Transcurrió una semana y quién fuera el causante de mis desdichas no dio señales de vida. Yo vivía angustiado temiendo que las amenazas se materializaran. Borja me llamaba a diario o se pasaba por mi casa.
Pero la vida, lo que tiene, siguió su curso con sus cosas.
Pepona había regresado de su viaje y ya estaba a punto de emprender el siguiente, esta vez a Argentina donde permanecería más tiempo.
Se pasó por casa y antes de despedirse me habló de algo que la intranquilizaba.
-Mateo, por favor, estate pendiente de Marta, mira que comprarse ahora esa moto tan grande... no está acostumbrada y no sé, tengo un mal presentimiento.
-Ya estás como Marisa con sus presentimientos, media brujas las dos, pero no te preocupes Pepona, ya sabes que Marta siempre ha sido prudente.
-Ya, pero me da miedo lo que se pueda encontrar en la carretera...
-Vale, si te quedas más tranquila la llamo a diario o paso por su casa, aunque tú la vas a llamar igual.
Partió Pepona y justo cuando estaba pensando que ya debería estar llegando al aeropuerto de Buenos Aires, recibí una llamada suya.
-Mateo, vete al hospital por favor, me acaban de llamar. Marta tuvo un accidente y solo me han dicho que está inconsciente. Puta moto...y para colmo aquí es invierno y está empezando una tormenta tremenda de nieve y viento. La previsión es que cierren los aeropuertos. Va a ser muy complicado que pueda coger un avión en las próximas horas.
Oyéndola llorar intenté disimular mis propias lágrimas y le dije que no se preocupara -vaya palabras más estúpidas decimos en esos momentos- que ya salía y la tendría informada.
Por suerte Mafalda estaba con su madre que tenía el día libre y Marisa todavía no había llegado, ya las avisaría desde el hospital.
El trayecto se me hizo eterno temiendo lo que me pudiera encontrar.
Marta, mi otra niña.
Cuando llegué al hospital me dijeron que Marta estaba en coma. Tenían que hacerle pruebas aunque en principio los médicos no sabían qué pasaría, podía despertar en cualquier momento o seguir así durante meses, años.... Tenía que llamar a Pepona como le había prometido, pero antes quise ver a Marta.
Verla intubada, en coma, tan indefensa, me superó.
Lloré de nuevo inundado de recuerdos. Fui parte activa de su crianza, le cambié pañales, le di biberones... Así como mi hija Carla fue siempre más guerrera, Marta fue una niña dulce, observadora, tranquila. Carla y ella se criaron como hermanas y mi hija en los juegos era la mandona, la que llevaba la voz cantante y la buena de Marta se adaptaba a los deseos de Carla por evitar conflictos.
Como oía a mi hija decirme papá ella me llamaba igual, hasta que fue comprendiendo al crecer el tema de los parentescos. Pero para mí era mi otra hija.
Entró una enfermera y me pidió que saliera con ella al pasillo. Allí me explicó que por su experiencia sabía que era posible que Marta escuchara, que mejor no llorara delante de ella, que le hablara de cosas bonitas, que le leyera o le pusiera música. Le agradecí el consejo y me obligué a mantenerme sereno.
Llamé a Pepona y le transmití la información de los médicos. Ella estaba desesperada y me dijo que no se movería del aeropuerto hasta que consiguiera regresar, aunque la cosa no pintaba bien por la tormenta. Yo sabía que no iba a solucionar nada quedándome esa noche junto a Marta, pero le prometí que no la dejaría sola hasta que ella pudiera volver.
De vuelta a la habitación entró otra enfermera y sensible como la anterior la trató con delicadeza mientras manipulaba agujas y cables.
-Qué extraño, dijo, tiene tatuada una frase en un sitio inusual.
-¿Y eso?
-Debajo del seno izquierdo, como si quisiera que estuviera cerca del corazón. Y la frase es rara, pone: "Hay que terminar lo que se empieza".
Me convertí en cristal, si me permitía reaccionar ante aquello me rompería en mil pedazos.
Continuará.
Dios mío que nervios!!! Y si Marta es la acosadora pq quiere que su "padre" termine la novela ???? Sentimientos encontrados . Buena historia amiga 😘😘😘
ResponderEliminarLa próxima semana quedará todo desvelado.
ResponderEliminarQué bueno que te guste, abrazos Astrid.