jueves, 19 de octubre de 2023

Los niños no lloran. Capítulo IV.

 El perrito Cupido me adoptó y Luna se convirtió en la amiga que nunca había tenido. 
Poco a poco fui conociendo a su familia, una familia que en nada se parecía a la mía y que me fascinaba.
Su padre era informático y trabajaba desde su casa, la madre que era matrona tenía horarios rotatorios, por lo que era el padre quien principalmente se ocupaba de las cuestiones domésticas. Luego estaban las hermanas, Estrella y Celeste, dos gemelas idénticas que se divertían confundiendo a la gente con sus identidades.
Pasábamos de mi casa a la de Luna según nos diera. 
Mi abuela y ella sintieron un flechazo desde el minuto uno en que se vieron por primera vez. Rosa, mi abuela, se ponía de buen humor en cuanto la veía y se empeñaba en hacerle trenzas a mi amiga, que con una paciencia que no tenía para otras cosas, se dejaba hacer. Mi madre estaba contenta al verme de nuevo feliz y mi padre, como no podía ser de otra forma, se refería a nosotros como "la parejita".
En la casa de Luna era diferente, no es que no me hicieran caso, pero cada uno iba a lo suyo y nos dejaban en paz.
Aquella casa tenía algo diferente a la mía: el ruido. Las gemelas que aporreaban un piano y cantaban, amigas que entraban y salían con sus risas, la madre que para hacerse oír alzaba la voz... De alguna forma yo envidiaba aquel ruido tan lleno de vida.
Mi padre a veces decía que los vecinos eran gente rara y que no me fiara de ellos. En su orden mental no entendía que la madre trabajara fuera y el padre se encargara de lavadoras y pucheros. A mí me daba mucha rabia que los cuestionara, pero no estaba preparado aún para argumental contra sus pensamientos machistas. Como siempre mi abuela salía en mi defensa, pellizcándolo cuando lo oía con sus retahílas cansinas.
-Tú sí que eres raro, deja a Julio tranquilo y a Luna ni se te ocurra mentarla, que es mi niña.

Un día Luna y yo nos inventamos un juego, hacernos las preguntas que se nos ocurrieran.
-¿Si yo hubiera sido maricón, perdón homosexual, habrías sido igualmente mi amiga?
-Claro idiota, yo me fío del instinto de Cupido y a él le gustaste enseguida.
-¿Y el beso que me diste nos convierte en novios?
-A veces pareces de otro planeta, pues claro qué no. 
Cuando le llegó el turno de las preguntas a mi amiga me dijo que me las regalaba, que pensaba que me hacían más falta que a ella. 
En ese momento no lo entendí, pero poco a poco fui comprendiendo que mi amiga tenía razón, yo tenía que hacerme más preguntas, no dar por sentado todo lo que viera en mi casa. Existían otras realidades que yo ignoraba y que no dejaban de ser válidas por ser diferentes.
Me propuse que cada noche pensaría en alguna pregunta interesante para impresionar a Luna, abriendo de ese modo una puerta que ya nunca se volvió a cerrar.

Una mañana muy temprano y estando aún acostados, oímos que golpeaban insistentemente en nuestra puerta. Salimos mis padres y yo alarmados y nos encontramos a la abuela tirada bajo mi árbol preferido. La voz de Sara, la madre de Luna, gritaba desde fuera que no la tocáramos, que ya había llamado a una ambulancia. 
Una vez dentro, Sara nos explicó que estaba entrando en su jardín cuando vio a la abuela subida a un árbol y luego sintió un taponazo, que por la forma en que estaba tendida era posible que se hubiera roto la cadera. No tardó la ambulancia en llegar y ella, aún con el uniforme se empeñó en acompañar a mis padres al hospital, diciendo que igual había suerte y estaba de turno algún traumátolog@ conocid@. Que aunque no dudaba que atenderían bien a la abuela, siempre consolaba estar en manos de alguien conocid@.
No se equivocó la vecina, la abuela se había roto la cadera y la tendrían que operar para ponerle una prótesis; hubo suerte y  la traumatólogo era una vieja conocida suya.
La madre de Luna se ofreció para que yo me quedara en su casa el tiempo que hiciera falta, mientras la abuela permaneciera en el hospital.
Mis padres le dieron agradecidos las gracias a aquella mujer, que viniendo del turno de noche y sin haber dormido, había gestionado tan bien el accidente de la abuela.
Después de eso mi padre nunca volvió a quejarse de las rarezas de los vecinos.

Continuará.















2 comentarios:

  1. Pobre abuela!! Pero creo que a Julio le vendrá bien la estancia en casa de Luna para abrir la mente. Me encanta el relato 😘😘😘

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