jueves, 11 de febrero de 2021

La terapia. Capítulo V.

La mañana siguiente pasé por quirófano, todo salió según lo previsto y mi madre se empeñó en quedarse con la dichosa bala, cosas de madres. Había pasado toda la noche sentada en un triste sillón y al llegar Lola, pudimos convencerla para que se fuera a casa a descansar un par de horas. 
Se ve que Lola tenía prisa por contarme su historia y desde que vio que se me habían pasado los efectos de la anestesia comenzó.
-Mira Sergio, entiendo que estés disgustado con nosotras, pero escúchame por favor.
Nosotras vamos al taller de Carmensa y aprendemos crochet, que es una de las partes de la terapia, pero  no la única, las asistentes (hasta ahora éramos chicas hasta que llegaste tú), arrastramos algún problema que intentamos solucionar. Pero mejor te cuento mi historia para que lo puedas comprender.
Yo siempre he sido una persona muy independiente, va en mi carácter, la primera frase que aprendí y repetía a menudo era: yo sola.
Hice la carrera de arquitectura y me empeñé en costeármela yo misma, a pesar de que mis padres me podían ayudar, pero no, yo erre que erre me empeciné y al mismo tiempo que estudiaba ponía copas en un bar, me pagué la carrera, aunque durante esos años no tuve tiempo para otra cosa. Conseguí trabajo en un estudio de arquitectura, por ese lado todo bien, pero me había propuesto ser madre antes de los 30 años. Lo malo es que dedicaba demasiado tiempo al trabajo y ni tiempo tenía para relacionarme y buscar pareja, pero eso no me desanimó y con 29 años quedé embarazada.
-¿Y el padre?
-Para una persona independiente como yo, la solución fue la fecundación in vitro, conseguía lo que quería y no tenía que atarme a nadie.
Tuve a mi hija Nerea y a los 3 meses me incorporé al trabajo y la apunté en una guardería. A mis padres les costó un disgusto, no entendían que pusiera a la niña tan pequeña en la guardería cuando ellos se podían hacer cargo de su cuidado mientras yo trabajaba, pero seguía empecinada con el tema de la independencia y no cedí. 
Cuando la niña tenía 6 meses, mi madre nos visitó un domingo por la tarde, me dijo que encontraba a la niña caliente e inquieta, que debería tomarle la temperatura. Me acordé que el termómetro se me había roto y no lo había repuesto. Le dije a mi madre que seguro que a Nerea le estaría saliendo algún diente, que no pasaba nada, le di una toma de apiretal y al rato se quedó dormida.
Mi madre quería llevarla al centro de salud por si acaso, pero le volví a repetir que no sería nada, la molestia por algún diente y alguna décima de fiebre.
Ella  me dijo que mejor no la llevara a la guardería al día siguiente, que se quedaba con ella para que yo pudiera ir a trabajar. Yo por no oírla le dije que si notaba a la niña pachucha  la avisaría.
El lunes yo tenía la presentación de un proyecto que había estado preparando durante mucho tiempo, si salía bien me supondría un ascenso. La niña amaneció más colorada de lo normal, pero volví a repetirme que le estaría saliendo algún diente, le volví a dar un poco de apiretal y la dejé en la guardería, pasando de lo que le había dicho a mi madre.
La presentación salió muy bien, estaba subida en una nube, aunque había durado más de lo previsto, 3 largas horas, las mismas que estuvo mi teléfono apagado.
Cuando lo encendí, tenía un montón de llamadas de la guardería y de mi madre, que en el buzón de voz me decía que la niña estaba en urgencias.
Salí disparada hacia el Materno, con un miedo que no había conocido antes, maldiciéndome por mi testarudez y cuestionándome como madre. 
Al llegar mi madre estaba con la niña, primero me informó, la pobrecita Nerea había tenido una fiebre tan alta que le provocó convulsiones. Desde la guardería al ver que yo tenía el teléfono apagado llamaron al siguiente contacto, mi madre, que se había hecho cargo de ir a buscar a la niña y llevarla a toda prisa al hospital. Luego hizo lo que nunca había hecho antes, cuestionar mi deseo de no necesitar a nadie poniendo a mi hija en peligro. Y tenía toda la razón del mundo, pero ya me ocuparía de ese problema, primero era ver a la niña y hablar con los pediatras.
Nerea tenía una fuerte infección de oídos que le produjo hipoacusia, habría que esperar algún tiempo para ver si la pérdida de audición era temporal o arrastraría el problema de por vida. De momento se tenía que quedar ingresada.
Me quería morir, si la hubiera llevado la noche anterior al médico quizás las cosas no hubieran llegado a ese extremo. Mi niña, seguro que le dolió lo suyo, además de la fiebre alta y yo ni siquiera tenía un triste termómetro en casa.
Mi madre me dijo que yo tenía un problema, que debía entender que las personas nos necesitamos en algún momento de la vida y no nos hace más débiles aceptar ayuda. Que de joven vale, estaba bien que me gustara hacer sola las cosas por mí misma, pero ya no estaba sola y si la niña no se quedaba bien tendría que sufrir el remordimiento toda mi vida.
Y tenía toda la razón del mundo.
Yo que pensaba que llorar era una pérdida de tiempo, lloré durante la semana que mi hija estuvo ingresada, lloré por el daño que no le evité a mi niña, por la juventud que me había perdido al empeñarme en estudiar y trabajar al mismo tiempo, por los amores que me negué, lloré, lloré y lloré.
Así me encontró Carmensa un día que había ido a llevar gorros de lana que tejía para los niños de oncología, sin darme cuenta me vi contándole  mi vida a aquella desconocida. Con acierto me dijo que primero me ocupara de mi hija y que cuando saliera probara a llamarla, que su terapia me podía venir bien.
Por suerte Nerea sanó y recibió el alta, pero la angustia de lo que podía haber sido me retorcía las entrañas. Dicen que el primer paso de la sanación es reconocer que tienes un problema, así que llamé a Carmensa, aquella mujer me había infundido paz justo cuando más lo necesitaba.
-Perdona que te interrumpa Lola, ¿pero dónde está ahora tu niña?
-Con mi madre, la saqué de la guardería y estamos todos contentos.
-La verdad que tu historia me ha conmovido, pero... ¿me explicas lo de la silla de ruedas qué no necesitas?
-Si claro. Pero aunque te parezca que no la necesito no es así, forma parte de la terapia, Carmensa nos sugiere, nunca obliga, a hacer lo que mejor nos ayude a salir de donde sea que estemos metidas.
Por eso durante un tiempo he estado en silla de ruedas, es automática, pero me veo obligada a aceptar la ayuda de la gente cuando es preciso, no sé.. por ponerte algún ejemplo, cuando voy al súper y no alcanzo algo, en un ascensor..... He descubierto la de gente dispuesta a echar una mano cuando lo necesitas y reconforta, la verdad. Ahora soy consciente de que no me pasa nada por dejarme ayudar, al contrario, me siento mejor persona. 
¿Lo entiendes ahora Sergio? En ningún momento nos quisimos reír de ti, el problema fue que no nos dio tiempo de contarte el porqué de nuestro comportamiento, seguro que Esther y Laura no tardan en contarte sus historias.
En ese momento entró Domingo y antes de saludarme le estampó dos sonoros besos a Lola, que movió seductora su melena lila.
Vaya, aquí hay temita, pensé divertido, aunque lo que de verdad deseaba era quedarme solo para digerir la historia de Lola. 
Todavía me faltaba por oír a Esther y a Laura.
¿Qué misterios esconderían?









2 comentarios:

  1. Hola Hermana! Vaya con la historia de Lola, menos mal que su hijita, Nerea, sanó. Estoy ansioso por conocer las historias de Esther y Laura.
    Un fuerte abrazo y Besitos Hermana.
    Aprovecho para desearte un feliz dia y Muchas Felicidades

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  2. A ver qué nos cuentas las otras chicas de sus vidas.
    Y mucha gracias por la felicitación, 39 años ya, jajaja.
    Gracias por acompañarme en esta aventura, besos.

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