Sergio, no sabes lo feliz qué me has hecho. Toma, bebe  agua y sigue con esas cadenetas, procura no apretar tanto el hilo y te quedarán mejor.
Estoy atónito, atónito y liberado. 
Ya no debe faltar mucho para que termine la clase, así que no me queda otra que intentar hacer cadenetas decentes, total, ¿qué voy a perder?
Llegado el momento de dejar los tejidos, Carmensa me informa de que juegan semanalmente 5 euros a juegos, primitiva, lotería y esas cosas, cada semana le toca a alguna del grupo. Me dice que tendré que ponerla yo esa semana, no sea que vaya a tocar y  me quede fuera.
Como no soy capaz de decirle que no volveré a ir, asiento y me comprometo a ponerla al salir.
Como despedida a la clase de hoy, todas se abrazan y me incluyen, me coge con la guardia baja y me dejo llevar.
Carmensa me dice que me espera el jueves, y que no me fíe de lo modositas que han estado hoy sus chicas, que lo han hecho por respeto a mi llanto, pero que ya veré la próxima vez la de risas que retumban entre esas paredes. Y que practique hasta entonces, que quiere ver una cadena en condiciones.
Yo me despido con un gesto de la cabeza y salgo esperando que esté mi madre  para salir de lo que me ha parecido el sueño más surrealista de toda mi vida.
Por no defraudar al grupo antes de que me arrepienta, antes de subir a casa pongo los 5 euros de bonoloto, ya le diré a mi madre que se lo lleve a Carmensa, por supuesto no pienso volver.
Mi madre me pregunta  como me ha ido, aunque estoy seguro de que Carmensa ya habrá tenido tiempo de ponerla al día por teléfono.
-Mamá, estás loca, como una cabra, vamos. ¿Te piensas qué me puede ayudar algo ir a clase de ganchillo con un grupo de mujeres? Además, todas parecen arrastrar vidas difíciles, ¿qué me van a aportar si ya tengo bastante con lo mío?
-Mi hijo, más de lo que puedas pensar, pero me prometiste asistir a la sesión que pagué y eso quiere decir que el jueves vuelves a ir. Ya  luego decides lo que quieras. Recuerda que me lo prometiste.
-Si si mamá, no me vuelvas loco ahora con eso.
-Pues mira en la bolsa que ovillos más bonitos he comprado mientras estabas allí, son una preciosidad, y las agujas, mira de colores, en mis tiempos de éstas no habían....
Y la dejo continuar su cháchara porque la veo ilusionada y no quiere pinchar el globo de colores que parece que solo ven sus ojos.
Pongo la excusa de que me duele la cabeza y me voy a la cama. 
No son más de las 9 y sé lo que me espera, otra noche de insomnio maltratador, pero cuando abro los ojos  son las 4 de la madrugada, he dormido 7 horas seguidas. Por primera vez en este puñetero año he dormido 7 horas de un tirón, me cuesta creerlo. ¿Será por el llanto de esta tarde qué al fin me ha permitido relajarme algo? 
Sea como sea me siento bien, pero son las 4 de la mañana y no es plan de levantarme y hacer ruido, mi madre sigue durmiendo y aún faltan horas para que se levante.
Tengo que hacer algo desde la cama que me entretenga, cojo el portátil y me veo buscando en internet tutoriales de ganchillo. 
Vaya, pues sí que hay cosas, hasta hombres que le dan a la aguja. Todos coinciden en que es terapéutico. Total, no pierdo nada por seguir mirando y me animo a practicar las jodías cadenetas.

Continuará.




4 comentarios:

  1. Hola hermana! creo que es una buena terapia hacer ganchillo. A ver el siguiente capítulo. Cuídate y un abrazo muy fuerte de tu hermano.

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  2. Si que es terapéutico. Ya sabes, nunca es tarde para aprender.
    Besos fuertes.

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  3. Tiene buena pinta la historia, fíjate yo no hago ganchillo pero si punto de cruz y sé que ambas cosas tienen un poder relajánte. Esperando el siguiente capítulo.....un besote.

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  4. Si, esas actividades te permiten abstraerte del mundo real, lo que no es poco.
    A ver que pasa con Sergio la semana próxima.
    Ahora soy un hombre, jajaja.
    Gracias por tu fidelidad Astrid, te debo una bufanda de ganchillo, un abrazo.

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