Teo.
Ir a la psicóloga me ha venido bien. Aunque ya había investigado y sabía que soy una persona con sinestesia, no alcanzaba a ver que estoy entrando en un estado depresivo.
Cuando le conté a Carmen, la psicóloga, lo que desde siempre me ha sucedido con relación a los olores, no se sorprendió. Debe ser que aunque extraño, no soy el único con esa característica. O que ella sabe disimular bien su asombro.
Le conté que desde niño he detectado lo que otros no alcanzan a oler, el aroma intrínseco de cada persona más allá de perfumes o afeites. Esto se podría considerar sólo como sensibilidad olfativa, si no fuera porque a través del aroma propio de cada persona puedo saber como es en su interior. Oler sus almas.
Aprendí pronto a no expresarlo, quizás intuyendo que no era lo habitual o por mi carácter retraído.
Era como mi súper poder, hasta que llegó este desánimo a mi vida y se ha perdido no sé donde. Necesito recuperarlo para volver a ser yo.
Carmen, sin que me diera cuenta en un principio, me hizo desandar el camino de mi vida adulta hasta llegar a mi niñez. Supongo que será lo normal en la terapia.
Y se lo conté todo.
Yo fui un niño callado, metido en mi mundo interior lleno de fragancias reveladoras. Me relacionaba lo justo con l@s demás. Hasta que coincidí en un curso con Mateo.
Teníamos 9 años y me llamó la atención que no llamáramos con el mismo nombre tan poco usual en nuestra generación. L@s compañer@s de clase por diferenciarnos, terminaron por llamarme Teo.
Mateo olía a mandarinas, lo que en mi percepción me revelaba que era natural, sin dobleces, simpático, buena gente.
Nos convertimos en amigos inseparables.
Siempre me sentí cómodo con él y pronto supo de mi peculiaridad olfativa. Le pareció interesante, pero no me agobió con preguntas incómodas, Mateo es así.
Sus gustos no son los habituales, así que nos convertimos en los frikis de la clase, pero gracias al talante de Mateo, nunca nos rechazaron.
Mi amigo desde siempre fue un fanático de todo lo relacionado con los juegos de ordenador, mientras yo alucinaba con series como CSI.
Los dos terminamos siendo policías, él especializado en delitos informáticos y yo como forense policial.
Cuando estábamos en el último curso del instituto, se unió a nuestra clase una chica que venía de otro centro, Alicia. El nombre le venía como anillo al dedo, inmersa siempre en su propio mundo me recordaba a la del famoso cuento. Su olor propio era como de caramelo líquido, el complemento perfecto para el aroma de mi amigo. Se lo comenté a Mateo y en principio no le dio mucha importancia; la cosa es que después de los años pasados siguen juntos.
Nuestro amistad pasó de ser un dúo a ser un trío. Lo acepté de buena gana, contagiado por el buen rollo que siempre transmitía Alicia. Por aquel entonces ella tenía como hobby confeccionar abalorios, de hilo, con cuentas, lo que cayera en sus manos artesanas. A día de hoy tiene una tiendita donde da rienda suelta a su creatividad y que le permite ganar dinero.
A mí me gustaba ver a Mateo a gusto con su pareja y me preguntaba cuándo llegaría la mujer que me hiciera sentir lo que yo veía en los ojos de mi amigo.
Sin ser ligón algunas chicas se me acercaban, me decían que les parecía atractivo físicamente. Por supuesto mis hormonas eran igual al resto de los mortales y con algunas estuve, pero siempre me chocaba con el mismo muro.
No encontraba en ninguna chica el olor que encajara en mi persona como un guante.
Continuará.
No sé pq desde el principio mi imaginación pensó en 3 amigas, ahora he descubierto que es un chico y me atrae aún más pensar que tenga esa particularidad y sensibilidad...ves siempre me sorprendes. Un abrazo fuerte amiga
ResponderEliminarLa magia de la escritura, poder sorprender, emocionar... Un placer compartirlo contigo Astrid.
ResponderEliminarBesos.