jueves, 23 de mayo de 2024

Sensibilidades. Capítulo II.

 En los primeros años de mi juventud, el sueño de tener mi propio negocio de repostería lo ocupaba casi todo, el resto era pasar el rato con mis amigas, divertirnos, estudiar y sobre todo, pasar mucho tiempo en la cocina con la nariz pegada al horno. 
Mis primeros pinitos me llenaban de gozo y mientras amasaba me repetía el mismo mantra interior: "Que mis buenas energías se mezclen con esta masa y endulcen los corazones".
Cuando mi familia y amigas comían mis galletas, me decían que estaban para chuparse los dedos. Mi paladar avalaba el piropo, estaban ricas, pero podía detectar mi toque personal, lo intangible de mis buenas vibraciones se convertía en el mejor de los ingredientes. Me animé con tartas y rosquillas con el mismo resultado.
Por esa época mi amiga Belén comenzó a salir con Gabriel. Su madre tenía un restaurante y él hizo de intermediario. Llevé un surtido de mi repostería y la respuesta fue el ya oído "están para chuparse los dedos" encargándome pedidos semanales que me permitieron ganar mi primer dinero.
Yo lo guardaba como una hormiguita, ahorrando para mi futuro negocio.
Pasados los años y terminados los estudios, tocaba adentrarse en el mundo de los adultos y comenzar la vida laboral. Fátima y Belén tuvieron suerte y comenzaron a dar clases en un colegio y en un instituto respectivamente. Yo estaba como empleada en una dulcería y lo disfrutaba, pero seguía con la idea de cumplir mi sueño de montar mi propio negocio.
Tenía dinero ahorrado, pero era realista y me faltaban años de trabajo para alcanzar lo que me había propuesto.
Un día quedé con Fátima cerca del colegio donde trabajaba. Mientras paseábamos haciendo tiempo para encontrarnos con Belén, pasamos por una calle llamada Chocolatería por haber tenido décadas atrás una fábrica de chocolate. Un local tenía el letrero de "se vende" y me llamó la atención que era el número once, mi número de la suerte. Pensé que la zona era ideal para montar mi negocio, además, el nombre de la calle era perfecto, si añadíamos el número once parecía que todo se alineaba a mi favor.
Siguiendo un impulso llamé al teléfono que venía en el cartel. Por suerte el propietario estaba dentro y nos invitó a pasar.
Era grande, luminoso, perfecto. Para resumirlo, me enamoré de aquel local.
La aguja que desinfló el globo en el que flotaba fue el precio. Ni por asomo se acercaba a lo que tenía ahorrado, pero no podía dejar pasar aquella oportunidad, tenía que encontrar la manera de comprarlo aunque me endeudara los próximos cuarenta años.
Le dije al propietario que estaba muy interesada, pero que necesitaba unos días para hacer números y que le diría algo.
Fátima me llevó a tomar una tila, intuyendo el galope salvaje de mi corazón. Llegó Belén y la pusimos al tanto. Yo estaba hecha un manojo de nervios, aquel local tenía que ser mío sí o sí.
Mis amigas me dijeron que lo único factible era que pidiera un crédito bancario, pero que no me hiciera ilusiones, que igual con mi nómina ni me lo daban. Pero había que intentarlo.
Esa noche me costó dormir, deseando que se hiciera de día para ir al banco a ver que pasaba. No sé qué me iluminó, pero recordé que mi tía Aurora estaba de vacaciones en Gran Canaria y me había dicho por teléfono el día anterior que había un municipio llamado Telde al que llamaban la ciudad de las brujas.
Ni miré la hora y la llamé. Por suerte la pillé despierta y le dije que necesitaba que me comprara en Telde una hoja de décimos de la lotería con el número once once, que se lo pagaría cuando regresara.
Mi tía me preguntó si estaba borracha o era una broma. Tuve que jurarle que ni una cosa ni a otra, que ya le contaría cuando llegara.
Como todavía me quedaba algo de cordura, al día siguiente fui al banco y salí desmotivada, no iba a ser fácil que me concedieran el crédito y en tal caso, iba a ser económicamente su esclava durante demasiados años.
Llegó mi tía de su viaje y se acercó a dejarme lo que le había encargado. Le conté lo del local y lo del banco, "bienvenida al mundo de los adultos", me dijo con recochineo, aunque también que luchara.
Me dio pena el dineral que supuso pagarle la lotería. Viendo el panorama que me esperaba ser una hormiguita ahorradora no iba a ser suficiente. 
Quedaba la esperanza de que el azar me tocara con su varita mágica, haciendo que mis décimos de lotería fueron los premiados. El sorteo era esa tarde noche.
Tenía una cuantas horas para soñar.

Continuará. 






2 comentarios:

  1. Espero que tenga suerte, quiero sentir el olor de ese negocio en marcha, me imagino el sabor de esas galletas, amiga tú tienes otro don y es el de escribir y hacer que yo al menos viva la historia como si fuera la protagonista. Un besazo enorme

    ResponderEliminar
  2. De verdad Astrid, que no sabes como me gusta ver como recibes las emociones de mi escritura.
    Y si se me concedió un don, aunque sea pequeño, lo suyo es que lo comparta y si es con lectoras como tú, vale la pena el esfuerzo.
    Abrazos amiga.

    ResponderEliminar