jueves, 24 de junio de 2021

El ladrón de emociones. Capítulo II.

Te recuerdo que si estás suscrito dejarás de recibir las notificaciones. Si me quieres seguir acompañando bastará con poner en el buscador:
Pepalabras



 Estuve tecleando como poseído durante horas, aunque al incorporar las últimas expresiones "robadas" a los vecinos algo me chirriaba.
La idea inicial que había ideado para aquella segunda novela no casaba con los últimos personajes que había conocido. Me reí al pensar que el término "personajes" definía perfectamente a los vecinos.
Al igual que con la primera novela publicada,  imaginaba protagonistas de mi edad, y no terminaba de ver en la historia que había urdido a un viejo cascarrabias y a un deslenguado adolescente. No sabía por donde tirar, pero lo bueno es que se había encendido la llama que me inspiraba y no la podía dejar apagar de ningún modo. Pensé que me dejaría llevar, ya se iría viendo lo que salía. 
Apenas dormí unas pocas horas, pero le había dicho al vecino que bajaría temprano a comprarle tabaco y no se me apetecía que me estuviera incordiando con golpecitos en la puerta del balcón que me desconcentraran si me pillaban escribiendo. Además, tuve que reconocer, sentía curiosidad por hablar con él con la luz del día, aunque fuera de balcón a balcón.
Una vez en la calle coincidí con el nieto, estaba sin mascarilla morreándose con una chica; debió funcionarle la supuesta huelga de hambre para que lo dejaran bajar.
Entendí por qué insistía tanto en que lo dejaran salir.  Me felicité mentalmente por la casualidad, estábamos empatados en cuanto a información válida para el chantaje.
Cuando estaba terminando de hacer la compra y me dirigía a la caja para pagar, lo vi detrás de mí  y me apresuré a saludarlo.
-Hola vecino, ya veo que te han dejado salir, espero que se haya acabado tu huelga de hambre, por cierto, bonita la muchacha con la que te besabas hace 10 minutos. Seguro que tu madre se alegraría de saber que tiene una nuera tan guapa....
-Eh tío, vaya putada que nos vieras, pero tienes cara de enrollado, seguro que no vas a decir nada, ¿verdad?
-Depende.
-¿Y de qué depende?
-De ti por supuesto, que no vayas a coger la manía de estar molestando, lo que incluye pedir comida a las 12 de la noche.
-Valeeee, lo pillo. ¿Le compraste el tabaco al abuelo? Cómo no tenga para fumar no habrá quién lo aguante....
-Eso no es asunto tuyo. Me toca ya pagar, adiós.
Me reía internamente por la situación mientras pasaba la compra, cuando  me sorprendí al encontrar en mi carro varios paquetes de galletas que no había cogido. Las mismas que el angelito de mi vecino se había zampado a mi cuenta la noche anterior. Lo vi como sonreía socarrón, pero no quise entrar en discusiones, ya me las comería yo.
Cuando me disponía a entrar en mi casa, se abrió la puerta del "segundo A" y asomó la cara Cristóbal solo por unos instantes, los necesarios para decirme que fuera al balcón a darle lo suyo. Bueno, debería sustituir la palabra "decirme" por la de "ordenarme".
Resignado saqué su "pedido" y salí al balcón. Allí estaba Cristóbal esperando con su cara de pocos amigos. Le di los cigarros, había sobrado dinero, pero me dijo que lo dejara para cuando necesitara más. 
-¿Cómo? le pregunté empezando a enfadarme. ¿Se piensa que soy su lacayo? Acabo de ver a su nieto en el súper, que se los compre él.
-Mira, si el escritor tiene carácter y todo.... No te enfades hombre, será un intercambio.
-¿Un intercambio de qué si se puede saber?
-Tú me compras de vez en cuando y a cambio yo te cuento mis historias, te van a servir para tu libro seguro seguro. 
Ese hombre tenía algo que me enervaba y me hacía gracia a partes iguales, lo mismo que su nieto. Seguía con ganas de escribir, así que me dispuse a entregarle lo comprado y ponerme delante del ordenador. Era temprano, tenía tiempo para decidir por donde tirar con aquella novela que se me estaba atascando. 
-Hombre que no hacía falta que lo envolvieras.
-No sé si su hija anda por ahí, mejor no ganarme enemigos.
-Ah eso, no te preocupes, esta semana tiene turno de noche y está durmiendo un par de horas.
No sé por qué pero me imaginé que la hija trabajaba en un hospital, por lo del turno de noche supongo, y sentí lástima, no eran tiempos buenos para los sanitarios con la dichosa pandemia, además, añadir al estrés laboral por la situación a un hijo adolescente y al cascarrabias del padre no mejoraban las cosas.
Cuando ya me entraba sin esperar las gracias del vecino, dijo:
-Mira, ahora estoy jubilado pero trabajé durante muchos años como camarero, así que imagínate lo que habré visto, los camareros son como psicólogos, seguro que mis experiencias te pueden servir para tu nuevo libro. Mi hija empieza su turno esta noche a las 10, a esa hora te espero y te cuento lo que quieras. Y tú me cuentas de tu libro, que a mí  aunque no lo parezca me gusta leer.
Como siempre me decía las cosas en un tono que no admitía réplica, seguro de que acudiría  esa noche dispuesto a escuchar sus batallitas, pero me conmovió la forma en que me miró cuando dijo que le gustaba leer, como si de una confesión se tratara. En mi casa tenía varios ejemplares de mi primera novela, entré y salí de nuevo al balcón con un ejemplar en las manos para regalársela.
-Tome, igual le gusta y se entretiene sin tener que tirar pinzas de la ropa a mi puerta.
-No hace falta, te la puedes quedar.
Aquello me llegó al alma, ¿tenía qué ser tan descortés, tan borde, tan desagradecido? Aunque no pensara leerla por lo que fuera podría tener un mínimo de educación y cogerla. 
Me di la vuelta con la intención de no volver a encontrármelo, no quería volver a hablar con aquel hombre, bastante tenía con el lío mental de mi cabeza con mi nueva novela como para perder el tiempo con aquel ingrato. 
Con rabia me senté delante del ordenador cuando de nuevo oí el mismo ruido de las pinzas golpeando mi puerta. Salí decidido a mandar a la mierda a Cristóbal, seguro de que se trataba de él.
Y no me equivoqué. Pero algo debió intuir por mi expresión y cambió su tono.
-Hombre, no me diste tiempo a terminar de hablar. Mira lo que tengo.
En su mano portaba un ejemplar de mi primera novela.
-Anda, dedícamela.  Por eso no cogí la que me ofreciste, porque ya la tengo. Mi hija la compró hace unos meses y a los dos nos gustó bastante, aunque ahora no te vayas a creer Cervantes....
Sin saber que decir cogí el libro, tampoco sabía que palabras merecía esa persona que tanto me desconcertaba.
-Vale, a la noche se la devuelvo dedicada y firmada. Ahora tengo que trabajar.
Y aquel hombre se  metió bajo mi piel de escritor, latía, imploraba, dolía....a gritos me pedía ser parido como uno de mis personajes.


Continuará.







4 comentarios:

  1. Hola Hermanita! Mira por donde Cristobal y su hija ya habian leido su primera novela, supongo que le haría ilusión tener a sus vecinos como lectores. A ver qué nos depara esta historia. Bueno Hermanita, abrazos y besos grandes. Cuídate mucho

    ResponderEliminar
  2. Espero que lo que deparan los siguientes capítulos te guste, a seguir leyendo, jejeje.
    Gracias hermano mayo, un abrazo enorme.

    ResponderEliminar
  3. A ver qué sale de estas relaciones vecinales. Desde luego el abuelo se las trae.... Esperando el siguiente capítulo. Besos amiga 💋

    ResponderEliminar
  4. Seguro que la hija es una bruja con esos ancestros, a ver por donde sale.
    Un achuchón fuerte mi niña.

    ResponderEliminar