Nota: Si empiezas por aquí ir a capítulo I.
Después del ofrecimiento laboral y bajo el influjo de aquella mítica casa, luché conmigo misma para no levitar. ¿De verdad estaba allí? ¿No estaría soñando?
Gara, me dije, céntrate y procura quitar la cara de tonta que debes estar poniendo en este momento.
Cristóbal no se anduvo por las ramas y ni se molestó en ofrecerme un triste café yendo directamente el grano. Necesitaba a alguien de confianza para ayudarlo a inventariar la posible documentación importante que anduviera traspapelada, antes de que el Cabildo se hiciera cargo de gestionar la futura casa-museo.
El inconveniente era que él debía viajar pasado el verano y tenía que dejarlo resuelto, por eso necesitaba ayuda. Me informó de que si aceptaba tendría que firmar un contrato de confidencialidad.
-Por si aparece algo personal que no deba ver la luz pública, como se suele decir, todas las familias tienen algún muerto en el armario....
Me abstuve de decir que en mi familia no teníamos esas cosas, pero asentí con la cabeza como si me pareciera lo más normal del mundo.
Firmé el contrato, comenzaría a trabajar codo a codo con él al día siguiente y ya me enseñaría toda la vivienda y el jardín.
Cuando me iba a ir dijo "Antonia".
-Perdón, yo me llamo Gara, igual con los nervios ni me presenté como es debido.
-No, me dijo perfectamente su nombre. Antonia era la persona que limpiaba los cristales de esa lámpara.
Llegué a mi casa temiendo que el reloj se convirtiera en enemigo. Por llenar las horas metí el hocico en el ordenador. Tendría que tirar de hemeroteca y conocer lo que se había publicado de índole personal de aquella ilustre familia. ¿Aparecería la tal Antonia? La forma en que Cristóbal había pronunciado aquel nombre me había dejado intrigada. Lo público ya lo conocía por estar precisamente basando mi tesis en el primer Cristóbal Figueroa. Yo estudiaba Historia, y por ello la enfoqué en el personaje en relación con la época en que vivió.
Sabía que había sido el mayor importador de plátanos en su día, vamos, que económicamente estaba forrado. Su esposa, Celia Bethencourt era hija única de un importante abogado de la época, única heredera por lo tanto. El dinero parecía entrar por todos los lados.
Según lo publicado, Celia era una virtuosa del piano, mientras su marido comenzó a tontear con la escritura como pasatiempo. Un pasatiempos que le haría tocar la gloria.
Que se supiera ningún descendiente mostró inclinaciones artísticas.
Nada nuevo, me dije, no hay nada personal publicado, a ver que me depara mi nuevo trabajo.
Pero seguí "bicheando" en internet centrándome en lo publicado sobre mi nuevo jefe. El actual Cristóbal Figueroa aparecía citado en relación con el ejercicio de su actividad laboral. Era abogado y se ocupaba de gestionar el imperio económico que su bisabuelo había fundado.
Pensé en él, en nuestro primer encuentro. Lo cierto es que simpático lo que se dice simpático no había sido, pero intuía que se escondía tras aquella fachada. Además, según me había dicho mi rector ya había entrevistado a varias personas para lo que necesitaba y ninguna le había gustado.
¿Qué tecla le toqué con mi comentario sobre la persona que limpiaba aquella maravilla de lámpara?
Estaba claro que había tenido una reacción emocional que lo había empujado a darme el trabajo.
Deseaba que llegara el día siguiente para empezar el empleo, pero también para comenzar a quitar las capas, que como una cebolla, utilizaba aquel hombre para ocultarse.
Continuará.
Creo que esta historia me va a encantar, tiene historia y actualidad, intrigada estoy ya. Un fuerte abrazo amiga 😘😘
ResponderEliminarSí, opino igual, que te va a gustar. Ojalá así sea.
ResponderEliminarBesos Astrid.