Ya estoy de vuelta. El parto se complicó, pero finalmente todo salió bien.
Como siempre me maravilla ver a la madre exhausta mirando la cara de su recién nacido como si fuera el único del mundo. Ser testigo de esa mirada hace que mi trabajo valga la pena.
Estos folios que escribo para el proyecto de Luna y que va de la igualdad entre géneros, me hace reflexionar. No somos iguales, no.
Ojalá pudiera yo parir, ojalá fuera capaz de sentir una vida creciendo dentro de mí, ojalá me fuera dada la oportunidad de esa primera mirada, ojalá pudiera poseer el cordón invisible que va a unir por siempre a esa madre con su hijo.
No, no somos iguales, pero no te me asustes Luna, por lo que luchamos es por tener la mismas oportunidades. De eso se trata.
Sigo sin ver qué puedo aportar yo al respecto, pero como siempre me convences, cumpliré con lo que te prometí.
Ya dije que Luna apareció en mi vida a los 7 años.
Hasta los 6 años tuve una existencia fácil, amable. No me planteaba nada, simplemente era el niño de la familia, el niño que nunca se cansaba de jugar con su perro Brutus.
Mi perro era pequeño y con buen carácter, no hacía gala a su nombre, pero mi padre así lo bautizó y Brutus se quedó. Fue mi primer compañero de juegos, la sombra que se me adhería apenas llegaba del colegio haciéndome ver que me había echado de menos.
Vivíamos en una casa terrera con un gran jardín, con árboles a los que mi padre me animaba escalar.
Todavía la casa que colindaba con la nuestra no estaba habitada y si se me caía una pelota me subía a un árbol para llegar al muro que separaba las casas y saltaba para recuperarla.
Me parecía que todo iba bien y seguía teniendo a mi padre como mayor referente, era mi héroe.
Un día estaba junto a él viendo la tele y salió un hombre llorando. Le pregunté que porqué lo hacía y me soltó lo que vino a enredarse en mi memoria amargándome la existencia.
-Llora porque es maricón y ya tienes edad para saber lo que significa. Maricón es al que le gustan los hombres, no las mujeres, como debería ser.
Sus palabras tuvieron tal regusto de desprecio, que interpreté que ser maricón era malo y que disgustaba a mi padre.
Justo al día siguiente vino el cartero y Brutus aprovechó la puerta abierta del jardín para salir a la calle.
Terminó debajo de las ruedas de un coche que no pudo esquivarlo.
Cuando comprendí que estaba muerto una catarata amenazó mis ojos, pero vinieron a mi memoria las palabras que mi padre había dicho el día anterior. Me negué las lágrimas, yo no quería ser maricón.
Mi padre sentenció el asunto con un: en esta casa ya no entran más perros.
Mi abuela estuvo una semana ladrando cuando veía a mi padre, y mi madre que era cariñosa, lo fue más los siguientes días, intentando endulzar mi pena con sus caricias.
El día del accidente vi llorar a mi madre y a mi abuela por primera vez, sentí una pena infinita por la pérdida y por la pena ajena, pero no me permití llorar. También envidié que las mujeres tuvieran autorizado el llanto.
Pero lo que no pude evitar fueron las lágrimas nocturnas que durante varias noches mojaban mi almohada.
Aquello era terrible. Si yo lloraba, aunque fuera a escondidas, era porque era maricón y yo no quería decepcionar a mi padre.
Aunque nunca fui malo me esforcé por ser bueno. Me esmeré en el colegio, en casa pasé a ser una sombra silenciosa por no molestar a nadie.
Mi abuela y mi madre se daban cuenta de que algo había cambiado en mí, como si olieran el halo de tristeza que exhalaba. Creyendo que era por la pérdida de Brutus, confiaron en que la medicina del tiempo me hiciera efecto.
Pero yo no podía descubrirles mi secreto.
Por las noches lloraba doble, por la muerte de mi perro y por ser maricón.
Continuará.
La errónea educación que cortaba de un tajo la expresión de los sentimientos, que pena cuanto daño y menos mal que hemos avanzado aunque aún nos quede un largo camino. Besos amiga
ResponderEliminarAportamos nuestro granito de arena, todo suma.
ResponderEliminarBesos Astrid.