A los pocos días de haber estado en la consulta de Chago, se presentó en mi casa con una mujer llamada Mara. Tendría sobre los 30 años, o sea, vieja ante mis ojos de niña. Nos miramos y yo intenté trasmitirle mi odio esperando que la fulminara. Me ignoró.
Mis padres habían conseguido un apartamento en la playa de Las Canteras.
Solo faltaba que los adultos hablaran y se pusieran de acuerdo con horarios y normas con respecto a mí.
La idea era mudarnos durante el verano y que mis padres al terminar su jornada laboral vinieran al apartamento. Durante el día Mara vendría temprano y se ocuparía de mí y de mis ejercicios. En la playa por descontado, aumentando así mi angustia según los oía organizar mi vida. También dijeron que si mis padres tenían que viajar Mara se quedaría conmigo por las noches. Ella dijo que no había problema, que tenía disponibilidad de horarios y se adaptaría.
Quedaron en que empezaríamos el lunes, ese fin de semana me mudaría con mis padres a lo que sería mi casa ese verano.
Chago me dijo que Mara era su amiga y que lo iba a tener informado de todo. Que ni se me ocurriera fastidiarla o me las vería con él. Y se fueron, no sin antes despedirse de mí mi tío con su beso y su pellizcón. Esa vez me pareció que lo hizo con más ganas.
Según se fueron comencé a hacer lo que mejor se me daba, llorar como si no hubiera un mañana.
-Mamá como vas a dejarme con esa mujer, tiene cara de mala, seguro que me ahoga en cuanto pueda. ¿No viste los ojos de loca con los que me miró? Papá, ¿no vas a decir nada? ¿vas a dejar que tu hija esté en peligro con una desconocida?
Por primera vez mis padres fueron inmunes a mis manipulaciones, aunque ahora que soy adulta sé lo que les tuvo que costar.
Llegó el temido lunes y apenas mis padres se fueron a trabajar le monté el numerito a Mara, no podía ir a la playa, me dolía mucho la barriga y por supuesto lloré a moco tendido.
Le dije que llamara a mis padres, pero ellas sin inmutarse dijo que si estaba enferma había que llamar a un médico y llamó a mi tío.
-Ah Bicho así que te duele el estómago, mira que me viene hasta bien, que recibí ayer unas agujas para poner inyecciones y no he tenido ocasión de probarlas. Lo bueno que tienen es que son tan grandes que si te duele la tripa, por su tamaño llegan hasta donde se produce el dolor. O sea, que te voy a atravesar tu bonita barriga.
Lo creía capaz de tal atrocidad y no me quedó más remedio que rendirme:
-Mejor esperamos un ratito tío, igual son solo gases y se me quitan solos.
Ahora me río pensando que a día de hoy se consideraría totalmente inadecuada la amenaza de mi tío. Pero que le vamos a hacer, él me conocía y debo admitir que le funcionó.
A regañadientes le dije a Mara que se me estaba pasando el dolor y ella me indicó que me preparara para empezar la jornada en la playa.
Cuando me vio vestida con un grueso chándal de invierno me dijo que si no tenía algo más fresco y práctico, pero yo insolente le contesté que yo tenía de todo, que mis padres me compraban todo lo que les pedía, faltaría más, pero que se me apetecía aquella vestimenta. La verdad es que me daba vergüenza ir con algo corto que dejara ver mis piernas con el feo zapato adaptado. Mara por el camino me fue hablando de la playa, un tesoro en plena ciudad. Cuando la oí decir que tenía más de 3 kilómetros casi me da algo. Capaz la creía de hacérmela caminar varias veces.
Me explicó que tenía zonas diferencias, en algunos sitios la marea era brava y en otras poco o nada.
Fuimos caminando por la orilla, caminar por la arena mojada me ayudaría a fortalecer mi pierna, dijo, cuando me fuera haciendo a las caminatas las daríamos por el arenal seco.
Llegamos a una zona conocida como "La playa chica", una especie de semicírculo pequeño donde el mar suele estar tranquilo. Por eso lo habitual era que allí se juntaran padres/madres con niñ@s pequeños y a mí me ofendió que justo me llevara allí.
Se lo dije enfadada, que yo ya no tenía edad para jugar con cubos y palas.
-Bueno Paula, como hoy te has comportado como una niña pequeña te he traído aquí, si quieres que te lleve a otras zonas de la playa para niñas grandes te lo tienes que ganar.
Mi cabeza buscaba mil formas de odiarla, pero tenía dignidad y no iba a dejar que me vieran en aquella zona de la playa, así que me tragué mi orgullo y le dije que estaba bien, que colaboraría con lo que me indicara.
Volvimos a caminar por la orilla hasta otra zona conocida como "El Cristina", llamado así por un hotel que le prestaba el nombre. Aquello era otra cosa y allí nos quedamos.
Me preguntó Mara por mis experiencias anteriores con el agua y que si sabía nadar. Le dije que sí sin más explicaciones.
La verdad es que no había pisado la playa desde que les monté un número a mis padres. Ellos por que yo aprendiera a nadar me llevaron a piscinas, pero nunca me sentí cómoda enseñando mis piernas desiguales. Nadar y desagradable venían significando lo mismo para mí.
A todo esto ya nos habíamos dado dos buenas caminatas bajo el sol. Yo con el grueso chándal me estaba asando, aparte de que me picaba por el sudor. Igual no fuera tan mala idea refrescarme, aunque no lo admití ante Mara.
Y llegó el momento de mi primer baño en aquella playa que me cambiaría la vida.
Continuará.
Vaya carácter que tiene la mocosa, a ver si Mara consigue domar un poco ese genio. Feliz año nuevo amiga un súper beso
ResponderEliminarA seguir leyendo, jjjj.
ResponderEliminarLos mismos deseos para ti y los tuyos Astrid.