Nota: Intento que mis relatos tengan más o menos la misma duración, pero esta historia tiene ideas propias y está saliendo tan larga como el título.
Para no eternizarla publicaré cada semana dos capítulos.
Si la disfrutas leyéndola como yo escribiéndola, vale la pena la disciplina autoimpuesta de seguir dedicándole sus buenos ratos a este blog.
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Cuando el rector me citó en su despacho, ni por asomo intuí que me brindaría una propuesta tan golosa; como mentor de mi tesis, sabía del interés que me despierta la familia Figueroa-Bethencourt.
Después de los saludos pertinentes fue directo al grano, preguntándome si tenía planes para ese verano y yo, por no confesar que andaba canina económicamente, respondí que alternaría entre la playita y dedicarle tiempo a mi tesis.
Me explicó que Cristóbal Figueroa había llegado a un acuerdo con el Cabildo y que el domicilio familiar de su famoso bisabuelo se convertiría en casa-museo. Pero antes necesitaba ayuda para inventariar y clasificar material que con el paso de los años había quedado, nunca mejor dicho, en el baúl de los recuerdos. Ernesto, mi rector, había sido amigo del fallecido padre del actual Cristóbal Figueroa y este le pidió ayuda para encontrar a alguien de confianza.
Ernesto fue sincero y me dijo que Cristóbal tenía un carácter difícil y ya había rechazado a no sé cuantos candidat@s, pero que si yo quería nos pondría en contacto.
Por intentarlo no pierdo nada, le dije entre ilusionada y loca de contenta.
Desde chica cuando paseaba por Vegueta me quedaba embobada viendo el exterior de la casa de aquella familia, pensar ahora en la oportunidad de verla y hurgar, en el mejor de los sentidos, en los entresijos de la célebre familia, era cuanto menos orgiástico.
Repasé lo que conocía de aquella saga: Nuestro flamante premio nobel de literatura, Cristóbal Figueroa se había casado en 1900 con Celia Bethencourt, tuvieron un único hijo llamado como el padre, a su vez este tuvo al tercer Cristóbal Figueroa y por último el Cristóbal Figueroa que yo estaba a punto de conocer. Que todos los vástagos fueran llamados como su padre no era inusual en épocas pasadas, pero llamaba la atención que cada rama de aquel árbol sólo hubiera tenido un hijo y que en la actualidad sólo viviera el cuarto descendiente de aquella familia.
Como todo el mundo, conocía la obra del primer Cristóbal Figueroa, el primer canario y español en obtener el premio nobel de literatura que estudiábamos con orgullo desde el colegio.
Como futura historiadora, me interesaba todo lo relacionado con él y con la época que le tocó en suerte. Pensar que podía estar en la casa donde había escrito su reconocida obra me parecía un sueño.
Por suerte no tuve que esperar mucho, y cuando recibí la llamada del actual Cristóbal Figueroa me obligué a disimular la pasión que sentía. Concertamos una cita en la famosa casa para el siguiente día y tuve que soportar las horas que como piedras se instalaron en mi reloj interno.
Llegué media hora antes y nerviosa me entretuve mirando la fallada de aquella casa que me fascinaba: grande, rectangular, con el típico balcón canario de madera... Se decía que el patio interior era con diferencia el mayor de cualquier casa de la época.
Llamé a la puerta a la hora justa en que me habían citado con el corazón revoltoso y la barriga revuelta.
Cristóbal Figueroa me abrió la puerta. Vestía de forma informal, pero el que es de cuna noble no se puede esconder detrás de ningún atuendo. Era elegante, muy alto, pelo cano a pesar de andar en la treintena, aspecto serio..., pero tenía algo que le restaba solemnidad a su presencia: las paletas separadas. Eso me hizo gracia y pude relajarme algo, después de todo no dejaba de ser una persona como yo por mucho apellido y linaje que arrastrara.
Después de las presentaciones de rigor me quedé embobada mirando aquellas paredes, los muebles antiguos... Todo me atraía, hasta que fijando la vista en la lámpara de lágrimas de cristal entré en un trance contemplativo. El se percató y me hizo regresar a la época actual con aquella voz tan grave: -¿Puedo preguntar qué está pensando?
-Le parecerá una tontería, pero aparte de la belleza de la lámpara, pensaba en la persona que nunca entrará en los libros de historia ni de arte, pero que pasaría horas y horas limpiando uno por uno esos cristales-. Después de mi reflexión en voz alta me dije que no se me podía haber ocurrido peor inicio para aquella conversación, aquel hombre iba a pensar que yo estaba totalmente chiflada, pero al igual que sus paletas separadas, volvió a sorprenderme al decirme que el trabajo, si aceptaba las condiciones, era mío.
Continuará.
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