Una vida normal. Capítulo V.

 Acostumbrada a la bonanza de la marea en otras partes de la playa, me sorprendieron las olas de la Cícer, pero lo que de verdad me dejó boquiabierta fue observar a los surfistas con su danza marina.

Me senté a observarlos y el tiempo se paró, ¿cómo era posible cabalgar sobre las olas sobre una simple tabla? Era hermoso e hipnótico, imaginé la sensación que se debía sentir y mi piel se erizó con una emoción desconocida. Hubiera dado mi vida por estar en aquel momento sobre una de aquellas tablas.

Mara y yo subimos al apartamento a la hora del almuerzo. Mi estado de ánimos había caído como un paracaídas desinflado. No entendía qué me estaba pasando, pero algo debió ver en mi mirada que preguntó que me sucedía. 

No sé que dique se derrumbó y lloré con pena. Un llanto auténtico sin artificios, con lágrimas rebeldes que no podía controlar. Respetó el momento y cuando me vio más tranquila dijo:

-¿Qué te apena Paula?

-No poder tener una vida normal.

-¿Qué es normal para ti?

-Tener 2 piernas que midan lo mismo y ponerme zapatos bonitos, poder apuntarme a ballet como las niñas de mi clase, que no me llamen Paula la coja. Y  hoy no sé que me pasó viendo a los surfistas pero deseé con toda mis fuerzas ser una más de ellos. Pero claro, Paula la coja no podrá nunca subirse a una de esas tablas.....

-A ver Paula, lo de tener una vida normal no está tan claro, para algunas personas vivir sin apenas comida es lo normal, pero no lo es. Cada uno mide con su propia vara lo que conoce, pero entiendo que a ti te duela lo que te duele. Con lo que no estoy de acuerdo es con lo del surf. ¿Te vas a rendir sin haberlo intentado? 

-¿En serio?, ¿tú crees que con una pierna más corta se pueda hacer surf?

-Pues sería cuestión de pasarnos mañana por la mañana que están los monitores y preguntarlo. Yo te ayudo con lo que sea, pero me tienes que prometer que dejas de ponerme tu peor cara, sé que es una pose y en el fondo eres buena niña. Hago como que no me importa lo borde que te pones conmigo, pero la verdad, a veces me dan ganas de matarte. 

-¡Te lo prometo y te lo juro! ¿Y tú crees que mis padres me dejarían? Siempre tienen miedo de que me caiga y me pase algo, como si yo fuera de cristal.

-Si tu tío Chago considera que es bueno para el desarrollo de tu pierna sabrá convencerlos. 

-¿Y de verdad has tenido ganas de matarme alguna vez?

-Alguna vez no, muchassss veces, no en el sentido literal claro, pero cuando te quieres hacer la antipática lo clavas.

-Ya que estamos hablando... ¿Eres la novia de Chago?

-No, nos queremos un montón pero no de esa forma. Somos amigos lo cual no es poco...

A mí que la idea de que mi cuidadora estuviera ennoviada con mi tío me había causado rechazo, al oírla negar esa relación me dejó... no sé, creo que decepcionada. Ni yo misma me entendía.

Esa noche no dormí agotada como las anteriores. Desvelada deseaba que llegara el siguiente día para ir a preguntar si me podía apuntar en clases de surf, pero las horas parecían agotadas, no querían caminar.

Cuando por fin se hizo de día, me preparé nerviosa.

El la Cícer había una parte que ocupaban algunos monitores de surf con sus alumn@s, niñ@s y no tan niñ@s.

Mara habló con uno de ellos, tenía la típica pinta de surfero: piel morena, en buena forma, risueño y con el pelo largo aclarado por el sol recogido en una cola. Le explicó mi minusvalía preguntándole si era posible que practicara ese deporte.

-Aunque parezca extraño las personas con una pierna más corta se adaptan mejor a la tabla. Sabes que cuando surfeamos tenemos que inclinar una pierna y adoptar esa posición  que parece incómoda, esta niña no tendría que hacerlo, su postura por decirlo de alguna manera sería más natural. 

¡Podía hacer surf!, solo quedaba que mi tío convenciera a mis padres, pero ya me veía sobre aquellas olas.

Miré al mar y le dije: espérame, mañana vuelvo.

Me di cuenta de que le estaba hablando al mar, ¿sería contagiosa la locura de Mara?

Continuará.