jueves, 3 de marzo de 2022

Nieves y Lava. Segunda parte. Capítulo VI.

 La estancia en el hospital fue un infierno para todos.
Las dulces y pacíficas gemelas al saberse separadas se transformaron en dos niñas gritonas, lloronas, insoportables, capaces de terminar con la paciencia del más templado.
Se negaban a comer si no las ponían juntas, no respondían a sus nombres, solo atendían si las llamaban las niñas o las gemelas, dos brazos y una pierna eran suficientes para retorcerse en la cama cuando algún médico las tocaba....
Estaban en la misma habitación pero en camas separadas, acompañadas siempre por la familia que se turnaba día y noche.
Gara se quedó alucinada una noche en la que apenas pudo dar una cabezada y al despertar encontró a las dos niñas en la misma cama y con un rollo de vendas alrededor de sus cinturas perfectamente alineadas. Nunca supo como lo hicieron, teniendo en cuenta que las niñas por la noche eran sedadas para que dejaran de gritar al menos unas pocas horas y descansaran.
Todos entendían que eran dos niñas pequeñas que no sabían gestionar el duro proceso por el que estaban pasando. Paciencia, recetaban todos.
La operación había ido bien, pero debían pasar un tiempo antes de ser dadas de alta; los médicos esperaban que la cicatrización fuera rápida y así poder irlas instruyendo para que pudieran adaptarse a las prótesis temporales.
Pero las niñas no soportaban estar separadas por más que se lo explicaran los psicólogos infantiles que las trataban.
Estos opinaban que era normal la reacción de las niñas, así transigieron en que las pusieran juntas para comer y para las curas, para  progresivamente irlas separando hasta conseguir que estuvieran tranquilas. Pero nada daba resultado.
A María se le ocurrió llevarles agujas, hilos y dos viejos tambores para bordar que tenía en su casa y se entretuvo en explicarles a sus bisnietas tres rudimentos básicos. Eso sucedió en uno de los momentos que ambas berreaban por estar separadas.
Los dedos pequeños de las niñas volaron ágiles sobre la tela terminando al mismo tiempo. Sin ver lo que bordaba cada una, hicieron las dos lo mismo: medio corazón salpicado de lágrimas.
Le costó a María deshacer el nudo que amenazaba su garganta, pero hizo de tripas corazón para decir a las chiquillas que era precioso lo que habían hecho, prometiendo llevar hilos de todos los colores si ellas se calmaban. Les explicó que cuanto antes hicieran caso a los médicos, antes regresarían a casa.
Las mentes infantiles captaron el mensaje y con su lenguaje secreto se pusieron de acuerdo para dejar de rebelarse antes las instrucciones continuas de los facultativos, así, cuando les decían que pronto podrían llevar una vida normal asentían sin gritar lo que de verdad pensaban, que no necesitaban esa vida normal que les prometían. Y cuando las intentaban convencer de lo felices que serían asistiendo al colegio y teniendo amigas, también omitían que no les hacía falta amigas, ya se tenían la una a la otra.
Dejaron atrás el comportamiento desquiciado, pero no podían evitar llorar silenciosas cuando no las dejaban compartir la misma cama.
Solo una actividad devolvía a sus caras la serenidad olvidada: bordar las telas con los coloridos hilos que María les suministraba.
Consiguieron dar sus primeros pasos por separadas y por fin recibieron el alta, aunque quedaba pendiente el infierno de rehabilitaciones y ajustes de las prótesis.
Cuando llegaron a la casa, no tardaron en encontrar un cinturón de Manuel que les sirvió para unirse por las cinturas.
Dadas las circunstancias y que por las sesiones de rehabilitación no podrían asistir de corrido al colegio, Gara y Jonay recibieron autorización para que las niñas recibieran la educación en la casa familiar. Una profesora las instruiría y evaluaría. Un problema menos.
Pero no mostraban el mínimo interés por ser autónomas, solo cuando obligadas separaban sus piernas ortopédicas caminaban, sin mostrar alivio hasta que volvían al cinturón que las ataba.
La familia ya no sabía como actuar, conscientes de que las gemelas no eran felices cuando por obligación se convertían en bípedas.
María conocía a una mujer que echaba las cartas y tenía fama de aceptar en sus predicciones. Se animó a ir llevando la foto de sus bisnietas, confesando las preguntas que a todos se les atragantaban:
¿Podrían las niñas llevar una vida normal?, ¿serían felices?, ¿podrían ser alguna vez independientes económicamente para que pudieran vivir cuándo la familia no estuviera?...
La pitonisa dijo que esas niñas habían nacido para estar juntas, que no necesitarían piernas para recorrer el mundo y que se ganarían bien la vida.
Pero a María mil dudas le preocupaban y atropellada intentó detallar algunas, a lo que la mujer con la carta de El Mundo entra las manos sentenció:
-Déjenlas de una puñetera vez tranquilas.

Continuará.



4 comentarios:

  1. Mi madre qué pasará con estas niñas que se resisten a estar separadas, como llevarán su día a día....interesante desenlace. 😘😘😘😘

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  2. Ya faltan pocos capítulos, a ver por donde nos salen.
    Un abrazo Astrid.

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  3. Súper interesante este episodio sigue así

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