jueves, 18 de noviembre de 2021

El cartero. Capítulo VIII.

 Con el alma escurriendo te fui a buscar a aquel sitio donde hacían abortos clandestinos, no me sorprendió que salieras llorando, aunque la sorpresa vino cuando me dijiste que no habías podido hacerlo.
Quise abrazarte, pero tus temores salieron a borbotones: qué cómo se lo tomarían tus padres, que tendrías que dejar la carrera, qué cómo ibas a encontrar trabajo para mantener a tu hijo si tendrías que cuidarlo.....
Me pregunto cuantas mujeres han tenido que atravesar ese desierto y lo han hecho sacando a sus hijos adelante sin más ayuda que sus manos y sus desvelos. Por fortuna, yo estaba dispuesto a todo y más por  aquella situación que te amenazaba.
Te tranquilicé dando respuesta a todos tus temores, con lo de tus padres poco podía hacer, pero estaba seguro de que con el tiempo lo terminarían aceptado, te sugerí que te matricularas para seguir con tu carrera a distancia, yo por las tardes estaba libre y me podía ocupar del niño.  Hasta te pedí que nos casáramos.
Me pediste tiempo para pensarlo y finalmente decidiste que aceptarías mi ayuda, aunque no quisiste que nos casáramos, no podías hacerme eso, dijiste cabizbaja.
Finalmente tus padres respondieron como había supuesto y terminaron por darte apoyo. Cuando preguntaron por la paternidad de lo que esperabas no soltaste prenda; tendrías que pagar el precio de estar en boca de todos en nuestro pequeño pueblo.
Eso era injusto para ti, así que supe poner en el oído adecuado la noticia de que el padre era yo, no tardó en correr la voz y llegar a tus padres. 
Cuando te enteraste me preguntaste por qué actuaba así, encadenándome a ti de aquella manera sin pedir nada a cambio. 
¿Recuerdas mi respuesta? Porque te quiero y eso no habrá quién lo cambie.
Omití mi siguiente pensamiento, yo era el padre, pero aunque no lo hubiera sido hubiera actuado igual.
Llegó el momento del parto y todo fue bien; la niña, Violeta, era un calco tuyo en miniatura.
Tus padres y los míos babeaban en su papel de abuelos, aunque hubieran preferido que estuviéramos casados, eran otros tiempos. El ensimismamiento que nos producía aquella niña perfecta nos hizo olvidar las murmuraciones ajenas. 
Seguiste con tus estudios, yo pasaba las tardes con mi hija y por supuesto aportaba económicamente. Pasábamos mucho tiempo juntos y estábamos bien.
A veces una nube me borraba la dicha al pensar en mis secretos, en mis mentiras, pero era el precio que tenía que pagar.
Mil veces estuve a punto de contarte la verdad, te decía que tenía que contarte algo importante, pero el valor se me escondía y me quedaba con cara de tonto diciendo lo mucho que te quería....
Terminaste la carrera, conseguiste una plaza en el mismo pueblo, el tema económico mejoraba.
Violeta, lista como el hambre, crecía al igual que sus preguntas.
Sin venir a cuento quiso saber por qué no vivíamos los 3 en la misma casa.
Yo no me había atrevido a pedírtelo por temor al rechazo, pero me sorprendiste al decir que ya iba siendo hora. Que si no lo había sugerido antes era porque yo no cargara con todo el peso económico, pero que ya podíamos.
Nos mudamos a una casita de alquiler, ya habría tiempo de pensar en comprar alguna vivienda.
Yo temía que lo hicieras por el bien de Violeta y te olvidaras de tus propios sentimientos. Durante aquellos años jamás me atreví a pedirte relaciones sexuales, pero ¿qué iba a pasar al vivir bajo el mismo techo? Yo no tenía derecho a obligarte a tenerlas, pero sabía que iba a ser un infierno vivir juntos y reprimir el deseo de tu piel.
Ese temor se resolvió la primera noche que pasamos juntos en la cama de matrimonio, dijiste que ya había esperado bastante, que querías sentirme como hombre y no solo como el fiel amigo que le había salvado la vida.
Te contesté que no quería que lo hicieras por agradecimiento, pero tu expresión hablaba de otra cosa y teóricamente para ti, hicimos el amor por primera vez. 
Temía que desapareciera aquella felicidad, que reapareciera Mario, que descubrieras la verdadera paternidad de Violeta.... qué se yo, siempre había un pero que no me dejaba ser feliz del todo.
A pesar de "los peros" conseguimos ser una familia, estar bien, hasta terminamos por pasar por el Ayuntamiento y firmar los papeles, nos casamos en un acto íntimo, sin decir nada ni a la familia que se enteró con el tiempo.
Volviste a quedar embarazada, esta vez vino al mundo Marcos.
El tiempo nos llevó a la treintena asentados, laboralmente haciendo lo que nos gustaba, con dos hijos perfectos, con una buena convivencia.
¿Qué más se podía pedir?
Hasta que hace dos días, mi querida Cecilia, me pediste la verdad.
Y te la entrego en forma de carta como me has querido.
Solo puedo añadir que me perdones por la cobardía y el miedo que me han hecho callar durante los últimos años.

Continuará.






4 comentarios:

  1. Me gusta cómo se ha desenvuelto la historia, pero pq ahora y no antes le pide que le cuente la verdad? Después de tantos años y con una aparente vida feliz....???. Besitos amiga

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  2. Pues vas a tener que esperar una semana para saber...jjj.
    Gracias amiga por acompañarme e implicarte en mis historias.
    Un besoooooo

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    1. Es que me encanta cómo escribes y sigo pensando que deberías publicar tus historias, a la gente les gustaría seguro, relatos cortos pero no por eso menos interesantes e intensos. Un abrazo

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  3. Imagina aquí el emoticono de la carita con vergüenza y la de los besos muchas veces, que desde aquí no puedo ponerlos.

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