Llegó Ernesto a los 18 años con el mismo afán. A pesar de que la tierra no le devolvía lo que ansiaba, no cejaba en su empeño removiendo un terreno que le seguía ocultando lo buscado.
Se levantaba cualquier día y le decía a su madre: "tengo un pálpito, voy a excavar en otra dirección", o bien, "de hoy no pasa, un presentimiento me dice que cave alejado de la casa familiar"....
Así fue llenando las hectáreas de "calvas" sin ningún resultado.
Julia, su madre, miraba preocupada lo que le parecía un sinsentido, su hijo no empleaba ninguna lógica que lo ayudara a delimitar el terreno. Aquella obsesión de Ernesto la tenía en un sinvivir y le preguntó si realmente valía la pena que estuviera perdiendo su juventud. Le aconsejó que se olvidara por un tiempo del dichoso alijo, que viviera. Tenía que salir con chicos de su edad, conocer a alguna muchacha que le gustara.... pero en vano, él seguía empecinado erre que erre con lo mismo.
Lo pudo convencer de que siguiera un patrón ordenado en su búsqueda, así por lo menos podrían aprovechar para plantar árboles frutales en lo escarbado y que dieran en el futuro algún beneficio.
Ya dominaba Ernesto en la imprenta los entresijos de la profesión y a pesar de que le gustaba, su otra pasión lo apartaba de salidas y juergas.
El jefe que lo había enseñado se jubilaba y quiso celebrarlo invitando a los compañeros de trabajo. Ernesto se sentía en deuda con el hombre que a pesar de su corta edad había confiado en él años atrás y se vio obligado a asistir calculando en su mente el tiempo que el convite le restaría a sus rastreos.
La madre lo animó encantada pensando en las ironías de la vida: cuando la mayoría de las madres se quejaban porque sus hijos no "paraban la pata", ella se lamentaba de lo contrario.
La celebración se fijó un sábado por la tarde en un bar cercano. Y allí llegó Ernesto sin saber como actuar. No estaba acostumbrado a relacionarse en un ambiente fuera del trabajo con los compañeros. Estos por animarlo le ofrecieron la primera copa a un Ernesto que no estaba acostumbrado al alcohol.
La segunda le dio seguridad y se integró en la farra como uno más, cantando y riendo con los demás.
Se dijo que su madre tenía razón, estaba en edad de disfrutar. Que los sábados debería permitirse unas horas para salir aunque el domingo se levantara al alba para recuperar las horas perdidas.
Llegó un momento en que perdió la cuenta de las copas que había bebido. No se daba cuenta, pero ya hablaba con lengua de trapo.
Juan, un compañero con el que hacía buenas migas, comenzó a preguntarle por su vida privada y Ernesto le contó a qué dedicaba sus horas libres, terminando la velada entre cantos y risas.
La madre lo vio llegar tambaleándose y guasona lo mandó a la cama.
Al día siguiente la cabeza de Ernesto parecía un bombo de cemento: girando, pastoso y pesado. Pero cuando recordó que había hablado de más con Juan una arcada lo obligó a correr hacia el baño.
Su madre lo vio salir recién duchado y sin color en la cara hacia la calle.
-Vayas, quién tiene buena noche no tiene buen día. ¿A dónde vas con tantas prisas?
-A hablar con Juan, me olvidé anoche de un recado importante. Vengo enseguida.
La idea de haberle hablado al amigo de su secreto lo atormentaba, ¿cómo había podido ser tan imprudente? Mientras imaginó mil escenarios nefastos, Juan contando lo de los diamantes, cualquiera que entraría a robarles.....
Llegó a la casa del compañero de trabajo atormentándose, sin esperar la aparición de la chica que le abrió la puerta dejándolo con la boca abierta.
Nunca había visto unas pestañas tan largas, era bonita la muchacha, pero se quedó anclado en aquellos ojos negros que parecían bailar.
Se presentó torpemente y ella hizo lo propio. Era Violeta, la hermana de Juan.
Algo invisible y a la misma vez palpable pasó entre ellos, enredándose sus miradas como imán frente a hierro.
Tuvo que obligarse Ernesto a recordar lo que le había llevado a aquella casa, volviendo a sentirse aterrado.
Violeta llamó a Juan que aún estaba acostado y al levantarse no lucía precisamente bien.
-Por Dios, ¿cuánto bebimos anoche? saludó a Ernesto extrañado al verlo en su casa.
Continuará.
Nota: Dice el refrán que quién tiene un amigo tiene un tesoro.
La vida conmigo ha sido muy generosa en ese aspecto. Soy rica.
Y como hoy es el cumpleaños de mi amiga Rosi y me hace ilusión felicitarla desde aquí:
¡Feliz cumpleaños querida!
El amor siempre aparece cuando menos esperamos....un fuerte abrazo amiga 😘
ResponderEliminarBueno, como en todas las historias habrá que esperar a que transcurran varios capítulos para ver por donde tira el relato.
ResponderEliminarHuele a cumpleaños, no?
Un besooooo