Al poco tiempo tuve instaladas en casa alarmas y cámaras, por supuesto comenzaron por las cámaras del jardín. Desde el teléfono móvil podía ver las imágenes que se estaban grabando en directo o bien visionarlas más tarde. Algo bueno tenía que tener la tecnología.
Marisa me animaba a no obsesionarme, pero no podía evitar estar pendiente de las imágenes del jardín cuando mi nieta Mafalda estaba jugando. El jardín era seguro, así que salía ella sola con sus cosas y no la molestábamos con una vigilancia constante, antes de los anónimos claro.
Yo iba hasta el baño con el teléfono en la mano utilizando la aplicación que me permitía verla en directo. Así pude pillarla pintándole las pezuñas a Kiwi con pintura de uñas de Marisa. Desde luego si existe un cielo para los perros el mío entra con honores.
Llegó el momento de acudir a la feria del libro.
Siempre había asistido con una ilusión enorme, el contacto directo con mis lector@s era gratificante y me esmeraba en no repetirme cuando me pedían que les dedicara mis libros.
Aunque esta última vez que tenía que ser diferente por lo que de despedida suponía, se empañó con el miedo que me superaba.
Siempre me acompañaba mi editora, pero un viaje por trabajo que no pudo aplazar se lo impidió esta vez.
Marisa sabiendo de mi zozobra se apuntó como acompañante durante toda la jornada y mi hija Carla quedó en pasarse junto a Marta, la hija de Pepona. También Borja me dijo que acudiría, estaba seguro de que el autor o autora de mis desvelos no perdería la oportunidad de encararse conmigo aunque fuera anónimamente.
Marisa me decía que me relajara, pero yo no podía. Cada vez que alguien se acercaba con mi último libro entre las manos con el deseo de que se lo dedicara, yo escrudiñaba su rostro con la misma pregunta "¿serás tú quién me está fastidiando la vida?".
Todos me parecían sospechosos, desde los más jóvenes hasta los más mayores. Cualquiera bajo la excusa de la dedicatoria podría estar jactándose de ser el causante de mis temores.
Con ese estado de ánimos me resultó imposible centrarme en las dedicatorias personalizadas. Lo lamenté, pero tuvieron que conformarse con un "con cariño para fulanit@".
El tiempo pareció ralentizarse, no pasaban las horas que de haber podido hubiera borrado de un plumazo. Gracias que a media mañana aparecieron mis chicas Carla, Marta y Mafalda. Mi nieta dueña de la correa de Kiwi, le había puesto al pobre una falda suya, una de esas que usan las bailarinas con mucho tul.
No pude evitar reírme al ver a Kiwi de aquella guisa y él se metió entre mis piernas como pidiendo auxilio. En ese momento llegó Borja, que discreto no preguntó nada delante de mis visitantes, pero me gustó que se pusiera de acuerdo con la chicas para ir a tomar algo y de paso traernos a Marisa y a mí algún café. Puse como condición que Kiwi permaneciera conmigo aquel ratito. Y volví a pensar en la buena pareja que harían Carla y Borja.....
Por fin terminó aquella jornada y volvimos a casa. Los nervios no me habían permitido disfrutar de aquella feria del libro y necesitaba descansar.
Me sonó el móvil y lo miré sin saber que me iba a encontrar otro anónimo amenazante:
-"Tic tac, tic tac, ¿ya estás escribiendo el libro para terminar lo que empezaste? Date prisa o lo lamentarás.
Por cierto, que decepción que a todos pusieras la misma dedicatoria manida. Esperaba más de ti".
A continuación entró una foto de Mafalda junto a Kiwi con el siguiente texto:
-"Mira qué es feo el chucho y encimas le permites a tu nieta que lo ridiculice con ese horrible tutú".
Aquello fue demasiado, el número de mi teléfono personal en manos del demente que parecía acercarse cada vez más.
Y aún peor, sabía quienes eran mi nieta y mi perro.
Continuará.
Que nervios por favor!!! Y donde estaba su editora....es una de mi sospechosa, bueno ya lo sabremos. Un requeteabrazo amiga
ResponderEliminarNo sé, no se puede decir, jajaja.
ResponderEliminarQuedan tres capítulos y ya sabrás quién es la mala... o el malo.
Besos amiga.